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Pero entonces la locura del momento lo impactó con fuerza y lo devolvió de golpe a la realidad. Por lo visto, el alcohol había barrido las inhibiciones de Leah, y aunque él no deseaba otra cosa que darle lo que su cuerpo pedía, no estaba dispuesto a que tuviera su primer orgasmo en un lugar público.

Aquélla era una fantasía que no tenía intención de compartir con nadie.

Masculló en voz baja y la agarró de la muñeca.

– Vámonos de aquí -gruñó, y tiró de ella nacía la salida sin darle oportunidad a negarse.

Aunque no creía que Leah fuera a protestar. Un vistazo fugaz a su sonrisa le dijo que estaba tan ansiosa como él por estar a solas y culminar la seducción que flotaba tácitamente entre ellos.

Capítulo 3

El camino de regreso al apartamento de Leah fue tan enloquecedor como el baile erótico en la discoteca. Leah no podía mantener quietas las manos ni la boca, y mientras Jace aferraba fuertemente el volante, ella se inclinó hacia él y le lamió y mordisqueó el cuello de la forma más tentadora posible.

Jace sintió su cálido y dulce aliento cuando le dio un beso húmedo en la comisura de los labios, mientras sus dedos intentaban desabotonarle la camisa. Una vez que lo consiguió, deslizó la mano y le acarició el pecho desnudo, tocándole los pezones endurecidos y bajando la palma hacia el abdomen. Los músculos de Jace se contrajeron y soltó un áspero gemido.

La mano de Leah se detuvo.

– ¿Puedo tocarte? -le preguntó con inseguridad.

– Cariño, ya me estás tocando -respondió él con una sonrisa.

– Quiero… -la voz se le quebró y tragó saliva antes de intentarlo de nuevo con más determinación-. Quiero tocarte como me tocaste tú a mí en la pista de baile.

A Jace se le aceleró el pulso y la sangre le palpitó en la ingle, reconociendo el placer inherente a la petición de Leah. Había accedido a enseñarle cómo satisfacer a un hombre, pero nunca imaginó que su curiosidad afloraría mientras él intentaba conducir un coche. Aun así, no podía negarse a su deseo, porque se moría por sentir las manos de Leah sobre él… por todo el cuerpo.

Le levantó la mano y le puso la palma sobre el bulto de sus pantalones, haciéndole cerrar los dedos alrededor de su erección.

– Esto es lo que me haces -dijo. Quería asegurarse de que Leah fuera consciente del efecto que ejercía sobre él.

Ella lo miró a los ojos absolutamente fascinada. Jace tuvo que devolver la vista a la carretera, pero aquel atisbo de embelesamiento estuvo a punto de acabar con él, así como el apretón vacilante que Leah le dio en la entrepierna. Al principio parecía insegura, pero sólo hizo falta un gemido bajo y alentador de Jace para animarla a ser más decidida… y acariciarle la rígida erección en toda su longitud con la palma, aprendiendo el tamaño y la forma del miembro viril confinado en el pantalón.

Cuando llegaron a su destino, a Jace le hervía la sangre en las venas, respiraba con rapidez y estaba a punto de explotar. Apagó el motor, retiró la mano de Leah de su regazo y la miró a los ojos.

La luna llena brillaba en el cielo nocturno e iluminaba el interior del vehículo, tiñendo los cabellos de Leah de una tonalidad plateada y perfilando su rostro con un halo angelical. Salvo que en aquel preciso instante no parecía en absoluto un ángel. Tenía los labios mojados y ligeramente separados, sus ojos ardían de inagotable lujuria y su expresión anhelante lo estaba matando de deseo.

La chica modesta y conservadora a la que había conocido durante años se había transformado en una mujer cuyo único propósito era derribar sus defensas. ¡Y casi lo había conseguido!

– ¿Quieres subir? -le preguntó ella con voz ronca y sensual.

