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—El pueblo libre cabalga con quien quiere —le dijo la chica—, y ya estábamos hartos de Saco de Huesos.

Cada noche, cuando acampaban, Ygritte tiraba sus pieles para dormir junto a las de Jon, tanto si se ponía cerca de una hoguera como si se ponía muy lejos. Una noche se despertó y la encontró acurrucada contra él, con un brazo sobre su pecho. Se quedó tendido largo rato, escuchando su respiración y tratando de no sentir aquella tensión en las ingles. Los exploradores de la Guardia de la Noche compartían las pieles a menudo para darse calor, pero tenía la sospecha de que lo que Ygritte buscaba no era sólo eso. Después de aquello adoptó la costumbre de utilizar a Fantasma para que no se le acercara tanto. En los cuentos de la Vieja Tata, había caballeros y damas que dormían en la misma cama con una espada entre ellos para salvaguardar su honor, pero estaba seguro de que era la primera vez que un huargo ocupaba el lugar de la espada.

Pese a todo, Ygritte no se daba por vencida. Hacía dos días, Jon había cometido el error de decir cuánto le gustaría poder bañarse en agua caliente.

—La fría es mejor —dijo ella al momento—, si tienes a alguien que te dé calor después. El río sólo está helado en parte, ve a bañarte.

—Ni hablar —contestó Jon riéndose—, me congelaría.

—¿Todos los cuervos sois igual de frioleros? Un poco de hielo no hace daño a nadie. Te lo voy a demostrar, me bañaré contigo.

—¿Y luego cabalgaremos todo el resto del día con la ropa mojada, congelada sobre la piel? —objetó.

—Qué tonterías dices, Jon Nieve. Nadie se baña con ropa.

—Yo no me baño, y punto —replicó con firmeza, justo antes de oír a Tormund Puño de Trueno que lo llamaba a gritos (no lo había llamado, pero tampoco importaba).

Por lo visto los salvajes consideraban que Ygritte era una auténtica belleza, debido a su cabello. El pelo rojo no era común entre el pueblo libre y se decía que, los que lo tenían, habían recibido el beso del fuego y que daba buena suerte. Tal vez diera suerte, y de que era rojo no cabía duda, pero el cabello de Ygritte era una maraña tal que Jon sentía la tentación de preguntarle si sólo se lo cepillaba cada cambio de estación.

Sabía muy bien que, en la corte de cualquier señor, sería considerada una chica corriente. Tenía un rostro redondo de campesina, la nariz respingona, los dientes un poco torcidos y los ojos muy separados. Jon se había fijado en todos esos detalles la primera vez que la había visto, cuando le puso la daga en la garganta. Pero en los últimos días se estaba fijando en otras cosas. Cuando Ygritte sonreía, no se le notaban los dientes torcidos. Y sí, tenía los ojos muy separados, pero eran de un color gris azulado muy bonito, y los más vivaces que había visto nunca. A veces cantaba con una voz grave, ronca, que lo hacía estremecer. Y a veces, cuando se sentaba junto a la hoguera y se abrazaba las rodillas, y las llamas despertaban destellos en su melena rojiza, y lo miraba, y le sonreía… En fin, eso también lo hacía estremecer.

Pero era un hombre de la Guardia de la Noche y había hecho un juramento. No tendría esposa, tierras ni hijos. Había pronunciado el juramento ante el arciano, ante los dioses de su padre. No podía retractarse… Igual que no podía explicar la razón de su reluctancia a Tormund Puño de Trueno, Padre de Osos.

—¿No te gusta esa chica? —le preguntó Tormund mientras pasaban junto a otra veintena de mamuts, éstos montados por salvajes en altas torres de madera, en vez de por gigantes.

—Sí, pero… —«¿Qué puedo decirle que sea creíble?»—. Todavía soy demasiado joven para casarme.

—¿Casarte? —Tormund se echó a reír—. ¿Y para qué te vas a casar? ¿Qué pasa, en el sur los hombres tienen que casarse con todas las chicas que se llevan a la cama?

Jon notó que volvía a ponerse rojo.

