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– ¿Con fuego? Dímelo a mí -miró hacia la puerta de entrada. Alicia estaba sentada en una mesa de la terraza-. Tengo que irme.

– ¡Espera! -Billie la agarró de la mano-. Prométeme que tendrás cuidado o te juro que te doy una patada en el culo.

Stacy sonrió.

– Yo también me preocupo por ti. Ya te contaré.

Salió y se acercó a Alicia.

– ¿Quieres compañía?

– No.

Stacy se sentó de todos modos. La muchacha soltó un bufido exasperado. Stacy sofocó una sonrisa. Su madre solía resoplar así. Cuando Jane o ella se ponían especialmente testarudas.

– Te vi mirando a Troy -dijo Alicia de repente.

– ¿Ah, sí? ¿Cuándo fue eso?

– Ayer. En el jardín.

Cuando al levantar la mirada la había descubierto observándola.

– No te molestes en negarlo, les pasa a todas. Hasta a mi madre.

Qué interesante. ¿Estaría Kay enamorada del apuesto chofer?

Bebió un sorbo de su café con hielo.

– ¿Y tú, Alicia? ¿Tú no lo miras?

La chica se sonrojó.

– Perderías el tiempo con él. Es gay.

Podría ser, pensó Stacy. Pero no lo creía.

– Gay o no, da gusto mirarlo.

Alicia frunció el ceño.

– ¿No vas a preguntarme por qué lo sé?

– No.

– ¿Por qué no?

La verdad era que tenía una idea bastante clara de cuál era la verdad. Alicia estaba enamorada de Troy. Había flirteado con él; y él la había rechazado. O bien Alicia pretendía hacerle pasar por gay para mitigar su resentimiento, o bien pretendía desalentar el interés de otras mujeres por el chofer.

– Porque no me importa.

Comprendió por su expresión que a la muchacha no le gustaba su respuesta.

– Sé lo de tu hermana -dijo Alicia-. Lo de ese tipo de la barca que estuvo a punto de matarla.

– ¿Y?

Ella se quedó callada un momento.

– Nada. Sólo lo sé, eso es todo.

– ¿Quieres que te hable de ello?

Stacy notó que deseaba decirle que no. Pero la curiosidad pudo con ella.

– Vale.

– Hicimos novillos. O debería decir que Jane hizo novillos conmigo y con unos amigos míos. Era marzo, y todavía hacía mucho frío. La desafiamos a meterse en el mar.

– ¿Y la atropelló una barca? -dijo Alicia con los ojos como platos.

– Sí. La atropelló deliberadamente. O eso pareció. Nunca atraparon al culpable -Stacy respiró hondo-. Jane estuvo a punto de morir. Fue… horrible.

La muchacha se inclinó hacia ella.

– Le dejó la cara destrozada, ¿verdad?

– Eso es poco decir, en realidad.

– He visto una foto suya. Parece normal.

– Ahora. Después de muchísimas operaciones.

Alicia bebió de su pajita.

– Te echaba la culpa a ti, ¿verdad?

Stacy sacudió la cabeza.

– No, Alicia. Era yo quien se echaba la culpa.

Siguieron bebiendo en silencio. Al cabo de un momento, Alicia frunció el ceño.

– Siempre me he preguntado cómo sería tener una hermana.

Dijo aquellas palabras casi a regañadientes. Como si supiera desde el principio que iba a revelarle a Stacy más sobre sí misma de lo que pretendía. Pero, aun así, no pudo remediarlo.

En ese momento Stacy comprendió lo sola que estaba Alicia Noble.

– Ahora es fantástico -dijo-. Aunque no siempre hemos estado tan unidas. De hecho, durante años apenas nos hablamos.

Alicia parecía fascinada.

– ¿Y eso?

– Había malentendidos y rencores entre nosotras.

– ¿Por lo que le pasó?

– Hubo también otras cosas que contribuyeron, pero sí. Ya te lo contaré algún día.

Alicia volvió a sorber de la pajita con expresión ansiosa.

– Pero ¿ahora os lleváis bien?

– Es mi mejor amiga. Tuvo una niña en octubre. Su primera hija. Apple Annie -Stacy sonrió-. Así la llamo yo. Tiene unos mofletes muy redondos y sonrosados.

– Un bebé -repitió Alicia con melancolía-. Qué bonito.

