– Creo que esta vez he dado con un delincuente duro de pelar.
– El médico dice que tienes bloqueada una arteria. Te ha dado un medicamento milagroso que se supone que resuelve el problema. Te pondrás bien.
– No estoy preocupada por… mí. Tú…
– Chist -Spencer le apretó la mano-. Yo sé cuidar de mí mismo.
– Pero…
El le apretó la mano otra vez.
– Tendré cuidado. La investigación va por buen camino. Tony y yo nos aseguraremos de que sigue así. Tú concéntrate en ponerte bien. Ése es tu trabajo ahora.
Ella se adormeció. Spencer se quedó un rato con ella, viéndola dormir.
“Andaos con cuidado”.
Aquellas tres palabras le devolvían a la época terrible en la que se encontraba a cada paso con la sospecha y todo el mundo parecía tenerlo enfilado.
¿Por qué había despertado el interés del jefe de policía y de la DIP?
La enfermera asomó la cabeza en la habitación.
– Se acabó el tiempo, señor Malone.
Él asintió con la cabeza, le dio un suave beso en la frente a su tía y regresó a la sala de espera.
Tony y algunos otros compañeros habían ido a presentarle sus respetos al tío Sammy y estaban agrupados, hablando. Spencer se llevó a Tony aparte.
– Esta tarde, mi tía me dijo que habíamos llamado la atención del jefe de policía. Y de la DIP
Tony puso unos ojos como platos.
– ¿Por qué?
– No lo sabía. Le estuvieron preguntando por el caso del Conejo Blanco.
El más mayor de los dos frunció el ceño.
– Ese cretino de Pogo tenía que aparecer en el Barrio Francés.
Spencer asintió con la cabeza.
– Pero eso no explica qué pintan en esto los de la DIP. A esos suelen interesarles los casos de corrupción.
– Deja que pregunte por ahí. A ver si alguien ha oído algo.
John Junior le hizo señas a Spencer para que se acercara. Spencer echó a andar hacia él, pero giró la cabeza hacia su compañero.
– Hazlo. Y mantenme informado.
Capítulo 38
Martes, 15 de marzo de 2005
9:30 a.m.
Alicia entró súbitamente en la cocina. Posó un instante la mirada en Stacy y luego se acercó a la asistenta.
– Me voy corriendo al Café Noir a tomarme un moccaccino.
Stacy rebuscó en su memoria. ¿Alicia frecuentaba el Café Noir? ¿La había visto alguna vez por allí? Muchos adolescentes acudían al Café Noir, sobre todo a última hora de la tarde y justo después de clase. Pero no recordaba haber visto por allí a Alicia.
La señora Maitlin, que estaba frente al fregadero, miró a la muchacha por encima del hombro.
– ¿Y tus clases?
– Aún no he empezado. El señor Dunbar no se encuentra bien. Me ha preguntado si me importaba que empezáramos más tarde.
Saltaba a la vista que Alicia estaba encantada. A Stacy se le pasó por la cabeza la idea de que tal vez el pobre señor Dunbar hubiera sido envenenado.
La asistenta le lanzó a Stacy una mirada nerviosa y luego se volvió hacia la muchacha.
– Tus padres han dado órdenes estrictas de que no salgas sola de casa. Si me esperas unos minutos, te…
Alicia se enfurruñó.
– ¡El Café Noir no está ni a seis manzanas de aquí! Seguro que no se referían a…
– Lo siento, tesoro, pero con todo lo que ha pasado…
– ¡Esto es absurdo!
– Yo iré contigo -dijo Stacy, poniéndose en pie-. Me vendrá bien dar un paseo.
Alicia la miró con enojo.
– No, gracias. Prefiero que no vengas.
– Como quieras -se encogió de hombros-. Pero aun así necesito un paseo. ¿Quieres que te traiga algo?
La muchacha se quedó mirándola un momento con los ojos entornados.
– Está bien. Pero no quiero que vayas a mi lado. Puedes andar detrás de mí.
Por lo visto no le gustaba que le llevaran la contraria.
Stacy disimuló una sonrisa.
– Como quieras.
