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Holger abandonó. Sabía cuándo era derrotado en toda la regla. O bien esta bruja era idiota o le estaba mintiendo deliberadamente. En ninguno de los casos tenía esperanza de llegar a saber demasiado.

—Pero si éste es el consejo que quiere —dijo Gerd de pronto—, aunque mi mollera a menudo esté confusa, como lo están las cabezas viejas, y aunque esta Grimalkin sea torpe, aunque astuta, es posible que pueda darle un consejo, que también le alivie de la herida y le haga estar entero de nuevo. No os enfadéis, justo señor, si os propongo un poco de magia, pues blanca es… o todo lo más gris; ¿pensáis que si fuera una bruja poderosa iría vestida con estos harapos o habitaría esta cabaña? Nanay, tendría un palacio de oro para mí, y siervos por todas partes que le habrían dado la bienvenida. Si con vuestro permiso puedo invocar a un espíritu, sólo a uno pequeñito, él podría deciros mejor que yo lo que deberíais saber.

Holger soltó un gruñido y enarcó las cejas. Eso es, eso lo explica todo. Estaba chiflada. Sería mejor llevarle la corriente si pensaba pasar la noche allí.

—Como deseéis, madre.

—Veo ahora que venís de lugares realmente extraños, pues no os presignáis mucho, aunque casi todos los caballeros estén siempre invocando al Altísimo, aunque a menudo esos grandes juramentos les costaran los dolores del fuego infernal, pues no viven muy buenas vidas; ya veis que el Imperio tiene que utilizar las pobre herramientas que puede encontrar en este mundo bajo y perverso. No son tales vuestras maneras, sir Holger, ni en un lado ni en el otro, lo que hace que me pregunte si no perteneceréis en realidad a Faerie. A pesar de eso lo intentaremos, aunque he de confesaros antes que los espíritus son seres misteriosos y pueden no dar respuesta alguna, o dar una de doble sentido.

El gato saltó del cofre y ella lo abrió. Había en la vieja una curiosa tirantez. Holger se preguntó lo que estaría tramando y un estremecimiento recorrió su espina dorsal.

La vieja sacó del cofre un brasero con trípode, que puso en el suelo y llenó con los polvos de un frasco. Sacó también una varita que parecía estar hecha de ébano y marfil. Murmurando y haciendo pases con las manos, trazó dos círculos concéntricos en el suelo, alrededor del trípode, y se puso de pie entre ellos con su gato.

—La curva interior es para sujetar al demonio, y la exterior para mantener alejados los encantamientos que pudiera intentar, pues a menudo se ponen gruñones cuando se les invoca tan rápidamente —explicó—. He de pediros, mi señor, que no pronunciéis oración ni hagáis signo alguno de la cruz, pues eso haría que se marchara enseguida, y de muy mal humor.

La voz de la vieja era ordinaria, pero sus ojos le miraban reluciendo y Holger deseó poderle ver la expresión de esa telaraña de arrugas.

—Adelante —dijo Holger, con la voz un poco apagada.

Ella empezó a bailar por alrededor del círculo interior y él pudo captar algo de su canto. —Amén, amén…—. Sí, sabía lo que vendría ahora, aunque no por qué lo sabía… "…malo a nos libera sed…—. Tampoco sabía Holger por qué iba creciendo su cólera. La vieja terminó el latín y pasó a una lengua aguda que no reconoció. Cuando ella tocó el brasero con la varita, éste empezó a soltar un humo blanco y denso que casi la ocultó, pero que curiosamente no pasaba del círculo exterior. "¡OBeliya al, Ba’alZebub, Abaddon, Ashmadai!—, gritó. —¡Samiel, Samiel, Samiel!"

¿Estaba espesando el humo? Holger miraba desde su asiento. Pero en esa neblina de tono rojizo apenas podía ver a Gerd, y era como si alguna otra cosa estuviera suspendida sobre el trípode, algo grisáceo, casi transparente… ¡por los cielos, vio unos ojos carmesí y que aquello tenía casi la forma de un hombre!

Le oyó hablar, con un tono inhumano que era como un silbido, y la anciana le respondía en una lengua que Holger desconocía. Capacidad de ventrílocua, se dijo a sí mismo, ella es ventrílocua y yo tengo la mente emborronada por la fatiga, es eso, sólo eso. Papillon relinchó y coceó en el establo. Holger se llevó una mano al cuchillo. La hoja estaba caliente. ¿Acaso la magia, farfulló Holger ininteligiblemente, inducía corrientes en remolino?

