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– Ésa sería una explicación muy limpia, Clark. Si no fuera por una pequeña pega. Leo está muerto. Tú mismo lo mataste esta tarde.

Por un instante, el semblante de Clark se aflojó, lleno de sorpresa. De estupor. Le tembló la mano. Stacy notó que la pistola temblaba contra su sien.

Iba a apretar el gatillo.

Stacy pensó en su hermana Jane y en su hija; pensó en todas las cosas que no había hecho.

No quería morir.

– Vas a pasar mucho tiempo en prisión -dijo, y percibió la desesperación en su propia voz-. Matarme no cambiará eso. Saben quién eres. No tienes escapatoria. Si crees que…

– Si crees que voy a ir a la cárcel, estás loca, zorra.

Antes de que Stacy pudiera reaccionar, volvió la pistola hacia sí mismo y apretó el gatillo.

El grito de Stacy se confundió con el estruendo del disparo. Los sesos de Clark Dunbar salpicaron el delicado papel de flores entre un chorro de sangre.

Capítulo 58

Domingo, 20 de marzo de 2005

3:12 a.m.

– Tenemos que dejar de vernos así.

Stacy levantó la cabeza y vio a Spencer de pie en la puerta de la cocina. Llevaba unos vaqueros azules de aspecto suave, una camiseta de la sala House of Blues y el chubasquero de aquella noche en la biblioteca. Stacy se preguntó si llevaría una chocolatina en el bolsillo.

– ¿Estás bien? -preguntó él.

– Define “bien”.

Spencer se acercó a ella, se agachó y depositó un beso sobre su coronilla. Aquel gesto hizo que a Stacy se le saltaran las lágrimas. Intentó dominarse.

No había llorado antes. No lloraría ahora.

Él retiró una silla, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas.

– ¿Puedes hablar de ello?

Ella asintió con la cabeza y se pasó una mano temblorosa por el pelo. Se había duchado y lo tenía todavía húmedo. Después de que los policías que montaban guardia frente a su casa la encontraran y la ayudaran a salir de debajo del cuerpo sin vida de Danson, había corrido al cuarto de baño para lavarse, para intentar borrar de su piel las huellas de aquella experiencia.

Le explicó a Spencer cómo se había despertado, cómo la había amenazado Danson con su propia pistola.

– Odiaba a Leo. Le culpaba de su propio fracaso. Reconoció que tenía una aventura con Kay. Dijo que había envenenado la mente de Alicia para ponerla en contra de sus padres. Que había disfrutado haciéndolo -apartó los ojos y volvió a fijarlos en él-. No era el Conejo Blanco.

– ¿Cómo dices?

– Me dijo que era Leo. Que Leo había ideado un complejo plan para librarse de Kay. Por motivos económicos. Decía que Kay le tenía miedo a Leo. Que creía que podía hacerle daño, debido a su acuerdo financiero.

– Estoy seguro de que eres consciente de que esa teoría tiene un grave inconveniente.

– Sí. Él también se dio cuenta, cuando se enteró de que Leo había muerto -Stacy se mantuvo en sus trece-. No sabía que Leo estaba muerto. Cuando se lo dije… puso una expresión extraña. Sabía que estaba jodido. Que iba ir a la cárcel. Así que se voló la tapa de los sesos.

El frunció el ceño.

– No sé, Stacy. Tal vez deberías consultarlo con la almohada.

– ¿Sigues pensando que Danson era nuestro hombre?

– Lo siento.

Stacy supuso que no podía reprochárselo: él no había estado presente, no había visto la cara de Danson al enterarse de la muerte de Leo.

Se levantó y comprobó con estupor que le temblaban las piernas. Se sintió aún más perpleja cuando cobró conciencia de que no sabía qué hacer. Cuál debía ser su próximo paso. Se sentía indecisa y entumecida.

Al entumecimiento estaba acostumbrada. Los policías desconectaban sus emociones a menudo, algunos mediante el alcohol o las drogas. Ésa era una de las razones por las que el índice de divorcios era mucho mayor entre los policías que entre el resto de la población.

