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– Creo que acabas de darme la primera, segunda y tercera lección -dijo con una sonrisa.

– Nada de eso. Aún queda mucho por aprender -respondió él, devolviéndole la sonrisa-. Si es que aún sigues interesada…

¿De verdad pensaba que iba a renunciar?

– Más que nunca. Estoy impaciente por disfrutar de tus clases particulares hasta el último minuto.

– En ese caso, estaré en tu casa esta noche, a las siete en punto. Y quiero que te pongas algo provocativo.

Leah arqueó una ceja con curiosidad.

– ¿Otra lección?

– Podría decirse que sí -respondió él, acercándose a ella con un brillo de decisión en la mirada-. Si quieres saber lo que les resulta sexy a los hombres, hay una cosa que no puedes olvidar.

– ¿Y qué es? -preguntó ella con los ojos muy abiertos.

– A casi todos los hombres les gusta la estimulación visual en el sexo contrario -dijo. Agarró los lados de la blusa y estiró el tejido sobre el pecho-. Si quieres llamar nuestra atención, lo primero que has de hacer es darnos un aliciente para mirar. Arrojarnos el cebo. Y para ello nada mejor que un atuendo adecuado y convenientemente ceñido.

La tela estaba tensa sobre la piel de Leah, revelando sus pequeños pechos, coronados por los pezones puntiagudos, y la curva de la cintura y caderas. Jace la devoró con la mirada, provocándole un torrente de calor por todo el cuerpo.

– Tienes un cuerpo muy bonito, Leah -murmuró-. No tengas miedo de mostrarlo. Y ya que este fin de semana es para aprender, quiero que te pongas algo excitante para mí.

Le soltó la blusa, pero los pezones de Leah seguían dolorosamente endurecidos.

– Veré lo que puedo hacer -consiguió murmurar. Si él quería verla con ropa provocativa, eso sería lo que viera.

Agarró el bolso y salió del despacho, sintiendo cómo la emoción revoloteaba en su estómago. Jace Rutledge le pertenecería a ella sola durante las próximas cuarenta y ocho horas. Y ella le pertenecía a él.

Sólo esperaba que fuera tiempo suficiente para satisfacer su deseo y que finalmente pudiera sacarse a Jace de la cabeza y el corazón, de una vez por todas.

A las siete menos cinco, Jace llegó al apartamento de Lean, temblando de emoción por lo que podría deparar la noche.

Una vez que entrara en casa de Leah no habría vuelta atrás, pues su presencia demostraba que tenía intención de seguir el pacto hasta el final.

Le había dado una última oportunidad para cambiar de opinión. Y a juzgar por su desinhibida respuesta, el tórrido beso que habían compartido y su descarada actitud posterior, era obvio que sabía muy bien dónde se estaba metiendo y que tenía muy clara su intención.

Y él también.

La suerte estaba echada, y desde ese momento en adelante se acababan las dudas. Aceptaría egoístamente todo lo que ella le ofreciera, la llevaría hasta donde ella se atreviera a llegar y haría todo lo posible por ayudarla a aumentar la seguridad en sí misma. Aquel fin de semana significaba para él tanto como para ella, y tenía intención de darle una aventura que nunca pudiera olvidar.

Llamó a la puerta con los nudillos para advertirle de su presencia y usó la llave que ella le había dado meses antes.

– Hola, Leah, soy Jace -dijo, cerrando la puerta tras él.

– Estoy en mi habitación -respondió ella-. Ven.

Jace había estado muchas veces en su casa, pero nunca había pisado su dormitorio. Nunca había te nido un motivo para invadir sus dominios femeninos. Y ahora era ella quien lo invitaba personalmente. Una invitación que no estaba dispuesto a rechazar.

– Hola -lo saludó Leah con una sonrisa mientras se ponía unas sandalias de tacón-. Ya casi estoy lista.

Jace contempló la imagen que tenía ante él, pensando que sus fantasías se habían hecho realidad. La transformación de Leah le secó la garganta y le aceleró el pulso. Siempre había sabido que bajo la ropa conservadora y práctica de Leah se escondía una hermosa sirena, y aquel atuendo corroboraba sus sospechas.

