Carmela se retiró del estanque. Sin su sonrisa. Vio a un chico con una bicicleta.
—¿Alquilan bicis por aquí? —le preguntó.
—No, pero si quieres te la presto.
Aceptó el ofrecimiento y bordeó el estanque pedaleando. La brisa era fresca, le levantaba su falda roja y le arrastraba el pelo hacia atrás, hacia arriba. Más deprisa, más. Se alejó del agua por una vereda en pendiente. Ningún esfuerzo para alcanzar velocidad, para que revolotee su falda roja. Una vieja la observaba, se santiguó al ver sus muslos desnudos. Desvergonzada, le increpó. Carmela soñaba con volar.