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En cambio Margaery era diferente. Era dulce y apacible, pero en cierto modo también se parecía a su abuela. Hacía dos días había llevado a Sansa a cazar con halcón. Era la primera vez que salía de la ciudad desde la batalla. Ya habían quemado o enterrado los cadáveres, pero la Puerta del Lodazal estaba astillada allí donde los arietes de Lord Stannis la habían golpeado y los cascos de los barcos destruidos destacaban en ambas orillas del Aguasnegras, con unos mástiles carbonizados que surgían de los bajíos como descarnados dedos negros. El único barco que navegaba era el trasbordador de casco plano que las llevó al otro lado del río, y cuando llegaron al Bosque Real se encontraron con una devastación de ceniza, carbón y árboles muertos. Pero las marismas de la bahía estaban llenas de aves acuáticas, de manera que el azor de Sansa cazó tres patos, mientras que el peregrino de Margaery capturó una garza en pleno vuelo.

—Willas tiene los mejores pájaros de los Siete Reinos —le dijo Margaery en un momento en que se quedaron a solas—. A veces caza con un águila. Ya lo verás, Sansa. —Le cogió la mano y se la apretó—. Hermana.

«Hermana.» Sansa había soñado con tener una hermana como Margaery, bella y gentil, dotada de todas las gracias. Como hermana Arya había resultado muy poco satisfactoria. «¿Cómo puedo permitir que mi hermana se case con Joffrey?», pensó, y de repente se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Margaery, por favor —dijo—. No lo hagáis. —Le costó pronunciar las palabras—. No os caséis con él. No es lo que parece. Os hará daño.

—No creo. —Margaery sonrió con seguridad—. Has sido muy valiente al avisarme, pero no temas. Joff es vanidoso y malcriado, y no me cabe duda de que es tan cruel como dices, pero mi padre lo obligó a dar un puesto a Loras en su Guardia Real antes de acceder al matrimonio. El mejor caballero de los Siete Reinos me protegerá día y noche, igual que el príncipe Aemon protegió a Naerys. De manera que el leoncito tendrá que portarse bien, ¿no te parece? —Se echó a reír—. Vamos, hermana querida, echemos una carrera hasta el río. Ya verás cómo se enfadan nuestros guardias. —Sin aguardar la respuesta, picó espuelas y partió al galope.

«Qué valiente es», pensó Sansa mientras galopaba tras ella. Pero las dudas la corroían. Ser Loras era un gran caballero, de eso no cabía duda. Pero Joffrey tenía a otros en la Guardia Real, y también a los capas doradas, y a los capas rojas, y cuando fuera mayor estaría al mando de sus ejércitos. Aegon el Indigno no había hecho nunca daño a la reina Naerys, tal vez por miedo a su hermano, el Caballero Dragón… Pero cuando otro hombre de la Guardia Real se enamoró de una de sus amantes el rey los hizo decapitar a ambos.

«Ser Loras es un Tyrell —se recordó Sansa—. Aquel otro caballero no era más que un Toyne. Sus hermanos no tenían ejércitos para vengarlo, sólo espadas. —Pero, cuanto más lo pensaba, más dudas tenía—. Joff podrá contenerse unos pocos meses, puede que un año, pero tarde o temprano sacará las garras y entonces…»

El reino tendría tal vez a un segundo Matarreyes, y habría una guerra dentro de la ciudad cuando los hombres del león y los hombres de la rosa tiñeran de rojo el agua de los sumideros.

Sansa no comprendía cómo Margaery no se daba cuenta.

«Es mayor que yo, tiene que ser más lista. Y su padre, Lord Tyrell, sin duda sabe lo que hace. Me estoy comportando como una boba.»

Cuando contó a Ser Dontos que iba a ir a Altojardín para casarse con Willas Tyrell, pensó que sería un alivio para él y que se alegraría. Pero en vez de eso la agarró por el brazo.

—¡No lo hagáis! —exclamó con la voz ronca por el espanto y el vino—. Os lo digo yo, estos Tyrell no son más que Lannisters con flores. Os lo suplico, olvidad esta locura, dad un beso a vuestro Florian y prometedme que seguiréis el plan que habíamos trazado. La noche de la boda de Joffrey, ya no falta mucho, poneos la redecilla de plata en el pelo y haced lo que os dije, y después escaparemos.

