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Los primeros en llegar establecieron su colonia inicial en la costa occidental, en el paraje que llamamos Threish, es decir el sitio del Pacto. Se multiplicaron con rapidez, y como eran una tribu empecinada y pendenciera, se dividieron pronto, yendo tal y cual grupo a vivir aparte. Así se originaron las nueve provincias occidentales. Todavía sigue habiendo acerbas disputas fronterizas entre ellas.

A su tiempo se agotaron los limitados recursos del oeste, y los emigrantes buscaron la costa oriental. Entonces no teníamos transporte aéreo; y no es que ahora tengamos mucho: no somos gente aficionada a la mecánica, y carecemos de recursos naturales utilizables como combustible. Por eso fueron hacia el oeste en terramóviles o en lo que entonces hacía las veces del terramóvil. Fueron descubiertos los tres pasos de las Threishtor, y los audaces entraron valerosamente en las Tierras Bajas Abrasadas. Solemos cantar largas epopeyas míticas acerca de las penurias de esas travesías. Subir a las Threishtor para llegar a las Tierras Bajas era difícil, pero salir por el otro lado era casi imposible, ya que el ser humano desde la región de tierra roja tiene una sola ruta para cruzar las Huishtor: la Puerta de Salla, que costó no poco encontrar. Pero la encontraron, e irrumpieron por ella, y establecieron mi país de Salla. Cuando empezaron las reyertas, muchos fueron al norte y fundaron Glin; y más tarde otros fueron al sur para instalarse en la sagrada Manneran. Durante mil años bastó tener sólo tres provincias en el este, hasta que en una nueva disputa se formó el pequeño pero próspero reino marítimo de Krell con una punta de Glin y otra de Salla.

Hubo también algunos que no toleraron la vida en Velada Borthan y se hicieron a la mar desde Manneran para ir a establecerse en Sumara Borthan. Pero no es necesario hablar de ellos en una lección de geografía; mucho tendré que decir sobre Sumara Borthan y su gente cuando empiece a explicar los cambios que entraron en mi vida.

7

Qué miserable es esta cabaña donde ahora me oculto. Las paredes de tablas fueron armadas ya como al descuido, y ahora están torcidas, de modo que se abren huecos en las junturas y ningún ángulo está bien. El viento del desierto pasa por aquí sin encontrar obstáculo. Una fina capa de tierra roja cubre la hoja donde escribo; tengo las ropas apelmazadas, hasta mi pelo tiene un tinte rojizo. Criaturas de las Tierras Bajas reptan libremente junto a mí: veo ahora dos que se mueven por el piso de tierra; una cosa con muchas patas, del tamaño de mi dedo pulgar, y una lerda serpiente de dos colas, más corta que mi pie. Han pasado horas enteras girando ociosamente una alrededor de la otra, como si quisieran ser enemigos mortales pero no pudieran decidir cuál de ellas va a comer a la otra. Acompañantes aburridos para horas de calor.

Pero no debería burlarme de este sitio. Alguien se molestó en arrastrar hasta aquí los materiales para que los cazadores fatigados pudiesen refugiarse en esta inhóspita tierra. Alguien la construyó, sin duda con más cariño que habilidad, y la dejó aquí para mí, y me es útil. Acaso no sea un hogar adecuado para el hijo de un septarca, pero he conocido bastantes palacios y ya no necesito muros de piedra y cielos rasos con aristas. Este es un sitio tranquilo. Estoy lejos de los pescadores y los drenadores y los vendedores de vino, y las canciones de los mercaderes que resuenan en las calles de las ciudades. Aquí un hombre puede pensar; un hombre puede mirar dentro de su alma y encontrar esas cosas que lo han moldeado, y sacarlas afuera, y examinarlas, y llegar a conocerse. En este mundo nuestro la costumbre nos prohíbe dar a conocer nuestras almas a otras personas, sí, pero ¿por qué nadie antes de mí ha observado que esa misma costumbre, sin proponérselo, nos impide llegar a conocernos a nosotros mismos? Casi toda mi vida mantuve las murallas sociales apropiadas entre mí y los demás, mientras esas murallas no cayeron no advertí que también me había aislado de mí mismo. Pero aquí en las Tierras Bajas Abrasadas he tenido tiempo de reflexionar sobre estas cuestiones, y de llegar a comprenderlas. No es este el lugar que yo hubiese elegido, pero no soy desdichado aquí.

No creo que me encuentren, al menos por algún tiempo.

Ya está demasiado oscuro aquí dentro para escribir. Saldré a la puerta de la cabaña y miraré cómo llega la noche volando por las Tierras Bajas hacia las Huishtor. Tal vez atraviesen el crepúsculo algunas aves-punzón que regresan después de una cacería infructuosa. Las estrellas resplandecerán. Una vez Schweiz trató de mostrarme el sol de la Tierra desde una cima en Sumara Borthan, e insistió en que podía verlo, y me rogó mientras señalaba, que siguiera la mano con la mirada, pero creo que estaba jugando conmigo. Pienso que no se puede ver ese sol desde nuestro sector de la galaxia. Schweiz jugaba muchas veces conmigo cuando viajábamos juntos, y tal vez lo vuelva a hacer algún día, si llegamos a encontrarnos de nuevo, si todavía vive.

8

Anoche, en un sueño, mi hermana vincular Halum Helam vino a mí.

Con ella nunca podrá haber más juegos, y sólo conseguirá llegar a mí a través del resbaladizo túnel de los sueños. Por eso, mientras dormía, Halum brilló más en mi mente que cualquiera de las estrellas que iluminan este desierto; pero el despertar me trajo tristeza y vergüenza, y el recuerdo de haberla perdido a ella, que es irremplazable.

La Halum de mi sueño no vestía más que un tenue velo, a través del cual le asomaban los pequeños pechos de puntas rosadas, y los esbeltos muslos, y el chato vientre, el vientre de una mujer que no ha tenido hijos. No era así como solía vestirse en vida, especialmente cuando visitaba a su hermano vincular, pero ésta era la Halum de mi sueño, a la que mi alma solitaria y turbada volvía atrevida. La sonrisa de Halum era cálida y tierna, y los ojos relucientes y oscuros le brillaban de amor.

Mientras sueña, nuestra mente vive en muchos niveles. En un nivel yo era un observador objetivo que flotaba en un halo de luz lunar cerca del techo de la choza, contemplando mi propio cuerpo dormido. En otro nivel yo dormía. El yo soñado que dormía no notaba la presencia de Halum, pero el yo soñado que observaba la advertía, y yo, el verdadero soñador, los advertía a los dos, y también advertía que todo lo que estabaviendo me llegaba en una visión. Pero inevitablemente estos niveles de la realidad se mezclaban un poco, de modo que no podía estar seguro de quién era el soñador y quién el soñado, ni tampoco lo estaba de que la Halum que se me presentaba con tal resplandor fuese un producto de mi fantasía y no la Halum viva a quien había conocido.

—Kinnall — susurró ella, y en el sueño imaginé que el yo soñado que dormía despertaba y se alzaba sobre los codos, con Halum arrodillada junto al camastro. Halum se inclinó hasta con los senos el hirsuto pecho de aquel hombre que era y me toco los labios con los suyos en una fugaz caricia, y dijo: — Pareces muy cansado, Kinnall.

—No debiste venir aquí.

—Una hacía falta y vino.

—No está bien Entrar sola en las Tierras Bajas Abrasadas en busca de quien te ha traído sólo daño…

—El vínculo que la liga a una contigo es sagrado.

—Bastante has sufrido por ese vínculo, Halum.