Выбрать главу

Ella asintió bruscamente y apretó las rodillas contra sus caderas.

– Sí…

Satisfecho con su respuesta y con el deseo que ardía en su mirada, siguió provocándola… a ella y a sí mismo.

– Pero por mucho que me guste tu pelo recogido, aún me gusta más verlo suelto.

Le soltó el pasador que sujetaba el cabello en lo alto de la cabeza y vio cómo la tupida melena castaña caía libremente hasta los hombros.

– Me encanta ver tu pelo alborotado enmarcando tu hermoso rostro -dijo, hundiendo las manos hasta las muñecas en los mechones-, y sentirlo cálido y suave contra mi piel…

– Me gusta sentir tus manos en mi pelo -admitió ella, y gimió cuando él le acarició el cuero cabelludo y deslizó los pulgares a lo largo de la mandíbula-. Es tan sensual y excitante…

– Estoy de acuerdo -dijo él, igualmente seducido por ella y por la intensidad del momento.

Leah le estaba mirando los labios, de modo que pegó la boca a la suya y le dio lo que deseaba, lo que él mismo ansiaba, sabiendo que muy pronto ya no tendría bastante con besarla. Habían cruzado una línea que nunca antes habían traspasado, y compartir aquella intimidad con ella estaba sacando a la superficie un caudal de emociones y deseos que habían permanecido enterrados durante años.

La besó lenta y prolongadamente. Sentía la boca de Leah tan dulce y ardiente como se imaginaba que sentiría su cuerpo cuando la penetrara. Con aquel pensamiento enloquecedor bailando en su cabeza, llevó una mano a la espalda de Leah y acercó su trasero al borde del aparador, hasta que lo único que separó sus cuerpos fueron sus pantalones caqui y las braguitas de Leah. Ella apretó los tobillos contra la parte posterior de sus muslos y movió la pelvis contra su erección en un gesto inconsciente y natural de invitación. El miembro de Jace se hinchó hasta casi estallar.

Con cada beso su adicción por ella crecía lenta pero inexorablemente, y se preguntó si tras aquel fin de semana sería capaz de dejarla y verla con otro hombre. La parte lógica de su cerebro le recordaba que no tenía elección, pero su cuerpo y su corazón luchaban por convencerlo de lo contrario.

Se deleitó una vez más con su sabor y retiró la boca. Pero mantuvo las manos entre sus cabellos, despeinándola todavía más. Sus hermosos ojos azules estaban medio cerrados, y una sonrisa soñadora curvaba sus labios hinchados.

El placer que ella le daba era inmenso, y trascendía del nivel puramente físico más de lo que nunca hubiera creído posible.

– Si fueras mía y te pusieras este vestido para salir conmigo, me aseguraría de que tuvieras este aspecto antes de salir a la calle, para que todos los hombres que te miraran supieran que no estás disponible.

Vio cómo a Leah se le aceleraba frenéticamente el pulso en la base del cuello.

– ¿Y qué aspecto tengo? -preguntó ella con inocente curiosidad. Él le acarició los pechos con el dorso de la mano.

– Con el pelo suelto y despeinado, los labios rosados, húmedos y entreabiertos, y la mirada perdida, pareces una mujer que acaba de levantarse de mi cama tras una sesión de sexo salvaje.

Ella arqueó las cejas, asombrada y a la vez muy segura de sí misma.

– Salvo que yo no he quedado satisfecha por esa sesión.

Jace soltó un gemido. Leah iba a matarlo antes de que acabara el fin de semana.

– Esto sólo ha sido una muestra para abrirte el apetito -le prometió-. Hay que ir aumentando poco a poco la tensión sexual hasta el plato fuerte, y tenemos toda la noche por delante, cariño.

Ella se echó a reír.

– No sé si eres muy malo o muy bueno por provocarme así Jace.

Él sonrió y la ayudó a bajar del aparador.

– ¿Qué tal ambas cosas?

– Como tú digas -concedió ella con una expresión de aturdimiento e impaciencia-. Bueno, ¿adonde vas a llevarme esta noche?

– A bailar -respondió él, haciéndola girar en sus brazos-. A un sitio donde puedas lucir este vestido como se merece y volver locos a unos cuantos hombres.

Leah posó una mano en su pecho y se puso de puntillas para darle un mordisquito en el labio inferior.