Trató de darle un beso en la mejilla. Sansa se liberó de su presa y se apartó de él.

—No quiero. No puedo. Seguro que algo saldría mal. Cuando yo quería escapar no me ayudasteis, y ahora ya no me hace falta.

—Pero pequeña, ya está todo acordado. —Dontos clavó en ella una mirada estúpida—. El barco que os llevará a casa, el bote que os llevará al barco… Vuestro Florian lo ha hecho todo por su dulce Jonquil.

—Siento que os hayáis tomado tantas molestias —dijo—, pero ya no tengo ninguna necesidad de botes ni de barcos.

—Pero si todo es para poneros a salvo…

—Estaré a salvo en Altojardín. Willas me protegerá.

—Él no os conoce —insistió Dontos— y no os amará. Jonquil, Jonquil, abrid esos dulces ojos, para esos Tyrell no sois nada. Se quieren casar con vos por vuestros derechos.

—¿Mis derechos? —Sansa no comprendía nada.

—Pequeña —siguió él—, sois la heredera de Invernalia.

Volvió a agarrarla por el brazo, le suplicó que no siguiera adelante, y Sansa tuvo que soltarse por la fuerza. Lo dejó tambaleándose bajo el árbol corazón. Desde entonces no había vuelto a visitar el bosque de dioses.

Pero tampoco había olvidado qué le había dicho. «La heredera de Invernalia —pensaba en la cama, por las noches—. “Se quieren casar con vos por vuestros derechos.” —Sansa había tenido tres hermanos. Jamás pensó que hubiera derechos para ella, pero Bran y Rickon habían muerto—. Pero aún queda Robb; ya es un adulto, pronto se casará y tendrá un hijo. Además, Willas Tyrell heredará Altojardín, ¿para qué querría Invernalia?»

A veces susurraba su nombre contra la almohada, sólo para oír cómo sonaba.

—Willas, Willas, Willas.

Willas era un nombre tan bonito como Loras; bueno, más o menos. Hasta se parecían un poco. ¿Qué importaba lo de su pierna? Willas sería señor de Altojardín y ella sería su dama.

Se imaginaba con él, sentados en un jardín, los dos con cachorrillos en el regazo, o escuchando a un bardo que rasgueaba su laúd mientras se deslizaban por las aguas del Mander en una barcaza.

«Si le doy hijos, tal vez llegue a quererme. —Los llamaría Eddard, Brandon y Rickon, y los educaría para que fueran tan valientes como Ser Loras—. Y para que odien a los Lannister.» En las fantasías de Sansa sus hijos eran iguales que los hermanos que había perdido. A veces incluso había una niña parecida a Arya.

En cambio no conseguía visualizar durante mucho rato seguido a Willas; en su imaginación, enseguida se transformaba en Ser Loras, tan joven, tan gallardo, tan apuesto.

«No pienses eso —se dijo—. O cuando os conozcáis verá en tus ojos la decepción, ¿y cómo va a querer casarse contigo si sabe que a quien amas es a su hermano?» Se recordaba constantemente que Willas Tyrell la doblaba en edad, era tullido, tal vez incluso regordete, y de rostro congestionado como su padre. Pero, por feo que fuera, quizá era el único campeón que tendría jamás.

En cierta ocasión soñó que todavía iba a casarse con Joff, ella, no Margaery, y en su noche de bodas se transformaba en el verdugo Ilyn Payne. Se despertó temblorosa. No quería que Margaery sufriera tanto como ella había sufrido, pero la aterraba la idea de que los Tyrell se negaran a seguir adelante con el matrimonio.

«Se lo he advertido, se lo he dicho, le he contado cómo es de verdad. —Tal vez Margaery no la creyera. Cuando estaba con ella Joff se comportaba siempre como un perfecto caballero, igual que había hecho con Sansa—. No tardará en verlo tal como es. Si no es antes de la boda, será después.» Sansa tomó la decisión de encender una vela a la Madre que estaba en los cielos la próxima vez que fuera al sept para pedirle que protegiera a Margaery de la crueldad de Joff. Y tal vez otra vela al Guerrero, por Loras.