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– Se van a cargar el informe, Mará. Ya verás.

– Pues a mí me entusiasmó. «Excelentísimo señor: en Brétema el verdadero poder se ejerce en la oscuridad y el silencio…». Maravilloso. Parece un pasquín anarquista.

Y siguió con la voz de locutora de una remota emisión en onda corta: «La única forma de hacer algo efectivo contra el crimen organizado es ver y oír en esa zona de sombra y de silencio».

Quien abre la puerta sin llamar, como siempre, es Grimaldo, un inspector veterano, pasado de kilos, con ojos de pez y lengua afilada. Viste con una mezcla de dandismo y desaliño. Trae el periódico, la Gazeta de Brétema, en la mano y lo arroja encima de la mesa de Fins.

En primera plana se ve a Mariscal sonriente, con un gran titular entrecomillado:

Brancana, favorito para alcalde

«BRÉTEMA SERÁ UN MODELO DE PROGRESO»

Debajo de la foto, un subtítulo:

«Aquí, los contrabandistas son gente honrada»

Se veía que Grimaldo estaba disfrutando: -Ahí tienes una obra maestra para incorporar a vuestro gráfico del Juicio Final. Los contrabandistas son gente honrada. ¡Con dos cojones! No te amargues, Fins, diviértete. El viejo Mariscal es un gran cómico. Pero fíjate en esta otra perla:

ÓSCAR MENDOZA,

NUEVO PRESIDENTE

DE LA CÁMARA DE COMERCIO

– Y como en los milagros no hay dos sin tres. Pasemos a la página de Deportes, déjame a mí, ahí, ahí…

Con Víctor Rumbo, presidente

EL SPORTING BRÉTEMA,

DE GIRA POR AMÉRICA

– ¿No es fantástico? ¡Un equipo de tercera a la conquista del Potosí! Y como capitán de la expedición, el nuevo entrenador: Chelín, un inspirado, un amigo de la «farmacia». ¡Vale! Me voy. Os dejo trabajar laboriosamente por el Apocalipsis. ¡Al alba se eclipsará la luna con el vuelo de las gallinas! Ya lo veréis desde esta atalaya donde se redacta el Gran Informe Confidencial sobre el Poder Narco. Tan confidencial que todavía hay alguna gente, poca, en Brétema que no lo conoce.

Haroldo Grimaldo se va. Deja esparcidas las hojas del periódico como una triunfante estela cínica. Fins le apunta con el gesto de la higa a modo del cañón de un arma.

– ¡Que te joda un pez, Grimaldo!

– No pierdas el tiempo -le dice Mará-. No te amargues con esa lengua bífida.

– Debería escribir él el informe. ¿Y sabes por qué? Porque está en el secreto.

Leían aquellas noticias de las novedades sociales en Brétema con el aire abatido de quien se demora en los obituarios. Ahora sí que llamaban a la puerta. Mará abrió.

– ¡Fins!

Allí estaban el teniente coronel Alisal y el comisario Carro. Su aspecto no era precisamente el de mandos en retirada, derrotados por la marea de corrupción. El comisario tomó la delantera con una metáfora efusiva.

– ¡Se encendió la luz verde!

– Esta noche se pondrá en marcha la Operación Brétema -informó Alisal-. Ustedes, además de la Superioridad, son los primeros en saberlo. Sólo dispondremos del tiempo imprescindible para que se incorporen refuerzos no contaminados.

– Las intervenciones telefónicas, señor… Siempre lo joden todo.

– No se preocupe -dijo Alisal-. Esta vez ya cortamos lenguas y orejas. Y hemos puesto veneno en las toperas.

Capítulo XXXVIII

– Tú asustas a las bolas, Carburo. Por eso ganas.

A Mariscal le divertía el gesto intimidatorio de su guardaespaldas jugando al billar. Carburo arqueaba el cuerpo y, con la mirada y el puntero del taco en sincronía amenazadora, parecía transmitir a las bolas consignas inapelables.

Sonó el teléfono, un supletorio de color negro fijado en la pared del reservado.

