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«No van vestidos con pieles —se dio cuenta Jon—. Es vello. —La piel de los cuerpos estaba cubierta de pelo, muy espeso de cintura para abajo, más escaso de cintura para arriba. El hedor que despedían era asfixiante, aunque tal vez procediera de los mamuts—. Y Joramun hizo sonar el Cuerno del Invierno y despertó a los gigantes de la tierra. —Buscó con la vista enormes espadas de tres metros de longitud, pero lo único que vio fueron garrotes. Muchos eran, sencillamente, ramas de árboles secos, algunos aún con ramitas que iban arrastrando por el suelo. Algunos llevaban bolas de piedra atadas a un extremo, lo que los convertía en martillos colosales—. La canción no dice si el Cuerno los puede dormir de nuevo.»

Uno de los gigantes que se acercaban parecía más viejo que los demás. Tenía el pelaje gris salpicado de blanco, y el mamut que montaba era más grande que ninguno de los otros, también gris y blanco. Tormund le gritó algo al pasar, unas palabras ásperas y repicantes en un idioma que Jon no conocía. Los labios del gigante se separaron y dejaron al descubierto una boca de dientes grandes y cuadrados, y emitió un sonido a medio camino entre un rugido y un eructo. Jon tardó un instante en darse cuenta de que se estaba riendo. El mamut volvió un momento hacia ellos dos la enorme cabeza y uno de los colmillos le pasó a Jon por encima de la capucha mientras la bestia volvía a ponerse en marcha dejando huellas profundas en el barro blando y la nieve recién caída a lo largo de la orilla del río. El gigante gritó algo en el mismo idioma bronco que había utilizado Tormund.

—¿Ése era su rey? —preguntó Jon.

—Los gigantes no tienen reyes, igual que los mamuts, los osos de las nieves o las grandes ballenas del mar gris. Ése era Mag Mar Tun Doh Weg. Mag el Poderoso. Si quieres te puedes arrodillar ante él, no le importará. Me imagino que ya te picarán las rodillas de ganas, te mueres por un rey ante el que inclinarte. Pero ten cuidado, no te vaya a arrollar. Los gigantes tienen mala vista, puede que no vea a un cuervecito que está tan abajo, junto a sus pies.

—¿Qué le has dicho? ¿Eso que hablabas era la antigua lengua?

—Sí. Le he preguntado si ése al que espoleaba era su padre porque se parecían mucho, aunque su padre olía mejor.

—Y él ¿qué te ha dicho?

—Que si la que cabalgaba junto a mí era mi hija, con unas mejillas tan rosadas y suaves. —Tormund Puño de Trueno mostró los huecos de la dentadura en una sonrisa. Se sacudió la nieve del brazo e hizo dar la vuelta a su caballo—. Puede que sea la primera vez que ve a un hombre sin barba. Vamos, tenemos que volver. Mance se enfada si no me encuentra en mi lugar habitual.

Jon dio la vuelta y siguió a Tormund de regreso a la cabeza de la columna. La capa nueva le pesaba sobre los hombros. Estaba hecha de pieles de oveja sin lavar, con el lado de la lana hacia adentro, tal como le habían recomendado los salvajes. Lo resguardaba bastante de la nieve y lo abrigaba por las noches, pero también conservaba la capa negra, doblada debajo de la silla de montar.

—¿Es verdad que en cierta ocasión mataste a un gigante? —preguntó a Tormund mientras cabalgaban.

Fantasma trotaba en silencio junto a ellos, sus patas iban dejando huellas en la nieve recién caída.

—¿Acaso dudas de un hombre poderoso como yo? Era invierno, y yo era casi un crío, tan idiota como son los críos. Me alejé demasiado, se me murió el caballo y me encontré en medio de una tormenta. Una tormenta de verdad, no cuatro copos mal contados, como ahora. ¡Ja! Sabía que moriría congelado antes de que amaneciera. Así que busqué a una giganta que estaba durmiendo, le abrí la barriga y me metí dentro. Me dio calor, sí, pero casi me mata de la peste que despedía. Lo peor fue que, cuando llegó la primavera y se despertó, me confundió con su bebé. Me estuvo dando el pecho tres meses enteros, hasta que conseguí escapar. ¡Ja! Aún a veces echo de menos el sabor de la leche de giganta.

—Si te amamantó, no es posible que la mataras.

