4:30 p.m.
Spencer despejó la habitación. Ordenó que nadie saliera de la casa, ni siquiera Leo y Kay.
Observó el mensaje garabateado.
Las rosas ya son rojas.
A juzgar por el trazo fluido e irregular, supuso que había sido escrito con una brocha mojada en pintura o en algún otro líquido.
No sabía a ciencia cierta qué significaba, pero tenía una idea bastante precisa.
Muy probablemente alguien había muerto.
– ¿Eso es sangre? -preguntó Tony, refiriéndose a la sustancia utilizada para escribir el mensaje.
Spencer se agachó y tocó la última letra; luego se llevó el dedo a la nariz. Era un olor orgánico. Muy nítido. En nada parecido al de la pintura. Asintió con la cabeza mirando a su compañero mientras se frotaba los dedos para comprobar la viscosidad de aquella sustancia.
– Creo que sí. ¿Ves cómo se va oscureciendo a medida que se seca?
– Podría ser sangre de algún animal -sugirió Tony.
Podría ser. Pero Spencer suponía que no lo era.
– Diles a los técnicos que vengan cuanto antes. Quiero que analicen esto y busquen pruebas. Y quiero que lo empolven todo en busca de huellas.
Se giró. Stacy estaba en la puerta. Se acercó al mensaje.
– Visteis un boceto igual, ¿verdad?
– Sí.
Ella frunció el ceño.
– Crees que los naipes están muertos.
– No tengo pruebas…
– No estamos hablando de pruebas. En Alicia en el País de las Maravillas, Alicia se encuentra por casualidad con dos naipes, el Cinco y el Siete de Espadas, que están pintando de rojo unas rosas blancas. Si nos basamos en la pauta marcada por el ratón, esto significa que la persona o personas que representan esos personajes están muertas.
Él no contestó. Los dos sabían que no hacía falta. Naturalmente, eso era lo que Spencer pensaba.
– Si nuestro dibujante es el asesino, ¿por qué dejar los naipes en vez del dibujo original?
– Obviamente porque no tenía el dibujo en su poder. Por qué nosotros ahuyentamos a Pogo.
Tony cerró de golpe su móvil y se acercó a Spencer.
Habló en voz baja para que sólo él pudiera oírle.
– Si es sangre, el proceso de desoxidación nos ayudará a determinar desde qué hora lleva aquí esto.
Spencer asintió con la cabeza.
– Así podremos descartar a ciertas personas.
– Exacto.
– ¿Quieres hacer tú los interrogatorios? ¿O prefieres que me ocupe yo? -preguntó Spencer.
– Este es tu show, Niño Bonito. Adelante.
Salieron del despacho y Spencer se acercó a Kay y Leo. Estaban sentados en el último escalón. Leo rodeaba los hombros de su mujer con el brazo.
– Tengo que hacerle unas preguntas. ¿Se siente preparada?
Ella asintió con la cabeza.
– Lo intentaré.
Spencer abrió su libreta de espiral.
– ¿Quién ha tenido acceso a la casa hoy?
– ¿Quién no, querrá decir? -Kay se pasó lentamente una mano por el pelo-. Este sitio es como una estación de tren incluso en sábado.
– ¿Podría ser más concreta?
– Claro -exhaló un largo suspiro-. La familia. Usted, su compañero y Stacy. La señora Maitlin y Troy. Y Barry, el jardinero, también vino esta mañana.
– ¿Qué me dice de Clark?
– Los fines de semana libra.
– ¿Quién más?
Ella fue desgranando una lista de personas que habían entrado y salido de la casa a lo largo del día. Su entrenador personal y su manicura. El cartero. Y también un mensajero.
– ¿En sábado?
– Sí, también se pueden mandar paquetes en sábado. Pero más caro, por supuesto.
– ¿Podría haber entrado alguien sin que se dieran cuenta?
Kay miró a Leo y se puso colorada.
– ¿Cuántas veces te he dicho que teníamos que instalar un sistema de cámaras de vigilancia?
– Nadie ha sufrido daños, Kay. Si te calmaras un poco…
– ¿Calmarme? ¡Han entrado en nuestra casa, Leo! -Kay se levantó bruscamente con los puños cerrados. Spencer sintió que no sólo estaba asustada, también estaba furiosa con su ex marido-. ¿Cómo quieres que me calme?
