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– Te debo una disculpa -dijo-. Por lo de esta tarde.

– Ya te has disculpado. Es agua pasada.

– ¿Sí? No estoy tan seguro.

– Leo…

– Me siento atraído por ti. Y creo que tú también por mí. ¿Cuál es el problema?

Stacy apartó la mirada. Después lo miró fijamente a los ojos.

– Aunque estuviera interesada, tú sigues enamorado de tu ex mujer.

El no lo negó, no intentó explicarse ni inventar excusas. Su silencio fue la respuesta que necesitaba Stacy. O, mejor dicho, la confirmación de que lo que ya sabía.

– No he venido por eso, Leo. Quiero que me hables de tu antiguo socio.

– ¿De Dick? ¿Por qué?

– No estoy segura. Estoy trabajando en algo y necesito información. ¿Murió hace tres años?

– Sí. Cayó por un acantilado, en Carmel, California.

– ¿Cómo te enteraste del accidente?

– Un abogado se puso en contacto con nosotros. La muerte de Dick liberaba los derechos de algunos trabajos que habíamos hecho juntos, incluido el Conejo Blanco.

– ¿Te contó el abogado algo más sobre su muerte?

– No. Pero tampoco preguntamos.

Ella digirió aquella información.

– Me dijiste que os separasteis por motivos personales. Que no era como creías que era.

– Sí, pero…

– Escúchame, por favor. ¿Esos sentimientos tenían algo que ver con Kay?

Su expresión pasó de sorprendida a maravillada.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por una mirada que os lanzasteis Kay y tú el primer día. Pero eso no importa. Dime qué ocurrió.

Leo dejó escapar un suspiro resignado.

– ¿Empiezo por el principio?

– Suele ser lo mejor.

– Dick y yo nos conocimos en Berkeley. Como ya sabes, nos hicimos buenos amigos. Los dos éramos inteligentes y creativos, a los dos nos gustaban los juegos de rol.

No había allí ninguna falsa modestia.

– ¿Cómo encaja Kay en todo eso?

– A eso voy. Yo conocí a Kay a través de Dick. Habían salido juntos.

Un móvil clásico. Un triángulo amoroso…, lo cual equivalía a celos y venganza.

Lo cual, a su vez, equivalía a toda clase de atropellos, incluido el asesinato.

– Sé lo que estás pensando, pero no fue así. Ellos rompieron antes de que yo apareciera en escena. Y siguieron siendo amigos.

– Hasta que tú empezaste a salir con Kay.

Él pareció de nuevo sorprendido.

– Sí, pero no desde el principio. Al principio, éramos como los Tres Mosqueteros. Estábamos como locos por el éxito de Conejo Blanco. Luego Dick comenzó a cambiar. Su trabajo se hizo más oscuro. Sádico y cruel.

– ¿Y eso?

Leo se quedó callado un momento, como si ordenara sus pensamientos.

– En los juegos, no le bastaba con matar al enemigo. Tenía que torturarlo primero. Y descuartizarlo después.

– Qué bonito.

– Insistía en que ése era el camino que iban a seguir los juegos, que teníamos que mantenernos en primera fila -se detuvo de nuevo y Stacy notó lo desagradable que le resultaba todo aquello-. Discutíamos constantemente. Nos fuimos distanciando, no sólo a nivel creativo, también en lo personal. Luego él… -masculló una maldición y su labio se replegó en una expresión de asco-. Violó a Kay.

Stacy no pareció sorprendida. Tenía desde el principio la sensación de que, fuera lo que fuese lo sucedido entre ellos, no había sido una simple diferencia de opiniones. La inquina resultaba casi palpable.

– Kay quedó destrozada. Dick y ella habían estado muy unidos. Kay creía que eran amigos. Confiaba en él -profirió un sonido que era en parte de ira, en parte de dolor-. Esa noche, la engañó diciéndole que quería hablarle de mí. Que quería que le aconsejara sobre cómo arreglar las cosas entre nosotros.

– Lo siento.

– Yo también -Leo se pasó una mano por la cara; la vivacidad que le hacía parecer tan joven había desaparecido-. No hablamos de ello.

– ¿Nunca?

– Nunca.

– ¿Fue juzgado él?

