Blanca no volvió al parque. Le dolía el abrazo de José, por el abrazo que había abandonado. Peter la esperaba. Le dolía esa obsesión. Le dolía el amor que se da por costumbre, que se convierte en hábito de amar. Peter la esperaba.
Bajó corriendo las escaleras de la casa de José. Se detuvo en el rellano para mirar hacia atrás. No la seguía nadie. Era ella misma la que seguía sus propios pasos. Una mujer apasionada que se desconocía. Y huía de ella. No recuerda cuándo fue la última vez que hizo el amor así. No recuerda cuándo fue la última vez que hizo el amor con Peter. Pero sabe, eso sí, que hace mucho tiempo.
Blanca bajó las escaleras como si descendiera al abismo. Corría por la calle conteniendo un sollozo. Sin fondo, la tristeza. Había comido con Peter. Volverás. No. No. Esa misma tarde, Blanca había utilizado su coquetería y le había salido bien. Demasiado bien. Corría, como si Peter la siguiera.
Huía de la ternura de José sabiendo que huía de su propia ternura, a la que ella debía negarse. Tenía que ver a Carmela. Contarle lo que había pasado, para explicárselo a sí misma.