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Querido Peter:

¿Aprenderás a vivir sin mí? Quizá habría sido mejor no saber nada de mi enfermedad y que la muerte nos encontrara despistados. Así no sentiría esta pena de dejarte. A veces no soporto la espera, esta imprecisión que disfrazo de esperanza demasiado a menudo, y que siempre acaba en la misma pregunta: ¿Cuándo? ¿Cuándo?

Todos los días me despierto pensando que no es justo. Por qué me ha tocado a mí. Precisamente ahora. Debe quedarte este consuelo. He sido feliz, por fin.

Antes pensaba que la propia muerte no duele, que duele la muerte de los demás, de la gente que quieres. Sin embargo, ahora sé que no es cierto, mi muerte me duele por vosotros y también por mí, no veros nunca más, no abrazaros jamás. Me doy cuenta de que morir es lo que pierdes, perderlo todo, definitivamente. Perder incluso lo que nunca has tenido. Las cosas que se deberían haber hecho, y ya no habrá tiempo de hacer.