La indecisión era otro cantar. Ella siempre había sido una mujer proclive a la acción, aunque la acción fuera producto de un arrebato.

El hecho de no saber qué paso debía dar la aterrorizaba.

Spencer se acercó a ella y la agarró de las manos.

– Las tienes frías.

– Tengo frío.

Él la estrechó entre sus brazos y le frotó la espalda.

– ¿Mejor?

– Sí -Spencer se movió como si fuera a apartarse de ella y Stacy le apretó con fuerza-. No te vayas. Abrázame.

Él hizo lo que le pedía y su cuerpo fue calentando poco a poco el de ella. Stacy se apartó de mala gana. Al separarse, experimentó una sensación de despojamiento. Una punzada de pánico.

– Es muy tarde, ¿no?

– Sí. Deberías dormir.

– Buena idea. El problema es que cuando cierro los ojos… -apretó los labios trémulos. Odiaba mostrarse débil.

– Podría quedarme.

Ella le sostuvo la mirada y le tendió una mano. Spencer se la dio y la condujo al cuarto de invitados.

Se tumbaron bajo las mantas, completamente vestidos, y se quedaron mirándose cara a cara.

Él había comprendido sin necesidad de preguntar, sin necesidad de que ella se lo dijera, que, al pedirle que se quedara, Stacy sólo le estaba pidiendo consuelo. Y compañía. No sexo, ni deseo carnal.

– ¿Mejor ahora?

– Mucho mejor -ella curvó los dedos sobre su suave camiseta-. ¿Me creerías si te dijera que en otro tiempo controlaba las riendas de mi vida? Casi nunca cometía errores. Ahora… soy un completo fracaso.

Él se rió suavemente y le pasó los dedos por el pelo, apartándoselo de la cara.

– Tú, Stacy Killian, eres la antítesis del fracaso.

– “Antítesis” es una palabra muy seria.

– Me la he aprendido sólo para impresionarte. ¿Ha funcionado?

Ella ya estaba impresionada. Esbozó una débil sonrisa.

– Absolutamente.

– Me alegra saberlo. Me aprenderé otra para mañana -apoyó la frente sobre la de ella-. Es cierto, ¿sabes? Eres la mujer más capaz, más segura de sí misma y más dura que he conocido. Exceptuando a mi tía Patti, claro.

– ¿Tu tía Patti?

– La hermana de mi madre. Mi madrina. Y mi jefa en la DAI.

– ¿Es comisaria?

– Sí. La comisaria Patti O'Shay. Una de las tres únicas comisarias del Departamento de Policía de Nueva Orleans.

– Pero seguro que a ella no la suspendían en la universidad. Ni las personas a las que se suponía que tenía que proteger acababan asesinadas, prácticamente delante de sus narices.

– Si quieres hablar de fracasos, yo soy el más indicado. Antes trabajaba sólo lo justo para cubrir el expediente. Nunca pensaba en las consecuencias de mis actos. Creía que la vida era una gran borrachera.

– ¿Tú? No es ése el hombre que yo conozco.

– Tú has sacado lo mejor de mí, Stacy Killian. Me has hecho ver lo que quería ser. La clase de policía que quiero ser.

– Yo ya no soy policía.

– Los dos sabemos que eres policía en todos los sentidos, menos en uno -ella abrió la boca para protestar; pero Spencer la detuvo-. ¿Quieres saber qué es lo más humillante de todo? -preguntó con suavidad-. Que no me merezco estar en la DAI. No me lo gané. Fue un regalo.

– ¿Por ser tan desastre?

– Estoy desnudando mi alma, Killian. Esto es serio.

Stacy sofocó una sonrisa.

– Perdona.

– Fue una especie de soborno -prosiguió-. Para que no demandara al Departamento.

Ella lo agarró de la mano y se la apretó, reconfortándolo en silencio.

– Por fin había llegado a detective. Mucho más tarde que mis hermanos. Y, a decir verdad, en parte gracias a ellos. Mi jefe en la UIC me tendió una trampa. Se llevó dinero y me hizo parecer culpable. Y todo el mundo se lo tragó por mi mala reputación.