—No la maté, pero que no corra la voz. Tormund Matagigantes suena mejor que Tormund Bebé de Giganta.

—¿Y cómo te ganaste los otros nombres? —quiso saber Jon—. Mance te llamó Soplador del Cuerno, ¿no? Rey del Aguamiel en el Salón Rojo, Marido de Osas, Padre de Ejércitos…

En realidad, lo único que le interesaba era lo relativo al Cuerno, pero no se atrevía a preguntar de manera demasiado directa. «Y Joramun hizo sonar el Cuerno del Invierno y despertó a los gigantes de la tierra.» ¿De allí habrían llegado, tanto ellos como sus mamuts? ¿Había encontrado Mance Rayder el Cuerno de Joramun y se lo había entregado a Tormund Puño de Trueno para que lo hiciera sonar?

—¿Todos los cuervos sois igual de curiosos? —preguntó Tormund—. En fin, ahí va la historia. Hubo otro invierno, un invierno aún más frío que el que pasé en la barriga de aquella giganta, nevaba día y noche, caían unos copos del tamaño de tu cabeza, no estas menudencias. Nevaba tanto que el poblado entero estaba medio enterrado. Yo me encontraba en mi Salón Rojo, sin más compañía que la de un barril de aguamiel y sin nada que hacer aparte de beberla. Cuanto más bebía, más pensaba en una mujer que vivía cerca, una buena mujer, fuerte ella, con las tetas más grandes que has visto en tu vida. Menudo genio tenía, ni te imaginas, pero también era cálida cuando quería, y en lo más crudo del invierno a uno le hace falta calor.

»Cuanto más bebía, más pensaba en ella, y cuando más pensaba más dura se me ponía, hasta que ya no aguanté más. Idiota de mí, voy y me envuelvo en pieles de la cabeza a los pies, me pongo un trapo de lana en torno a la cara y allá que voy a buscarla. Nevaba mucho, y el viento me derribó dos veces, estaba helado hasta los huesos, pero al final llegué a su casa, envuelto como un fardo.

»Qué genio tan espantoso tenía aquella mujer, no veas cómo se resistió cuando la agarré. Casi no pude arrastrarla hasta casa y quitarle las pieles, cuando lo conseguí… Increíble, era aún más caliente de lo que recordaba y pasamos un buen rato, luego me quedé dormido. Por la mañana, cuando me desperté, había dejado de nevar, y el sol brillaba, pero yo no estaba para disfrutarlo. Estaba lleno de golpes y desgarrones, me había arrancado medio miembro de un bocado, y allí, en el suelo, había una piel de osa. Así que el pueblo libre empezó enseguida a hablar de una osa despellejada que vivía en los bosques, y que tenía un par de cachorros rarísimos. ¡Ja! —Se dio una palmada en uno de los carnosos muslos—. Ya me gustaría volver a tropezarme con ella. Menudo polvo tiene esa osa. Nunca una mujer me ha presentado tanta batalla, ni me ha dado hijos tan fuertes.

—¿Qué harías si te la tropezaras? —preguntó Jon con una sonrisa—. Has dicho que te arrancó medio miembro de un bocado.

—Sólo medio. Y medio miembro mío sigue siendo el doble de largo que el de cualquier otro hombre —resopló Tormund—. Venga, ahora cuenta tú. ¿Es verdad que cuando os llevan al Muro os cortan el miembro?

—No —replicó Jon, ofendido.

—Seguro que es verdad. Si no, ¿por qué rechazas a Ygritte? Me huelo que no te pondría muchas pegas. A esa chica le gustas, salta a la vista.

«Vaya si salta a la vista —pensó Jon—, tanto que la mitad de la columna se ha dado cuenta. —Se concentró en los copos de nieve que caían para que Tormund no viera que se había puesto rojo—. Soy un hombre de la Guardia de la noche —se recordó—. Entonces, ¿por qué me sonrojo como una doncella?»

Se pasaba la mayor parte de los días en compañía de Ygritte, y también la mayor parte de las noches. Mance Rayder no estaba ciego, había visto bien clara la desconfianza de Casaca de Matraca con respecto al cuervo desertor, de manera que, después de entregar a Jon la nueva capa de piel de oveja, le había sugerido la posibilidad de cabalgar con Tormund Matagigantes. Jon había accedido de buena gana, y al día siguiente Ygritte, Lanzalarga y Ryk dejaron también el grupo de Casaca de Matraca para pasarse al de Tormund.