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Spencer y Tony no habían tenido tanta suerte. Irrumpieron en la taberna seguidos por una ráfaga de lluvia y viento.

Shannon les echó un vistazo y meneó la cabeza.

– Polizontes.

– La culpa la tiene John Junior -dijo Spencer, y agarró el paño que le lanzó el barman.

Se secó primero el pelo y luego el resto de la cara lo mejor que pudo. Había sido, en efecto, una llamada de John Junior lo que le había llevado hasta allí. Sólo faltaban seis meses para las bodas de oro de sus padres. Había que empezar a planear la celebración inmediatamente. El hecho de que se hubiera acordado John Junior no suponía ninguna sorpresa. Como era el mayor de los hermanos, a John Junior le tocaba hacer siempre el papel del más responsable.

Afortunadamente. Porque, siendo siete que organizar y pastorear, hacía falta alguien que estuviera dispuesto a asumir esa tarea. Tony le había acompañado porque Betty y Carly se habían ido a comprar un vestido para el baile de promoción de la chica e iba a cenar solo.

Shannon les sirvió algo más que una cerveza bien fría; sus hamburguesas se contaban entre las mejores de la ciudad: grandes, jugosas y a un precio asequible para el bolsillo de un policía.

Quentin y su mujer, Anna, fueron los siguientes en llegar. Spencer no podría haber deseado una cuñada mejor. Tenía el convencimiento de que había sido ella quien había dado fuerzas a Quentin para perseguir sus sueños.

– Hola, hermanito -dijo Quentin, dándole una palmada en la espalda-. Shannon, cerveza y un agua mineral.

– Anna -Spencer besó a su cuñada en la mejilla y se apartó para mirarla-. Estás preciosa.

Embarazada de tres meses de su primer hijo, su cuñada irradiaba felicidad.

– ¿Cómo va el negocio de la escritura?

– De muerte -dijo ella con sorna-. Como siempre.

Anna era una exitosa novelista de suspense. Conocía a Tony a través de Quentin y se sentó de buen grado junto a los policías de más edad.

Percy y Patrick entraron hechos una sopa. Un momento después apareció John Junior, acompañado de su mujer, Julie, enfermera titulada. Sauna y Mary llegaron después.

Altos, guapos y ruidosos, los hermanos Malone siempre llamaban la atención. Sobre todo de las mujeres. Pero en Nueva Orleans eso no era necesariamente así. Las hermanas Malone habían aprendido a usar el carisma de sus hermanos en beneficio propio. Mientras todas las mujeres disponibles en un lugar dado competían por las atenciones de sus hermanos, ellas podían elegir a su antojo entre todos los demás hombres.

Y, con frecuencia, aquello funcionaba.

Esa noche, sin embargo, tenían planes serios que discutir.

– La tía Patti y el tío Sammy van a venir -dijo Mary mientras iba besando a sus hermanos en la mejilla-. He hablado con ella de camino aquí. Llegan un par de minutos tarde.

– Es igual -dijo Percy al tiempo que le hacía una seña a Shannon-. De todas formas nunca hemos empezado una reunión familiar a tiempo.

– Me siento ofendido -repuso John Junior, y le dio un largo trago a su cerveza de barril.

– Querrás decir que te sientes representado -añadió con sorna Patrick, el contable-. Recordad que estamos en época de pago de impuestos. A diferencia de vosotros, yo tengo que trabajar doce horas diarias durante el próximo mes. Así que, que empiece el espectáculo.

Las respuestas de sus hermanos variaron entre quien hizo girar los ojos y quien comentó que era un quejica. Spencer sonrió. Patrick, el gruñón de la familia.

Se abrió la puerta de golpe y aparecieron la tía Patti y el tío Sammy. Con ellos entró otra ráfaga de viento y lluvia.

– Hace un día de perros -exclamó ella mientras cerraba el paraguas y lo dejaba en el perchero, junto a la puerta-. ¿No podrías haber elegido una noche peor, John Junior?

Su comentario fue acogido con silbidos y aplausos.

John junior se puso colorado.

– Sin mí, esta familia se iría a pique.

La pareja hizo su ronda de besos y abrazos.

