Peter no sabía perder, consideraba que la vida le debía todo y eran los demás los que tenían que pagárselo. Blanca reclamaba su centro en ella misma. Pensaba Blanca, pero no le dijo nada.
—No puedes irte. Te necesito en Hamburgo.
—¿Por qué me necesitas? ¿Para qué?
—Para volver a entrar en el jardín de Ulrike —fue un golpe bajo, Blanca lo sintió así. Era la única forma de obligarla a quedarse. Y Peter lo sabía.