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La agarró de la mano y le acarició la piel entre el pulgar y el dedo índice.

– Imagina que estos pliegues son los labios de tu sexo -su explicación no pareció asustarla, aunque sí se estremeció cuando volvió a rozarla.

– Es una zona muy sensible.

– Debería serlo -dijo él, y la mordió suavemente justo debajo del pulgar, haciéndole ahogar un gemido-. Imagina lo sensible que eres entre las piernas, en la entrada a tu sexo. Cuando esa zona se humedece con la lengua, como un beso francés, la sensación es increíble -le atrapó con la boca el pliegue de la piel entre los dedos, simulando la técnica y lamiéndola suavemente.

El brazo de Leah quedó flácido y sus ojos se entornaron al tiempo que un gemido ronco se le escapaba de la garganta.

– Jace…

Pronunció su nombre con un deseo tan palpable que Jace estuvo a punto de perder el control. Pero aún no había terminado aquella lección. No hasta que ella hubiera aprendido a dedicarle el mismo tipo de atención erótica.

Le soltó la mano y llevó el dedo índice a sus labios, donde ejerció una presión suave pero constante.

– Ahora me toca a mí -dijo, y se acercó a ella para besarla en la mejilla-. Abre la boca y devórame.

Los ojos de Leah ardieron con llamas azules mientras separaba los labios y le permitía introducir el dedo en la húmeda cavidad de su boca.

El abdomen y los muslos de Jace se contrajeron involuntariamente, y se obligó a concentrarse en las instrucciones que debía darle.

– Cuando se trata de darle placer a un hombre con la boca, lo mejor es fingir que su pene erecto es tu polo favorito. Tienes que recorrerlo con la lengua en toda su longitud, hasta la punta.

Leah lo agarró por la muñeca y se metió aún más el dedo en la boca, para luego lamerlo en toda su longitud al extraerlo. El miembro de Jace se puso rígido al instante, abrasándole los pantalones.

– Mmm… sabe a cereza -susurró ella con una sensual sonrisa, completamente inmersa en la lección.

Él le permitió tomar el control y experimentar a su antojo, y se imaginó su boca en otra parte de su cuerpo. Una parte endurecida y palpitante que pugnaba por liberarse de su confinamiento. Leah compensaba su falta de experiencia con una dedicación total, rozándole el dedo con los dientes y pasándole la lengua por la punta, antes de metérselo en la boca. Sus ojos cerrados y expresión extática reflejaban lo mucho que estaba disfrutando mientras aumentaba la excitación de Jace y barría sus defensas.

Leah no creía que tuviera lo que hacía falta para seducir a un hombre, y sin embargo él se estaba ahogando en su sensualidad innata. Se moría por arrancarle las bragas y poseerla allí y ahora, sin ningún miramiento ni delicadeza. Y cuando ella adoptó inconscientemente un ritmo constante, el control se le hizo añicos.

Retiró el dedo de su boca y lo sustituyó por sus labios. La besó ávida y profundamente. Ella gimió y hundió los dedos en los pelos de su nuca mientras abría la boca para recibir la ferviente invasión de su lengua.

Estaba tan ardiente y febril como él mismo.

Sabiendo lo que su cuerpo ansiaba tras la estimulación física y mental, se presionó contra ella y la hizo tumbarse en el sofá. Sin despegar la boca de la suya, deslizó la rodilla entre sus piernas y las separó, al tiempo que introducía una mano bajo el vestido y subía por la parte posterior del muslo. Extendió la palma sobre la cadera, siguiendo el elástico de las bragas hasta el corazón de su feminidad. Entonces deslizó los dedos bajo la fina barrera de seda para acariciar con el pulgar los suaves pliegues de su sexo.

Estaba húmeda y caliente, empapada de deseo, y el gemido que emitió a la vez que se arqueaba al recibir su tacto fue todo el permiso que Jace necesitó para acabar lo que había empezado. Retiró la boca y contempló su hermoso rostro. La expresión confiada de Leah le encogió el corazón.