Unos minutos después, se aproximaron al Café Noir. Tal y como había prometido, Stacy se había mantenido varios pasos por detrás de Alicia. No le había prometido mantenerse a distancia en la cafetería, pero eso pensaba decírselo llegado el momento.
Cuando entró en la cafetería, Alicia ya estaba pidiendo en la barra. Billie levantó la vista y le dio la bienvenida con una sonrisa.
– Hola -dijo-. Cuánto tiempo sin verte. ¿Qué te ha pasado?
– He estado liada -Stacy se acercó a la barra; Alicia la miró con enfado-. Billie, ésta es Alicia, la hija de Leonardo Noble.
Billie sonrió a la muchacha.
– No me digas. Ahora por fin puedo ponerle nombre a su cara.
Alicia metió una pajita en su moccaccino con hielo extra grande.
– Hasta luego.
Stacy la miró alejarse y se volvió luego hacia Billie.
– Es la versión adolescente del doctor Jeckyll y mister Hyde.
Billie enarcó una ceja.
– Más Hyde que Jeckyll, según parece.
– ¿Viene a menudo por aquí?
– A veces.
– ¿Habló con Cassie alguna vez?
– Sí, puede ser.
Stacy no sabía qué la sorprendía más, su pregunta o la respuesta de Billie.
– ¿Cassie y ella se conocían?
– No eran amigas, pero creo que hablaban. ¿Lo de siempre?
Stacy se dio cuenta de que Billie se refería a su bebida de siempre y negó con la cabeza.
– Un café con hielo. Grande.
Billie asintió, preparó el café, lo deslizó sobre el mostrador y, cuando Stacy se disponía a pagar, hizo un ademán para detenerla.
– Invita la casa.
– Gracias -Stacy frunció el ceño. Seguía pensando en Cassie y Alicia-. Cuando dices que hablaban, ¿te refieres a algo más que “hola” y “qué tal”?
– Hablaban de juegos.
De juegos de rol. Naturalmente. Tras aquella idea surgió otra. ¿Sería Alicia quien le había prometido a Cassie presentarle al Conejo Blanco?
– ¿Qué ocurre? -Billie bajó la voz-. ¿Dónde coño te has metido? Y no me vengas con ese rollo de que has estado liada.
Stacy miró hacia atrás y vio que no había nadie cerca que pudiera escucharlas.
– Las cosas se han complicado un poco desde la última vez que hablamos. El Conejo Blanco reivindicó abiertamente un asesinato. Una tal Rosie Allen. Ayer dejó una tarjeta de visita en casa de los Noble. Según parece, hay otras dos víctimas más en camino. Y, no sé si te lo he dicho, pero a mí también me dio la bienvenida al juego.
– ¿Al juego? -repitió ella-. Rebobina, guapa. Hasta muy, muy atrás.
– ¿Recuerdas que te dije que Leo Noble creía que alguien, quizás un admirador perturbado, había empezado a jugar al Conejo Blanco en la vida real? ¿Que había recibido unas extrañas tarjetas que indicaban que le habían metido en ese juego en el que quien vence es el asesino?
Billie dijo que sí y Stacy prosiguió.
– Una de las tarjetas representaba una especie de ratón ahogándose. Una mujer llamada Rosie Allen fue encontrada ahogada en su bañera. El asesino dejó un mensaje en la escena del crimen. “Pobre ratoncito, ahogado en un charco de lágrimas”. Esa mujer estaba relacionada con los Noble. Arreglaba la ropa de la familia. El sábado, el asesino dejó otra tarjeta de presentación en casa de los Noble. “Las rosas ya son rojas”. El mensaje estaba escrito con sangre.
Billie se quedó callada un momento. Cuando por fin habló, lo hizo en susurros, como si no quisiera que la oyera algún empleado o algún cliente.
– Deja de hacer el tonto, Stacy. Tú ya no eres detective. No tienes el respaldo de un cuerpo de policía.
– Demasiado tarde. Por lo visto he picado la curiosidad del asesino. El jueves por la noche me dio la bienvenida al juego. Me dejó una cabeza de gato. El Gato de Cheshire, supongo. Me he mudado temporalmente a casa de los Noble para echarle un ojo a…
– Maldita sea, Stacy, estás jugando con…