Al acercarse a Spencer, su tía se inclinó.

– Tenemos que hablar. Esta noche. Antes de que te vayas.

Su tono hizo fruncir el ceño a Spencer.

– ¿Qué pasa?

Ella sacudió la cabeza levemente, indicándole que no podía hablar en ese momento.

Spencer comprendió que, se tratara de lo que se tratase, tenía que ver con el trabajo. Y era serio.

Dos horas y media después, el grupo comenzó a disgregarse. A pesar de que eran alborotadores e indisciplinados, habían logrado ponerse de acuerdo. Habían hecho planes. Cada hermano tenía una misión que cumplir. John Junior esperaría puntuales informes al cabo de una semana.

Spencer miró a su tía. Ella le indicó por señas que se verían en la sala de billar del fondo del local.

Spencer la encontró allí, de espaldas a él. Cuando se dio la vuelta, él frunció el ceño. Parecía agotada y pálida.

– ¿Te encuentras bien, tía Patti?

– Sí -su tono expeditivo le hizo comprender que se había calado con firmeza la gorra de comisaria-. Hoy me han llamado de la DIP

La División de Integridad Pública. El equivalente a Asuntos Internos en la policía de Nueva Orleans.

Spencer se quedó helado. El pasado pareció abatirse de pronto sobre él. Dos años antes, cuando su anterior capitán le había llamado a su despacho, había dos tipos de la DIP esperándolo.

Había sido una encerrona. La especialidad de la DIP

– Me han preguntado por ti, Spencer. Por el caso.

– ¿El caso? ¿El Conejo Blan…?

– Sí.

Él sacudió la cabeza.

– ¿Por qué?

– No estoy segura -ella se frotó el pecho mente-. Intentaban sondearme.

– ¿A qué viene todo esto?

– Dímelo tú.

– No hay nada -buscó su memoria-. Lo hemos hecho todo conforme al reglamento.

– Hay algo más. Me llamó el jefe. Para hablarme de ti. Y del caso.

Aquello tenía mala pinta. El interés del jefe de policía siempre auguraba problemas.

Spencer sacudió de nuevo la cabeza.

– ¿Por qué? No lo entiendo.

Ella le apretó el brazo.

– Tony y tú -dijo con voz tensa-, andaos con cuidado.

Spencer abrió la boca para decir algo, pero enmudeció al ver que la cara de su tía se crispaba de dolor.

– ¿Tía Patti? ¿Qué te pasa?

Ella intentó hablar, pero no pudo. Se llevó una mano al pecho. Alarmado, Spencer llamó a voces a su tío y a su cuñada.

Los miembros de la familia entraron corriendo. Julie le echó un vistazo a la tía Patti y gritó que alguien llamara a emergencias.

Veinte minutos después, la tía Patti había sido enviada en ambulancia a la clínica Touro, donde se informó a la familia de que había sufrido un ataque al corazón.

El clan Malone se había presentado al completo, lo cual explicaba la expresión irritada de la enfermera de planta.

Spencer sabía que la enfermera tendría que ir acostumbrándose a las multitudes; los policías se cuidaban entre ellos. Era probable que su tía tuviera visitas las veinticuatro horas del día. Y sin duda alguna intentarían llevarle chucherias. Cosas como donuts Krispy Kreme. O hamburguesas Krystal.

La espera se hizo interminable. Luego, por fin, dejaron pasar al tío Sammy a ver a Patti, y después de él a la madre de Spencer, que acababa de llegar. Los demás tuvieron que esperar.

Cuando apareció el médico, un tipo que parecía demasiado joven para confiarle el cuidado de la tía favorita de nadie, les explicó que el infarto, producido por el bloqueo de una arteria, había sido leve. Le habían suministrado un potente medicamento para disolver el coágulo.

– Ha preguntado por Spencer -dijo el médico.

– Soy yo.

El médico lo miró.

– ¿Es policía?

– Sí.

– No hable de trabajo con ella. No quiero que se excite.

– Entendido, doctor.

Spencer entró en la habitación. Para ser tan dura, su tía parecía muy frágil.

Sonrió débilmente.