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Reconocieron a John Jacob Astor por las iniciales bordadas dentro del cuello de su camisa. Joanna hurgó en sus bolsillos, buscando un boli para escribir el nombre de Helen en el cuello de su vestido, pero no había nada en sus bolsillos, ni siquiera una moneda para Carente, el barquero.

—Creo que tienes razón —dijo Helen—, no parece el Carpathia.

Joanna alzó la cabeza, preparándose para ver la cubierta repleta de ataúdes, al embalsamador preparándose. El barco estaba todavía muy lejos, pero su silueta se recortaba claramente contra el cielo color bronce. Lo que al principio había confundido con una columna de humo era la picuda isleta central, con mástiles y antenas, y debajo la ancha cubierta plana y la proa triangular.

—¿Es el Carpathia? —preguntó Helen.

—No —dijo Joanna, asombrada—. Es el Yorktown.

¿El Yorktown? Creía que el Yorktown se hundió en el mar de Coral.

—Lo hizo —dijo Joanna. Podía ver la cabina de radio ahora, en lo alto de la isleta, y las antenas cruzadas—. Y resucitó al cabo de tres días.

—¿Qué está haciendo aquí?

—No lo sé.

—¿Cómo sabes que es el Yorktown, si no puedes leer el nombre? —dijo Helen, pero ya no había duda. Veía los aviones. Los marineros se alineaban en cubierta, sus uniformes blancos cegadoramente brillantes.

—¿Crees que nos verán? Tal vez deberíamos hacerles señales o algo.

—Ya lo hacemos —dijo Joanna—. SOS. SOS. Se levantó y se encaró al barco como si fuera un pelotón de fusilamiento.

—¿Estamos salvadas? —preguntó Helen, mirando a Joanna.

—No lo sé.

Aquello podía ser una última sinapsis disparando, un último intento de encontrarle sentido al hecho de morir y la muerte, una metáfora final. O algo distinto. Miró el cielo. Cambiaba de nuevo, volviéndose más denso, pasando a dorado. El Yorktown avanzó hacia ellas, enorme, veloz, su estrecha proa cortando como un cuchillo las brillantes aguas.

—¿Estás asustada? —preguntó Helen.

El Yorktown ya casi las había alcanzado. En la torre y los mástiles y las antenas y en la cubierta ondeaban banderas, los marineros estaban de pie en la amura, saludando. En el centro, el capitán, todo vestido de blanco, alzó un par de binoculares y miró en su dirección, las lentes brillando doradas.

—¿Lo estás?

—Sí —dijo Joanna—. No. Sí.

—Yo también estoy asustada.

Joanna la rodeó con el brazo. Los marineros gritaban desde la amura, lanzando al aire sus gorros blancos. Tras ellos, sobre la torre, salió el sol, cegadoramente brillante, tiñendo de dorado las cruces y al capitán.

—¿Y si vuelve a hundirse?—preguntó Helen, asustada—. El Yorktown se hundió en Midway.

Joanna le sonrió, miró el pequeño bulldog, y luego de nuevo el Yorktown.

Todos los barcos se hunden tarde o temprano —dijo, y alzó la mano para saludar—.

Presentación

Éste es el sexto libro de Connie Willis que aparece en la colección NOVA en pocos años. A estas alturas, ya no será un secreto para nadie que me gustan los temas que trata esta autora y la forma en que lo hace. Aunque esta vez, con TRÁNSITO, el tema central resulta un tanto alejado de mis intereses habituales: eso de las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte) ha suscitado siempre mi mayor escepticismo.

Pero una novela de Willis siempre merece mi atención. Como ya he contado otras veces, tuve la suerte de conocer en persona a Connie Willis en la convención mundial (Worldcon) de Glasgow de 1995. Después, aceptó ser la conferenciante invitada en la entrega del Premio UPC de ciencia ficción de 1997, lo que nos permitió, a mí y a mi familia, disfrutar durante unos días de su agradable compañía y de su inagotable ingenio. Connie Willis es, no hay ninguna duda, una persona encantadora y sumamente inteligente. Su obra literaria, como no podía ser de otra manera, refleja esa condición.

En NO VA han aparecido ya la intensa reflexión de Willis sobre la indefensión humana ante una enfermedad que mata (EL LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL), su visión de un sorprendente Hollywood del futuro (REMAKE), las agudas opiniones de la autora sobre la investigación científica que abarca desde el estudio sociológico de la aparición de las modas hasta la moderna teoría del caos (OVEJA MANSA), la comedia de altos vuelos en torno a la compleja agitación de la vida presidida a veces por objetos del todo inútiles (POR NO MENCIONAR AL PERRO), o una curiosa reflexión sobre el sueño que es, también, una emocionada historia de amor que transcurre ante el horror de una guerra no por soñada menos real y mortífera (LOS SUEÑOS DE LINCOLN).

Hasta hoy, para la mayoría del público lector, la gran obra de Connie Willis es EL LIBRO DEL DÍA DE Juicio FINAL (1992, NOVA número 68), esa emotiva novela que nos habla tal vez del sida sin citarlo ni una sola vez. O, mejor, nos habla del inevitable miedo del ser humano ante la enfermedad que puede acabar con su vida, algo que el sida ha replanteado en nuestros días incluso en los países más desarrollados, algo que hace años sugerían posiblemente la tuberculosis o, más tarde, el cáncer y que tan inteligentemente había analizado Susan Sontag en un famoso ensayo.

En TRÁNSITO, Willis vuelve a tratar de la muerte, esta vez con una inolvidable novela sobre las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) tan asombrosa como reflexiva, tan inteligente como aterradora.

Según diversos testigos, en una ECM parece haber varios elementos nucleares: experiencia extracorporal, sonido, un túnel de altas paredes, una luz al final del túnel, parientes fallecidos y un ángel de luz con resplandecientes túnicas blancas, una sensación de paz y amor, una revisión de la vida, una revelación del conocimiento universal y la orden de regreso final. ¿Es todo esto algo real, o se trata tan sólo de manifestaciones surgidas de la bioquímica de un cerebro moribundo?

Personalmente me inclino por la segunda hipótesis. Willis (que es quien importa en este caso), en unas declaraciones a Publishers Weekly decía acerca de sus creencias: “No creo en fantasmas, no creo en la comunicación con los muertos, ni creo en la ouija. Realmente deseaba escribir una historia en la que no tuviera que mentir al lector sobre todo eso. Ni dar alguna indicación de que en efecto era posible la comunicación más allá de la tumba. Eso configuró toda la trama. Cuando se escribe un libro, se intenta decir la verdad. Aunque se hable de todas esas cosas, se sigue intentando decir la verdad. Una de mis convicciones más firmes es que si hay algo detrás de la muerte, no hay ninguna prueba de ello. No hay conexión entre los vivos y los muertos. Excepto la conexión de las emociones. Viven en nuestros corazones. Esa conexión es real.”

En TRÁNSITO, la doctora Joanna Lander es una psicóloga que investiga las ECM, y su encuentro con el neurólogo Richard Wright ha de permitirle simular clínicamente ese tipo de experiencias con el uso de drogas psicoactivas. Pero los sujetos del experimento del doctor Wright ven cosas completamente distintas de lo esperado, y Joanna decide someterse ella misma al experimento para conocer directamente una ECM. Y las sorpresas empiezan…