Jace le había prometido un fin de semana lleno de pasión y seducción sin límites, pero deseaba que Leah recordara de modo especial la primera vez que hicieran el amor, y por tanto no estaba dispuesto a aprovecharse de su estado ebrio. Sin embargo, había otras muchas lecciones que impartir y que no incluían la consumación del acto sexual. Además, tenían que acabar lo que ella había empezado en la pista de baile. Al menos podría aliviar el deseo que Leah estaba conteniendo. En cuanto a él, tendría que consolarse en solitario más tarde.

– Sí, subiré contigo -dijo, y se abrochó la camisa antes de salir del coche.

Una vez que entraron en el apartamento y cerraron la puerta, Leah encendió la lámpara del salón y se quitó las sandalias. Se apoyó contra la pared con un lánguido suspiro y una maliciosa sonrisa en los labios, y, alargando los brazos, agarró a Jace por la camisa y tiró de él hasta obligarlo a apoyar las manos en la pared a ambos lados de su cabeza para no aplastarla con su cuerpo.

Ella lo miró fijamente a los ojos. Su apetecible boca quedaba a escasos centímetros por debajo de la de Jace.

– Tengo que confesar que ese Sexo Oral estaba de rechupete.

La insinuación sexual del comentario fue como una larga caricia en su miembro, inspirándole lúcidas y excitantes imágenes de Leah ofreciéndose carnalmente a él. Sus insinuaciones lo pillaban siempre desprevenido, pero le gustaba aquella faceta improvisadora de Leah, y estaba más que dispuesto a seguirle el juego.

– ¿Qué sabes tú del sexo oral?

– Sé que sabe muy bien -murmuró ella, humedeciéndose los labios-. Muy, muy bien. Compruébalo tú mismo.

Lo agarró por la nuca y tiró de él hacia ella, besándolo con la boca abierta y compartiendo el dulce sabor a licor de café que aún impregnaba su lengua.

Minutos después, Leah se apartó y él le sonrió.

– Es verdad que sabe muy bien -corroboró-. Y ahora dime, ¿qué sabes realmente del sexo oral? Y no estoy hablando de la bebida.

Aunque se lo preguntó en tono jocoso, estaba extremadamente interesado en oír su respuesta.

Ella parpadeó, fingiendo confusión.

– ¿Qué quieres decir?

Oh, Jace estaba convencido de que sabía muy bien lo que quería decir, y después de haber visto su comportamiento desvergonzado en la discoteca, no estaba dispuesto a que eludiera el tema escudándose en una falsa modestia.

– Quiero decir sexo oral, cariño. Darle placer a un hombre con tu boca y viceversa. ¿Cuánta experiencia tienes en eso?

– No mucha -respondió ella, poniéndose colorada. Apartó la mirada por un breve instante, antes de volver a mirarlo desafiante a los ojos-. De acuerdo, estoy mintiendo. No tengo ninguna experiencia en el sexo oral.

Jace se echó a reír por su indignación y le tocó la boca con los dedos, acariciándole el labio inferior con el pulgar.

– Ahh… así que eres virgen, al menos en ese terreno -dijo, fascinado y ridículamente complacido por saberlo.

– Sí, lo soy -admitió ella, con más naturalidad esa vez-. Pero quiero aprender. ¿Me enseñarás?

Su ruego casi lo hizo caer de rodillas frente a ella, lo que lo habría dejado en una posición perfecta para adorarla con la boca, la lengua y los dedos y ofrecerle una lección personalizada sobre el placer oral. Pero por mucho que esa idea lo excitara, no estaba seguro de que el estado de Leah fuera el más adecuado para un acto tan íntimo. De modo que decidió improvisar.

– Prometí que enseñaría lo que quieras saber -dijo, y la llevó al sofá del salón-. Así que, si estás preparada para una lección de sexo oral, eso es lo que haremos.

Ella se sentó cual abnegada alumna y él se acomodó a su lado, asegurándose de que estuviera cómoda y relajada contra los cojines.

– Empezaremos por ti -dijo, porque de ningún modo podría aguantar si la boca de Leah le tocaba cualquier parte de su anatomía.