Stacy apartó la mirada, temiendo que la chica viera compasión en sus ojos. A pesar de que de pequeña había deseado muchas veces ser hija única, no habría cambiado a su hermana por nada del mundo.

Alicia jamás conocería esa alegría.

– ¿Las echas de menos? -preguntó la muchacha.

– Más que a cualquier otra cosa.

– Entonces, ¿por qué viniste a vivir aquí?

Stacy se quedó callada un momento, intentando decidir hasta qué punto debía ser precisa.

– Necesitaba empezar desde cero -dijo por fin-. Demasiados malos recuerdos.

La chica parecía perpleja.

– Pero tu hermana, su bebé, eso no son malos recuerdos.

– No, no lo son -Stacy dirigió de nuevo la conversación hacia Alicia-. ¿Tienes algún primo de tu edad?

Ella sacudió la cabeza.

– Pero tengo una tía que es genial. La hermana de mi padre, la tía Grace.

– ¿Dónde vive?

– En California. Es profesora de antropología en la Universidad de Irvine. A veces nos vamos por ahí juntas.

Por lo visto la inteligencia era cosa de familia. Y también la falta de emociones.

Alicia miró su reloj.

– Será mejor que me vaya. Clark quería que estuviera de vuelta en una hora.

– Espera. Creo que conocías a una amiga mía.

Ella entornó los ojos, dubitativa.

– ¿A quién?

– Era aficionada a los juegos de rol. Venía mucho por aquí. Se llamaba Cassie.

Los ojos de Alicia brillaron al reconocer aquel nombre.

– ¿Rubia, con el pelo rizado?

– Ajá.

– No la he visto últimamente.

Stacy sintió una opresión en el pecho.

– Yo tampoco.

La muchacha frunció el ceño.

– ¿Se encuentra bien?

Stacy ignoró la pregunta y respondió con otra.

– ¿Alguna vez habéis hablado del Conejo Blanco?

Alicia sacudió con la cabeza y bebió un poco más de café pajita.

– ¿Ella juega?

– No. Pero mencionó que había conocido a alguien que jugaba. He pensado que tal vez fueras tú.

– Ya. ¿Y por qué no se lo preguntas a ella?

Las palabras de Alicia golpearon a Stacy con fuerza. Por un momento no pudo respirar, y menos aún hablar.

– Puede que lo haga -logró decir cuando recuperó el habla. Se levantó-. Deberíamos volver.

Alicia echó otro vistazo a su reloj, dijo que sí y se levantó. Miró a Stacy a los ojos con expresión ligeramente compungida.

– No hace falta que vayas detrás de mí.

– ¿Estás segura? -bromeó Stacy-. No quisiera humillarte ni nada por el estilo.

– Creo que antes me porté como una idiota. Perdona.

No parecía sentirlo, pero Stacy le agradeció la disculpa. Recordaba lo que era ser una adolescente atrapada en circunstancias extraordinarias.

Cuando llegaron a la mansión, Alicia se fue en busca de Clark y Stacy regresó a la cocina. La señora Maitlin estaba vaciando unas bolsas llenas de comida.

Miró a Stacy.

– Presiento el principio de una tregua.

– Una pequeña tregua, creo. Pero no se haga ilusiones, puede que sólo sea temporal.

La señora Maitlin se echó a reír.

– El señor Noble la estaba buscando. Está en su despacho, creo.

– Gracias. Voy a verlo.

– ¿Puede llevarle su correo? -la señora Maitlin recogió un fajo de cartas que había sobre la encimera-. Así me ahorrará un viaje.

– Claro, Valerie -Stacy tomó las cartas y se dirigió al despacho de Leo. Encontró la puerta entreabierta. Llamó. La puerta se abrió un poco más y ella asomó la cabeza-. ¿Leo?

No estaba allí. La policía había despejado la habitación para su aseo; un equipo de limpieza había pasado por allí hacía dos días. La sangre había dejado una leve mancha en la tarima. Stacy pasó por encima, se acercó a la mesa y dejó las cartas encima del ordenador Apple. Se quedó mirando el portátil un momento y pensó en Cassie, que tenía también un Apple, aunque un modelo distinto. Parpadeó, dándose cuenta de pronto de lo que estaba mirando: una postal de la Galería 124. Anunciando una exposición de arte.