Al percatarse de que la estaba mirando, giró sobre sus talones y se alejó. Spencer la siguió con la mirada y frunció el ceño. Aquella mujer le estaba ocultando algo. Pero ¿qué? ¿Y por qué razón?
Spencer fue en busca de Troy, el chofer y chico para todo de Leo. Lo encontró lavando el Mercedes. Al verlo, se incorporó.
– Hola -dijo.
– ¿Tiene un minuto?
– Claro -Troy tiró la bayeta sobre el capó del coche-. De todas formas necesitaba un pitillo.
Spencer esperó mientras el chofer sacaba un cigarrillo, lo encendía y daba una calada. Luego le lanzó una sonrisa blanca y radiante.
– Un mal hábito. Pero todavía soy joven, ¿no?
Spencer convino en que lo era.
– ¿Ha notado hoy algo fuera de lo normal?
Él le dio otra chupada al cigarrillo y entornó los ojos, pensativo.
– No.
– ¿Ha visto a alguien que le haya llamado la atención? -el chofer volvió a contestar que no-. ¿Estuvo aquí fuera toda la mañana?
– Sí, lavando y dándole cera al Benz. Lo hago todos los sábados. Al señor Noble le gusta que sus coches estén siempre a punto.
Spencer miró su Camaro, que estaba aparcado junto a la acera y necesitaba con urgencia un buen baño.
– ¿Es suyo? -preguntó Troy, indicando con el dedo el Camaro.
– Sí.
– Muy bonito -tiró el cigarrillo-. No he estado aquí en toda la mañana. El señor Noble me mandó a buscar unas cosas para el juego.
– ¿A qué hora fue eso?
– Entre las ocho y las diez y media. Más o menos. Y sobre las doce salí a comer un bocadillo.
– Gracias, Troy. ¿Va a estar por aquí todo el día?
El chofer sonrió y recogió su bayeta.
– Tengo que estar aquí por si me necesita el jefe.
– ¿Niño Bonito?
Spencer se giró al oír la voz de su compañero. Esperó mientras Tony subía por el camino.
– ¿Has conseguido algo? -preguntó.
– Nada importante. La señora de enfrente se ha quejado de las idas y venidas que hay aquí a todas horas. Asegura que los Noble están metidos en asuntos ilegales -hizo una pausa-. O que son alienígenas.
– Genial. ¿Y esta mañana?
– Más tranquilo que una tumba.
– ¿Algo más?
– No -miró su reloj-. ¿Has acabado aquí?
– Todavía no. Tengo que interrogar al jardinero. ¿Te vienes?
Tony dijo que sí y se dirigieron juntos hacia la parte de atrás. El jardín era frondoso y estaba bien cuidado. Había un número asombroso de lechos de flores que atender. En ciertas épocas del año, como en ésa, probablemente hacía falta un trabajador a tiempo completo para que las flores tuvieran aquel aspecto.
El jardinero estaba de rodillas en el rincón más al sur de la finca, sembrando plantas anuales. Alegrías, notó Spencer al acercarse a él.
– ¿Barry? -preguntó-. Policía. Tenemos que hacerle unas preguntas.
Spencer vio que no se trataba de hombre, sino de un muchacho. Poco más que un niño. Barry frunció el ceño y se quitó los auriculares.
– Hola.
Spencer le enseñó su insignia.
– Tenemos que hacerte un par de preguntas.
Distintas emociones cruzaron la cara del muchacho: sospecha, curiosidad, miedo. Asintió con la cabeza y se levantó, limpiándose las manos en los pantalones vaqueros cortos. Era alto, desgarbado y flaco.
– ¿Qué pasa?
– ¿Llevas aquí todo el día?
– Desde las nueve.
– ¿Has hablado con alguien?
El chico titubeó un momento y luego sacudió la cabeza.
– No.
– No pareces muy seguro.
– No -se puso colorado-. Estoy seguro.
– ¿Has visto a alguien?
– Llevo todo el día de rodillas, de cara a la valla. ¿Cree que he podido ver a alguien?
Qué suspicaz.
– ¿Has plantado todo esto hoy? -Spencer señaló la ringlera de alegrías.
– Sí.
– Muy bonitas.