Leo parecía azorado.
– Están intentando asustarnos.
– ¡Pues lo han conseguido!
– Respire hondo, señora Noble -dijo Spencer-. Descubriremos qué ha pasado.
Ella asintió con la cabeza mientras se esforzaba visiblemente por tranquilizarse.
– Adelante.
Spencer le hizo algunas otras preguntas y luego se volvió hacia Leo.
– ¿Y usted, Leo? ¿A qué hora estuvo por última vez en su despacho?
El se quedó pensando un momento.
– A las dos de la madrugada.
– ¿A las dos de la madrugada?
– Sí.
– ¿Y desde entonces no ha vuelto a entrar?
– No. He dormido hasta tarde. Me cuesta despertarme.
– Rara vez pisa el despacho antes de mediodía -dijo Kay-. Hoy ni siquiera se molestó, por la partida.
– ¿Y usted no ha entrado en el despacho esta mañana? -le preguntó a Kay.
Ella enarcó una ceja.
– ¿Para qué iba a entrar?
– Para llevar algún papel. Para contestar al teléfono. Se me ocurren unas cuantas razones, señora Noble.
– Yo no soy una secretaria, detective.
Spencer entornó los ojos, molesto por su tono displicente. Pensó en apretarle un poco las tuercas y enseguida descartó la idea, les dio las gracias y concentró su atención en los demás moradores de la casa. La primera, la señora Maitlin.
– ¿Se encuentra bien? -ella asintió con la cabeza-. Necesito que recuerde qué ha hecho esta mañana hasta que entró en el despacho del señor Noble. ¿Podrá hacerlo?
Ella asintió de nuevo.
– Iba a llevar unas flores frescas al despacho.
– ¿Lo hace todos los sábados?
– No, normalmente lo hago los viernes. Pero ayer no pude ir a la floristería.
– Entonces ¿ha ido hoy? -ella contestó que sí-. ¿Estuvo mucho tiempo fuera?
– Una hora -al ver la expresión de Spencer, le lanzó una rápida mirada a su jefe-. Me pasé por el Starbucks. Había mucha cola.
– ¿Qué hora era?
Ella miró nerviosamente su reloj.
– No lo sé, entre las nueve y media y las diez y media.
– ¿No entró en el despacho en toda la mañana?
– No.
Él advirtió que no lo miraba a los ojos.
– ¿Ni siquiera para llevarse las flores secas?
– Eso lo hice ayer -ella juntó las manos-. Las flores duran exactamente una semana. Al señor Noble no le gusta verlas marchitas.
¿Y a quién sí? Qué suerte tenía aquel mamón.
– Entonces, ¿entró en el despacho con las flores?
– Sí.
Algo en su voz y en sus gestos le hizo pensar que no estaba siendo del todo sincera con él.
– Llevó las flores al despacho y entonces ¿qué?
– Abrí la puerta. Entré y… -apretó los labios-. Vi el dibujo y fui a buscar a la señora Noble.
– ¿Y dónde estaba la señora Noble?
– En su despacho.
– ¿Dónde están ahora?
Ella lo miró con perplejidad, parpadeando.
– ¿Cómo dice?
– Las flores. No están sobre la mesa.
– No sé dónde… En la cocina. En la encimera, creo.
– Nosotros estábamos jugando a las cartas en la cocina. No recuerdo haberlas visto allí.
– En la mesa de la señora Noble -dijo ella con alivio-. Fui a buscarla y dejé el jarrón sobre su mesa. Pesaba mucho.
Spencer se imaginó la secuencia de los hechos tal y como la había descrito la señora Maitlin.
– Gracias, señora Maitlin. Puede que más tarde tenga que hacerle alguna otra pregunta.
Ella asintió con la cabeza, empezó a alejarse y de pronto se detuvo.
– ¿Qué significan? ¿Esas cartas, el mensaje?
– Aún no estamos seguros.
Llegaron los técnicos. Spencer los saludó y los condujo al despacho. Volvió a mirar a la asistenta y vio que estaba observando, pálida y abatida, los movimientos del equipo.