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Si la mujer desconocida se hubiese ido a vivir al extranjero, quedaría fuera de su alcance, sería como si estuviera muerta, Punto final, se acaba la historia, murmuró don José, pero luego consideró que no sería así, que al marcharse, dejaría tras de sí una vida, tal vez sólo una pequeña vida, cuatro años, cinco años, casi nada, o quince o veinte, un encuentro, un deslumbramiento, una decepción, unas cuantas sonrisas, unas cuantas lágrimas, lo que a primera vista es igual para todos y en la realidad es diferente para cada uno. Y diferente también cada vez. Llegaré a donde pueda, remató don José con una serenidad que no parecía suya. Como si fuese ésa la conclusión lógica de lo que había pensado, entró en una papelería y compró un cuaderno grueso de hojas pautadas, de los que usan los estudiantes para apuntar las materias escolares a medida que creen que las van aprendiendo.

La falsificación de la credencial no le llevó mucho tiempo. Veinticinco años de cotidiana práctica caligráfica bajo la vigilancia de oficiales celosos y subdirectores exigentes le habían proporcionado un dominio pleno de las falanges, de las muñecas y de la llave de la mano, una firmeza absoluta tanto en las líneas curvas como en las rectas, un casi instintivo sentido de los trazos gruesos y de los finos, una noción perfecta del grado de fluidez y viscosidad de las tintas, que, puestos a prueba en esta ocasión, dieron como resultado un documento capaz de resistir las pesquisas de la lupa más potente. Delatoras, sólo las impresiones digitales y las impregnaciones invisibles de sudor que quedaron en el papel, pero la probabilidad de que se realizara cualquiera de estos exámenes era, evidentemente, ínfima. El más competente perito en grafología, llamado a declarar, juraría que el documento bajo juicio era de puño y letra del jefe de la Conservaduría y tan auténtico como si hubiese sido escrito en presencia de los testigos idóneos.

La redacción de la credencial, el estilo, el vocabulario empleado, aduciría a su vez un psicólogo, reforzando el informe del querido colega, muestran hasta la saciedad que su autor es persona extremadamente autoritaria, dotada de un carácter duro, sin flexibilidad ni fisuras, seguro de su razón, desdeñoso de la opinión ajena, como incluso un niño fácilmente podría concluir de la lectura del texto, que reza así, En nombre de los poderes que me fueron conferidos y que bajo juramento mantengo, aplico y defiendo, hago saber, como conservador de esta Conservaduría General del Registro Civil, a todos cuantos, civiles o militares, particulares o públicos, vean, lean y compulsen esta credencial escrita y firmada de mi puño y letra, que Fulano de Tal, escribiente a mi servicio y de la Conservaduría General que dirijo, gobierno y administro, recibió directamente de mí orden y el encargo de averiguar y agotar todo cuanto diga respecto a la vida pasada, presente y futura de Fulana de Tal, nacida en esta ciudad, a tantos de tal, hija de Beltrano de Tal y de Zutana de Tal, debiendo, por tanto, sin más comprobaciones, serle reconocidos, como suyos propios, y durante todo el tiempo que la investigación dure, los poderes absolutos que, por esta vía y para este caso, delego en su persona. Así lo exigen las conveniencias del servicio conservatorial y lo decide mi voluntad. Cúmplase.

Trémula de susto, acabando a duras penas de leer el impresionante papel, la tal criatura correría a protegerse en el regazo de la madre, preguntándole cómo es posible que un escribiente como este don José, de natural tan pacífico, tan cuerdo de costumbres, haya sido capaz de concebir, de imaginar, de inventar en su cabeza, sin disponer de un modelo anterior por donde guiarse, dado que no es norma ni se verifican necesidades técnicas para que la Conservaduría General alguna vez haya presentado credenciales, la expresión de un poder despótico hasta tal punto, que es lo mínimo que se puede decir de éste. La asustada criatura todavía tendrá que comer mucho pan y mucha sal antes de comenzar a aprender de la vida, entonces ya no se sorprenderá cuando descubra cómo, llegando la ocasión, hasta los buenos pueden volverse duros y prepotentes, aunque sea escribiendo una credencial, falsificada o no. Dirán ellos como disculpa, Es que ése no era yo, estaba escribiendo, actuando en nombre de otra persona, y en el mejor de los casos lo que quieren es engañarse a sí mismos, pues, verdaderamente, la dureza y la prepotencia, cuando no la crueldad, se estaban manifestando dentro de ellos, y no de otro, visible o invisible. Aun así, sopesando lo que ha sucedido hasta ahora por sus efectos, es poco probable que de las intenciones y obras futuras de don José puedan advenir serios perjuicios al mundo, por tanto dejemos provisionalmente suspendido nuestro juicio mientras otras acciones más esclarecedoras, tanto en el buen sentido como en el malo, no dibujen su definitivo retrato.

El sábado, vistiendo el mejor traje, la camisa limpia y planchada, la corbata más o menos correcta, casi a juego, protegido en un bolsillo interior de la chaqueta el sobre timbrado con la credencial, don José tomó un taxi en la puerta de casa, no para ganar tiempo, el día era suyo, sino porque las nubes amenazaban lluvia, y no quería aparecer ante la señora del entresuelo derecha pingando desde las orejas y con las vueltas de los pantalones salpicados de barro, arriesgándose a que le cerrasen la puerta en la cara antes de que pudiera decir a lo que iba. Se sentía excitado imaginando cómo lo recibiría la anciana señora, el efecto que causaría en la vieja, le vino sin pensar el término peyorativo, la lectura de un papel como aquél, intimidatorio e intimidante, hay personas que reaccionan al contrario de lo que sería de esperar, ojalá no sea éste el caso. Tal vez hubiese empleado en la redacción términos demasiados duros y prepotentes, sin embargo la verosimilitud imponía que fuese fiel al carácter del conservador tanto como a la caligrafía, además todo el mundo sabe que siendo cierto que no es con vinagre como se atrapan moscas, tampoco es menos cierto que algunas ni con miel se dejan atrapar. Veremos, suspiró. La primera cosa que pudo ver, después de responder a las preguntas insistentes que llegaban de dentro, Quién es, Qué desea, Quién lo manda, Qué tengo yo que ver con esto, fue que la señora del entresuelo derecha, no era tan mayor como había imaginado, no eran de anciana aquellos ojos vivos, aquella nariz recta, aquella boca delgada pero firme, sin arrugas en las comisuras, donde la mucha edad se notaba era en la flacidez de la piel del cuello, probablemente se fijó en ese pormenor porque ya comenzaba a notar en sí mismo esa señal ineludible de deterioro físico y sólo contaba cincuenta años. La mujer no abría completamente la puerta, decía y volvía a decir que los asuntos de la vecindad no le interesaban, respuesta esta de lo más procedente, ya que don José, siguiendo un camino errado, comenzó anunciando que buscaba a una persona del segundo izquierda.