El vestido le llegaba hasta el muslo, se le ajustaba a la cintura y un pequeño lazo ataba el escote entre los pechos. Jace tuvo que contenerse para no tirar de esa cinta y exponer sus apetecibles atributos a la vista.

– Cielos, estás… increíble -dijo con voz áspera, contemplando el recogido que se había hecho en lo alto de la cabeza, exhibiendo la elegante línea del cuello, que parecía tentar a sus dedos y su boca. Se sacudió mentalmente y se aclaró la garganta.

– ¿Desde cuándo tienes este vestido?

– Desde hace algunas semanas -respondió ella, sonriendo vacilantemente mientras se ponía unos pendientes de aro dorados-. Me pareció tan bonito en el maniquí que no pude resistir la tentación, pero hasta ahora no había tenido la ocasión de ponérmelo.

Él arqueó una ceja y se sintió obligado a preguntarle por la opinión de su novio.

– ¿Ni siquiera para Brent?

– No estaba segura de que a Brent le gustase -dijo ella con un cierto tono de inseguridad-. Es de gustos conservadores, y no cree que sea apropiado mostrar mucha piel en público.

Jace la miró, atónito y disgustado a la vez. ¿Qué tenía Brent en la cabeza? ¿O en la entrepierna? Dudaba de que Leah quisiera oír su opinión sobre Brent, así que se la guardó para él mismo. Esperaba que las lecciones que aprendiera aquel fin de semana le inculcaran a Leah un poco de sentido común.

– En cualquier caso, el vestido ha estado colgado en mi armario hasta hoy, y esta noche es la oportunidad perfecta para estrenarlo -dijo ella, girando sobre sí misma para ofrecerle una perspectiva completa-. ¿Qué te parece? ¿Te gusta?

– ¿Cómo no va a gustarme? -preguntó él, bajando la mirada hasta los muslos.

La actitud desagradecida de Brent hizo que Jace quisiera saltarse todos los obstáculos con Leah y hacerla sentirse sexy y deseada en todos los aspectos posibles.

– Estás preciosa con este vestido y, personalmente, me encanta que muestres tu piel. Me despierta el deseo de tocarte por todas partes, aunque sólo fuera para sentir tu suavidad y tersura.

Las mejillas de Leah se enrojecieron y el rubor llegó hasta sus pechos, pero en sus ojos brillaba el desafío.

– Pues hazlo.

Sin dudarlo ni un segundo, Jace atravesó la habitación en dos zancadas. El aparador estaba detrás de Leah, y él la agarró por la cintura y la levantó para sentarla en la superficie. Presionó las manos contra sus rodillas y le separó las piernas para colocarse en medio.

Su acometida la sorprendió, pero como ella no puso la menor objeción, consideró la posibilidad de saltarse los preliminares e ir directamente al grano. Leah lo había llevado a un nivel de excitación casi incontenible, y se moría por sentir su calor líquido y exuberante rodeándole el miembro endurecido y la suavidad de sus pechos mullidos contra los músculos del torso. Pensó en subirle el vestido, bajarle las bragas y hundirse en su cuerpo. Se imaginó cómo ella le rodearía la cintura con las piernas, acuciándolo a que la penetrara hasta el fondo, y cómo gritaría su nombre cuando llegara al orgasmo.

Se estremeció sólo de pensarlo.

Le tocó un mechón de pelo que se había soltado del recogido. La textura sedosa le provocaba los sentidos, al igual que la fragancia sutil y femenina que desprendía.

– Me gusta que lleves el pelo así -dijo. Le tomó la mejilla en la palma y le hizo levantar la cabeza para rozarle el cuello con la nariz, sintiendo cómo temblaba-. Me permite acercarme a las partes más sensibles de tu cuerpo… como ésta -llevó la boca hasta su oreja y lamió el punto situado justo debajo del lóbulo.

Ella gimió y se aferró a los brazos de Jace en busca de apoyo.

– Me… me gusta.

A él también le gustaba.

– Mmm… y aquí -murmuró, y clavó suavemente los dientes en un tendón en la base del cuello.

Leah volvió a gemir. -Oh Jace…

– Apuesto a que también sientes ese mordisco en otras zonas de tu cuerpo, ¿verdad? -le susurró al oído.