– Eso creo yo -sonrió, pero la curvatura de sus labios parecía rígida.
– ¿Has entrado en la casa hoy, Barry?
– No.
– ¿Y qué haces, mear en los arbustos?
– En la caseta de la piscina.
– ¿Y el agua y la comida?
– Traigo todo lo que necesito.
– ¿Has visto hoy a alguien a quien no conocieras?
– No -miró hacia la casa y volvió a fijar la vista en ellos-. ¿Les importa que vuelva al trabajo? Si no acabo hoy, tendré que volver mañana.
– Adelante, Barry. Estaremos por aquí…, si te acuerdas de algo.
El muchacho volvió a su tarea. Spencer y Tony echaron a andar hacia la casa.
– Se ha puesto muy a la defensiva para haberse pasado todo el día con la nariz entre el barro -dijo Tony.
– Lo mismo pienso yo -sonó su teléfono; Spencer respondió a la llamada-. Aquí Malone.
Escuchó y luego le pidió al operador que repitiera lo que le había dicho. No porque no le hubiera oído bien, sino porque deseaba no haberlo hecho.
– Vamos para allá.
Miró a Tony, que lanzó una maldición.
– ¿Y ahora qué? Es sábado, joder.
– Walter Pogolapoulos ha muerto. Ha aparecido en la orilla del río Misisipi.
– Hijo de puta.
– Oh, la cosa es aún mejor. Su cadáver está en el paseo Moonwalk. Lo encontró un turista de Kansas City. Por lo visto el alcalde está que trina.
Capítulo 34
Sábado, 12 de marzo de 2005
6:00 p.m.
Cuando llegaron al paseo Moonwalk, en el Barrio Francés, el lugar de los hechos estaba ya acordonado por completo. La cinta policial y los coches patrulla habían atraído al gentío como la miel a las moscas.
Spencer aparcó el Camaro junto a las vías del tren. Abrió la guantera, sacó el frasco de Vicks Vaporub que guardaba allí y se lo metió en el bolsillo de la chaqueta.
Miró a Tony.
– ¿Listo?
– Vamos.
Salieron del Camaro. El Moonwalk, un paseo construido sobre el dique del Barrio Francés, se hallaba situado entre Jackson Square y el río Misisipi, el Café du Monde y el centro comercial Jax Brewery.
Spencer paseó la mirada por la zona. Qué desconsiderado por parte de Pogo ir a aparecer allí. En términos de visibilidad, pocos lugares superaban a aquél. En términos de atención no deseada, aquel lugar era aún peor. Todo cuanto afectara al turismo, la principal actividad económica de la ciudad, despertaba el interés. Del gobernador. Del alcalde. De los medios de comunicación.
El alcalde pondría a caldo al jefe de policía, quien a su vez pondría a parir a su tía Patti. Quien, por su parte, les apretaría las tuercas a ellos.
Menuda mierda.
A Tony y a él se les iba a caer el pelo.
Se acercaron a uno de los policías uniformados que montaban guardia en el perímetro acordonado y firmaron el impreso.
– Infórmenos.
– Lo encontró un turista. El pobre hombre se puso malo -señaló hacia los coches patrulla. Spencer vio que uno de ellos tenía la puerta de atrás abierta y que en el asiento había un hombre sentado de lado, con la cabeza entre las manos-. Mi compañero le está haciendo de niñera.
– Chico -masculló Tony-, creo que ya no estamos en Kansas.
El agente se rió tontamente.
– El olor llega hasta el Café du Monde, pero creyeron que era alguien que había tirado ahí la basura.
Spencer se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el frasco de Vicks. Tras ponerse una pizca, le dio el frasco a Tony, que también se puso un pegote bajo la nariz.
Subieron las escaleras hasta el mirador. Tony iba jadeando cuando llegaron arriba. Se detuvo para recuperar el aliento.
– Soy demasiado viejo y demasiado gordo para esta mierda.
– Me tienes preocupado, Gordinflón. Apúntate a un gimnasio.
– Me temo que eso me mataría -cruzaron las vías y subieron los peldaños hasta el dique-. Ya casi he alcanzado el nivel de tele adicto. No quiero estropearlo ahora.