El Viejo hizo un gesto de desinterés. Déjalo que timbre. No llevaba bien la mediación de los aparejos. Ni la fascinación por las nuevas técnicas. En el fondo, tenía razón el portugués Delmiro Oliveira en una de sus bromas: «Mariscal es de los que piensan que los gringos no pisaron la Luna». Sí, era un asunto personal. La televisión y los vídeos estaban hundiendo el cine. Y el contrabando de cintas era rentable, pero no un negocio que entusiasmase. Peccata minuta. Lo mismo había pasado con los salones de baile, que fueron declinando hasta el cierre por causa de lo que él llamaba la «cacharrada». Las rock-ola, los pick-up. En cuanto al timbre del teléfono, era para él el triunfo técnico de la intromisión en lo privado. Lo tomaba a pecho. El teléfono destruyó la familia vaquera y acabó con los caballos en el cine. Y sin caballos, no hay centauros en el desierto. «¡Ni lanchas rápidas en el mar!», le dijo un día Rumbo. Pobre Rumbo. Qué sorna tenía el cabrón.

Hubo tres llamadas seguidas, que se interrumpieron al primer timbrazo. Un intervalo de silencio. Luego, una cuarta llamada que no dejó de sonar. Mariscal prestó atención al aparato. En la pared, con ese color negro, excepto la blancura del disco, había adquirido una melancolía animal de ojo panóptico.

Sin esperar órdenes, Carburo fue a descolgar el teléfono.

– Sea quien sea, dile que no estoy -dijo Mariscal, con rutina. Y se fijó en el otro animal, el búho disecado. Hacía tiempo que se le habían averiado los ojos eléctricos. Había ordenado varias veces que le repusiesen las luces, pero he aquí el poder de la tecnología, pensó enojado. No había manera de reparar los pobres ojos del viejo búho.

– Recibido -dijo Carburo. Y añadió antes de que Mariscal pudiese dar ninguna indicación: «Saludos al señor Viriato».

Mariscal, el rictus grave, murmuró: «Viriato, ¿eh?».

– Esta misma noche, Patrón.

La mente de Mariscal no necesitaba más información para tejer hilos. Era una clave de seguridad para circunstancias extremas: «Nos vamos, Carburo. Hay que pasar la frontera antes de medianoche».

Carburo retiró de inmediato el tapete verde de la mesa de billar, levantó los tableros y quedó a la vista un cubículo con un maletín que pasó a Mariscal. Este lo abrió y comprobó lo que contenía. Había documentos y un arma.

Un Astra 38 Special.

El Patrón miró de soslayo a Carburo. Luego giró el cilindro. Y al fin lo sopesó. Más pequeño que la mano, pero de apariencia más fiera. La madera resabiada. El acero fusco. El cañón achatado.

– No me digas que es pequeño, Carburo. ¡Es un mundo!

Brinco y Leda cenan en un restaurante de reciente apertura, en el espacio del nuevo puerto deportivo. El Post-da-Mar. Una novedad, una avanzadilla de la nouvelle cuisine en Brétema. Comparten la mesa con una pareja de su edad, pero se percibe, ya de entrada, el contraste. La forma de moverse y de hablar. También en la vestimenta. Los cuatro van elegantes, pero la ropa y demás aderezos de la nueva pareja tienen todavía el brillo del escaparate de moda. Él es, desde hace medio año, director de una sucursal bancada en Brétema. Y la mujer acaba de abrir la franquicia de una casa de joyería, pormenor del que informa a los otros con un entusiasmo en el que refulgen ojos y labios.

– Tu dama de los naufragios va guapísima esta noche -dijo Mará.

Fins ignoró el comentario. Había algo que lo tenía ocupado.

– ¿Quiénes son los otros?

– ¿Los del papel cuché?

– Sí. ¿De dónde salieron esos pijos?

– Informando Mnemosine. El es Pablo Rocha. El director de la sucursal bancada de la que te hablé, con repentino y entusiasta interés por las transferencias desde Brétema con Panamá y las islas Caimán, con tránsito por Licchtenstein y Jersey. Un fenómeno.

– No le hacía falta ir tan lejos. Se blanquea mejor aquí, directamente.