– El único hombre al que quiero volver totalmente loco esta noche eres tú -le dijo, y con una sonrisa maliciosa se dio la vuelta y salió pavoneándose de la habitación. Jace no creía que eso fuera a ser ningún problema.

Ya estaba loco por ella.

Leah nunca había estado en un club nocturno. Al menos no en uno tan exclusivo y animado como el Chicago s Red No Five. Luciendo un vestido sexy y con un hombre guapísimo del brazo, estaba decidida a disfrutar al máximo de la nueva experiencia que le brindaba aquel ambiente de seducción, rayos láser y la música tecno que retumbaba sensualmente a través de su cuerpo.

Jace le agarró firmemente la mano mientras se abría paso entre la multitud. Pasaron junto a un grupo de mujeres que obviamente estaban buscando a un ligue, pues miraron descaradamente a Jace dejando claras sus intenciones. Pero él se limitó a sonreír cortésmente y siguió su camino hasta el fondo de la disco, donde estaban las mesas y los asientos de terciopelo.

El local estaba atestado. La gente bailaba en la pista sin la menor inhibición, y Leah envidió su capacidad para dejarse llevar por el ritmo y disfrutar de sus ondulantes cuerpos, sin preocuparse de quién los estuviera mirando. Aquello le recordó la «sexcapada» que había sustraído del libro, y cómo necesitaba aprender a ser atrevida para poder desnudarse ante un hombre con la misma facilidad.

Jace encontró una mesa libre y dejó que ella se sentara primero antes de acomodarse a su lado. Estaban casi ocultos por las sombras, pero desde sus asientos tenían una vista perfecta del bar y la pista de baile. Jace se inclinó hacia ella y elevó la voz para hacerse oír por encima de la música ensordecedora.

– ¿Qué te parece?

– Me gusta -respondió ella. Hasta el momento, estaba fascinada por el ambiente cargado de sexualidad y quería formar parte del mismo-. Es un buen lugar para ver cómo los hombres y las mujeres se relacionan entre ellos. Ya sabes… cómo se seducen.

Él sonrió irónicamente.

– Estoy seguro de que aprenderás varias formas de seducción y apareamiento entre las parejas.

Una camarera rubia se acercó a la mesa y se inclinó hacia ellos para que pudieran oírla.

– ¿Qué les traigo?

Jace miró a Leah, indicándole que debería ser ella quien pidiera primero. Si estuviera con Brent, habría pedido un chardonnay sin dudarlo. Pero no estaba con Brent, y aquella noche exigía algo más fuerte que una copa de vino.

– Quiero la bebida más atrevida que pueda preparar el barman -dijo-. Algo exótico y salvaje.

La camarera lo pensó por un momento y los ojos le brillaron de camaradería femenina.

– Puede elegir entre un Sexo Oral, un Orgasmo o un Garganta Profunda.

Todo sonaba perfecto para el fin de semana que tenía por delante, y Leah quería probar las tres sugerencias.

– Creo que empezaré con un Orgasmo y seguiré desde ahí.

– Buena elección -dijo la camarera. Anotó el pedido y miró a Jace, que parecía desconcertado por el atrevimiento de Leah-. ¿Y usted, señor?

– Puesto que esta noche soy el chófer oficial, y mi pareja aquí va a disfrutar de unos cuantos orgasmos, creo que tomaré una coca-cola -dijo con una sonrisa.

– Enseguida -respondió la mujer con un brillo de regocijo en los ojos.

Minutos más tarde les sirvieron las bebidas, y Leah saboreó ávidamente la exquisita mezcla de Amaretto, vodka y crema. Nunca había probado un cóctel tan delicioso, y un gemido de placer se le escapó de la garganta.

Jace la miró, cautivándola con su mirada ardiente y su media sonrisa.

– Ten cuidado, cariño. Estos orgasmos son muy fuertes.

A Leah no se le pasó por alto el doble sentido de su advertencia y decidió responderle con otra insinuación.

– Mmm… pero seguro que bajan con facilidad -dijo. Disfrutando de la sensación de sensualidad, malicia y lujuria, se mojó la punta del dedo en la crema azucarada y se la lamió lentamente-. ¿Te gustaría probar mi orgasmo? -le preguntó, en un tono no tan inocente.