—Intercedió en mi favor cuando Casaca de Matraca quería matarme. No la puedo deshonrar.

—Ahora eres un hombre libre e Ygritte es una mujer libre. ¿Qué tiene de deshonroso que os acostéis juntos?

—Podría dejarla embarazada.

—Sí, ojalá. Un hijo fuerte o una hija vivaracha y risueña besada por el fuego, ¿hay algo de malo en eso?

Por un momento no supo qué decir.

—El chico… el bebé sería un bastardo.

—¿Y qué pasa, los bastardos son más débiles que los otros niños? ¿Más enfermizos, más inútiles?

—No, pero…

—Tú mismo eres bastardo. Y si Ygritte no quiere tener un hijo, acudirá a alguna bruja de los bosques y beberá una taza de té de la luna. Una vez plantada la semilla, tú ya no pintas nada.

—No engendraré a un bastardo.

—Los que os arrodilláis sois muy idiotas. —Tormund sacudió la melena enmarañada—. Si no querías a la chica, ¿por qué la secuestraste?

—¡Yo no la secuestré!

—Claro que sí —replicó Tormund—. Mataste a los dos que la acompañaban y te la llevaste: eso es secuestrar, ¿qué si no?

—Lo que hice fue tomarla prisionera.

—La obligaste a rendirse a ti.

—Sí, pero… te juro que no le puse un dedo encima, Tormund.

—¿Seguro que no te cortaron el miembro? —Tormund se encogió de hombros, como dando a entender que aquellas locuras no había quien las comprendiera—. En fin, ahora eres un hombre libre, pero si no quieres a la chica al menos búscate una osa. El miembro que no se utiliza se va haciendo cada vez más pequeño, hasta que llega el día en que quieres mear y no lo encuentras.

Jon no supo qué decir. No era de extrañar que en los Siete Reinos se creyera que los del pueblo libre no eran humanos.

«No tienen leyes, ni honor, ni la decencia más básica. Se pasan el día robándose unos a otros, se aparean como animales, prefieren la violación al matrimonio y llenan el mundo de niños bastardos. —Pero, pese a todo, le estaba tomando cariño a Tormund Matagigantes, por fanfarrón y mentiroso que fuera. Y también a Lanzalarga—. Y a Ygritte… No, en Ygritte no quiero pensar.»

Pero, junto a Tormund y Lanzalarga, cabalgaban también otros salvajes. Hombres como Casaca de Matraca y el Llorón, a los que tanto les daba matarlo a uno como escupirle. Estaba Harma Cabeza de Perro, una mujer rechoncha y achaparrada con mejillas como tajadas de carne blanca, que no soportaba a los perros y cada dos semanas mataba uno para tener una cabeza reciente en su estandarte. Styr el Desorejado, Magnar de Thenn, cuya gente lo consideraba más dios que señor; Varamyr Seispieles, un hombrecillo menudo y ratonil cuyo corcel era un oso de las nieves salvaje que, cuando se alzaba sobre las patas traseras, medía casi cuatro metros. Allá donde iba Varamyr, siempre lo seguían tres lobos y un gatosombra. Jon sólo había estado una vez en su presencia y no le apetecía nada repetir; sólo con ver a aquel hombre se le ponía el pelo de punta, igual que a Fantasma se le había erizado el pelaje al ver al oso y al esbelto felino blanco y negro.

Y había hombres aún más fieros que Varamyr, habían llegado de las zonas más septentrionales del Bosque Encantado, de los valles escondidos en los Colmillos Helados, o hasta de lugares aún más extraños: los hombres de la Costa Helada, que viajaban en carros hechos de huesos de morsa tirados por manadas de perros salvajes; los terribles clanes del río de hielo, que según se decía se alimentaban de carne humana; los habitantes de las cuevas, con los rostros teñidos de azul, de púrpura y de verde… Jon había visto con sus propios ojos a los hombres Pies de Cuerno, que trotaban en columna, descalzos, con las plantas de los pies duras como el cuero endurecido. En cambio aún no había divisado snarks ni grumkins, pero por lo que había visto no le extrañaría que Tormund los hubiera invitado a cenar.