– Kay no lo denunció -Leo levantó una mano como si se anticipara a su respuesta-. Dijo que no podía soportar que el asunto se hiciera público. Que su vida íntima fuera sometida a escrutinio. Habló con un abogado. Él le dijo básicamente que su anterior relación, aunque no hubiera sido sexual, echaba por tierra el caso. Que Dick mentiría, y que la que defensa la crucificaría.

Stacy deseó poder llevarle la contraria. Pero no podía. Con excesiva frecuencia, las mujeres temían dar la cara por esas mismas razones.

Y los violadores no sólo quedaban impunes, sino también libres para agredir a otras mujeres.

– Pensamos que, si lo dejábamos atrás, todo iría bien. Que Kay podría olvidar y seguir adelante.

Un error muy habitual. Esconderse del dolor no ayudaba a sanar la herida; sencillamente daba ocasión para que se enconara.

Pero tal vez la experiencia de Kay hubiera sido distinta.

– ¿Y fue así?

El parecía abatido.

– No.

– ¿Tienes una foto de él?

– Seguramente. Podría buscar por ahí…

– ¿Podría ser ahora mismo?

– ¿Ahora? -repitió él, desconcertado.

– Sí. Tal vez sea importante.

Leo dijo que sí y se puso manos a la obra. Empezó por rebuscar en los cajones de la mesa y en sus archivadores. Cuando había revisado la mitad de los archivos, se detuvo de pronto.

– Espera, ya sé dónde hay una foto de Dick -se acercó a la librería y sacó un anuario.

Lo hojeó, encontró lo que estaba buscando y le acercó el libro. Estaba abierto por la sección de clubes y asociaciones. Había allí una foto de un Leo muy joven y de otro muchacho al que ella no reconoció. Ambos sonreían, sosteniendo un diploma que parecía llevar el sello de una universidad. El pie de foto rezaba:

Leo Noble y Dick Danson, co presidentes del primer Club Universitario de Juegos de Rol.

Dos jóvenes desgarbados, con toda la vida por delante. Nada en la sonrisa o los ojos de Dick Danson auguraba que fuera capaz de un acto de violencia como el que Leo le había descrito. Pelo castaño, largo y greñudo. Gafas de metal y perilla desaliñada.

Stacy observó con detenimiento la fotografía. Se sentía frustrada y decepcionada. Había confiado en reconocerlo. En recordar haberlo visto alguna vez.

Pero no era así. A decir verdad, había sido una suposición muy aventurada. Pero no estaba dispuesta a descartarla por completo.

– ¿Puedo quedarme con esto unos días?

– Supongo que sí. Si me dices por qué.

Ella cambió de tema.

– ¿Tienes los documentos legales que te concedían los derechos sobre los juegos?

– Claro.

– ¿Puedo verlos?

– Están en una caja fuerte. En un banco del centro. Te aseguro que son auténticos.

Ella volvió a mirar la foto.

– Tengo que hacerte una pregunta. ¿Podría estar todavía vivo Dick Danson?

– Me tomas el pelo, ¿no?

– Hablo en serio.

– Es altamente improbable, ¿no crees? -al ver que ella se limitaba a mirarlo fijamente, se echó a reír-. De acuerdo, es posible, claro. Quiero decir que yo no vi su cadáver.

– Puede que nadie lo viera. Algunos forenses son muy descuidados, sobre todo los de los pueblos pequeños. Como Carmel-by-the-Sea.

– Pero ¿por qué iba a hacerse el muerto? ¿Por qué cederme los derechos de los proyectos que hicimos juntos? No le veo la lógica.

Esta vez fue ella la que se echó a reír, aunque con cierta acritud.

– Es absolutamente lógico, Leo. ¿Qué mejor manera de buscar venganza que desde la tumba?

Capítulo 40

Miércoles, 16 de marzo de 2005

10:00 a.m.

Stacy esperó a que hubieran pasado las horas de mayor ajetreo en el Café Noir para hacerle una visita a Billie. No lograba desprenderse de la idea de que había algún vínculo entre la muerte de Cassie y Conejo Blanco. Y Billie nunca olvidaba la cara de un cliente. Si Danson había estado en la cafetería, Billie se acordaría.