– Imagina mi boca justo aquí -murmuró, acariciándola lentamente, extendiendo su humedad hacia arriba, sobre el clítoris-. Mi lengua tocándote con suavidad, y luego presionando cada vez más…

Ella echó la cabeza hacia atrás y movió las caderas contra sus dedos. Y entonces se deshizo en suaves jadeos, que pronto dieron paso a un largo y entrecortado jadeo que acompañó las convulsiones del orgasmo. Pero, lejos de saciarla, pareció que la enardeció aún más. A los pocos segundos del climax estaba agitándose bajo el cuerpo de Jace, separando las piernas y apremiándolo a que siguiera. Antes de que él se percatara de sus intenciones, ella le había agarrado la cintura de los pantalones y le estaba bajando la cremallera. Tiró de los pantalones hasta los muslos y agarró su erección a través de los calzoncillos. Por increíble que pareciera, el miembro de Jace creció en longitud y grosor con cada caricia de sus dedos.

Jace emitió un siseo entre los dientes y apenas fue capaz de contenerse. La agarró de las muñecas y le sujetó las manos por encima de la cabeza para no perder el control de la situación. Sabía que las bebidas que Leah había tomado en la discoteca eran en parte las responsables de su desinhibición, y aunque él se negaba a hacerle el amor si no estaba completamente lúcida, no podía negar que ambos lo deseaban.

La besó en la boca y empezó a frotar la erección contra su sexo. Ella le rodeó instintivamente la cintura con las piernas y se arqueó hacia él. La seda empapada se pegó al algodón que confinaba su pene hinchado. Jace se imaginó penetrándola sin ropa por medio, se imaginó rodeado por su calor femenino, y cuando ella se tensó contra él y gritó de placer al recibir un segundo orgasmo, no pudo aguantar por más tiempo.

Un intenso temblor lo recorrió al descargar su caudal de pasión contenida, vaciándose por entero y no sólo físicamente. Enterró la cara en el cuello de Leah y soltó un último y largo gemido. Así permaneció varios minutos, y cuando finalmente levantó la cabeza y la miró a los ojos, ella le dedicó una sonrisa de plenitud y satisfacción.

– Gracias por esta lección tan esclarecedora y agradable -le dijo suavemente, con los ojos medio cerrados.

– Ha sido un placer -murmuró él. La besó en los labios y se levantó-. Enseguida vuelvo -dijo mientras se dirigía hacia el cuarto de baño.

Cuando volvió, la encontró donde la había dejado, con las manos aún sobre la cabeza, el vestido remangado sobre las caderas y los muslos separados. Su aspecto era deliciosamente descuidado, y si no fuera porque se había quedado dormida, Jace no habría podido resistirse una segunda vez.

Pero finalmente la noche la había agotado y él tenía que marcharse, por mucho que deseara quedarse con ella.

– Vamos, Bella Durmiente -susurró mientras la levantaba del sofá-.Vamos a llevarte a la cama.

Leah emitió un suave suspiro y se acurrucó contra su pecho mientras la llevaba al dormitorio. A Jace le resultó una sensación sumamente agradable tenerla en sus brazos, como si fuera algo más que una amiga en su solitaria vida. Más que una amante de fin de semana.

La ayudó a quitarse el vestido y el sujetador, y sonrió al recordar que apenas había dedicado tiempo a esos, pechos pequeños y perfectamente redondeados. Pero todavía quedaba el día siguiente y más lecciones que impartir, y se aseguraría de ofrecer a esos dulces montículos de carne la atención que merecían.

Cuando la arropó con las mantas, Leah ya estaba dormida y su respiración era profunda y sosegada. Jace permaneció observándola unos minutos, deseando meterse en la cama con ella y abrazarla contra él, en vez de volver a su casa solitaria y su cama vacía.

Aquello lo estaba afectando más de lo que nunca se hubiera permitido reconocer. Y ya no estaba seguro de qué podía hacer con esos sentimientos crecientes que le hacían desear lo imposible con Leah.

Al día siguiente por la tarde, Leah entró en Jace's Auto Repair con un paso más ligero y una mayor confianza en sí misma que el día anterior, cuando acudió a hacerle la proposición a Jace. En apenas veinticuatro horas, había pasado de ser una chica incapaz de seducir a un hombre con una «sexcapada» a una mujer decidida, impetuosa y espontánea que perseguía todo aquello que deseara, sin el menor sentimiento de culpa o remordimiento.