Carmela paseaba por el parque como todas las mañanas. Se acercó al estanque y se entretuvo observando a los piragüistas. Una sonrisa le invadió la boca al recordar un domingo anterior. Había estado remando con Blanca y los niños. Mario, el más pequeño, hacía la gracia de lanzar agua con el remo a la barca que Blanca y las niñas intentaban dirigir al embarcadero. Casilda y Carlota se pusieron furiosas. Blanca reía, ¡al abordaje!, gritaba, le dio un ataque de risa, se dobló para sujetarse el estómago y se le cayeron las gafas de sol al agua.
Carmela miraba al fondo del estanque. Le parecía estar oyendo a Blanca. Blanca, qué sería de mí sin ella, qué sería de mí sin ella, y es la primera vez que tiene sentido esa frase.
—Tus hijos se irán —le dijo Blanca en una ocasión—, se harán mayores y se irán, y tú te quedarás con lo que hayas hecho de tu vida.