Lo que había en el humo trinaba, gruñía y se agitaba. Estuvo hablando con Gerd durante lo que pareció mucho tiempo. Finalmente, ella levantó la varita e inició otro canto. El humo comenzó a desaparecer, como si fuera succionado por el brasero. Con voz entrecortada, Holger lanzó un juramento y cogió su cerveza.

Cuando ya no quedó más humo, Gerd salió del círculo. Tenía el rostro blanco y tirante, los ojos cerrados. Pero Holger vio que ella temblaba. El gato arqueó el lomo, levantó la cola y le escupió.

—Extraño consejo —dijo la vieja tras una pausa, con una voz que carecía de tono—. Extraño consejo me dio el demonio.

—¿Qué es lo que dijo? —preguntó Holger con un susurro.

—Dijo… Samiel dijo que venís de un lugar muy lejano, tan lejano que un hombre podría viajar hasta el día del Juicio Final sin llegar a vuestra casa. ¿No es así?

—Así es —contestó Holger lentamente—. Sí, pienso que eso puede ser cierto.

—Y dijo que la ayuda a vuestra difícil situación, los medios para regresar al lugar de donde venís, está dentro de Faerie. Allí debéis ir, sir… sir Holger. Debéis cabalgar hasta Faerie.

Holger no sabía qué respuesta darle.

—Oh, no es tan malo como parece —dijo Gerd quitante un poco de tensión. Incluso llegó a reír, o más bien a cacarear—. Si he de decir la verdad, estoy en términos no inamistosos con el duque Alfric, el señor más próximo de Faerie. Es un poco caprichoso, como todos los de su raza, pero le ayudará si se lo pide, eso dijo el demonio. Y yo le proporcionaré un guía para que pueda llegar allí rápidamente.

—¿Po… por qué? —preguntó Holger tartamudeando—. Quiero decir que no puedo pagarle.

—Ni se necesita —contestó Gerd, moviendo una mano negligentemente—. Una buena acción puede ser recordada en mi favor cuando me vaya de este mundo para otro, y ojalá que sea a un clima más cálido; de todas formas, a una abuelita como yo le gusta ayudar a un joven hermoso como vos. ¡Ay, hubo un tiempo hace ya mucho…! Pero dejemos eso. Permitidme que vende vuestra herida, y luego me vaya a la cama con vos.

Holger aceptó que le lavara la herida y le pusiera encima un emplasto de hierbas mientras hacía un encantamiento. Estaba ya demasiado cansado para oponer resistencia a nada. Pero procuró ser lo bastante precavido como para declinar la oferta que le hizo la vieja de su propio camastro de paja, yéndose a dormir al heno, junto a Papillon. No debía pasarse de la raya. Esa casa era, cuando menos, extraña.

3

Al despertar permaneció algún tiempo semidormido, hasta que recordó dónde estaba. El sueño desapareció en él. Se sentó, lanzando un grito y miró a su alrededor.

¡Un establo, eso es! Un abrigo oscuro y tosco, que olía a heno y abono, un caballo negro que se inclinó sobre él y le rozó tiernamente con el hocico. Se puso en pie y se quitó las pajas adheridas a la ropa.

La luz del sol inundó el establo cuando la Madre Gerd abrió la puerta.

—Ah, buen día, hermoso señor —dijo con voz gritona—. En verdad que habéis dormido el sueño de los justos, o lo que se dice que debe ser el sueño de los justos, aunque en los años que tengo a menudo he visto a buenos hombres agitándose despiertos toda la noche, mientras hombres perversos sacudían el techo con sus ronquidos; no he tenido corazón para despertaros. Pero venid ahora y veréis lo que os aguarda.

Lo que le esperaba era un cuenco de gachas, más pan, queso y cerveza, y un trozo de beicon cocido a medias. Holger consumió los alimentos con apetito y después pensó con añoranza en una taza de café y una ración de ahumados. Eso a pesar de que la escasez debida a la guerra ya le había apartado de tan agradables vicios. Se puso a lavarse vigorosamente en un cacharro que había fuera de la cabaña.