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Tampoco entonces le pediste que te hablara de Ulises. Y ella no te contó lo que tú no habrías querido escuchar.

—Hay muchos hombres así —dijo Ulises en el interior del coche. Por el tono de su voz parecía que estuviera disculpándose—. Conozco a más de uno que se cree en la obligación de hablar en nombre de su mujer.

—Le ruego que no hablemos de él. Le amo —contestó Matilde, escudándose detrás del amor.

Matilde temía perderte. Y le dijo a Ulises que te amaba porque le temía también a él.

—Lo siento, no he querido ofenderla.

—¿Y por qué cree que me ofende?

—Es cierto. Perdóneme.

—¿Es que va a estar durante toda la noche pidiendo perdón?

—Creí que se sentiría mejor si hablara de lo que ha ocurrido esta noche.

—No ha ocurrido nada esta noche.

—Matilde, he descubierto que usted utiliza el silencio como una forma de reproche. Y no me gustaría que conmigo hiciera lo mismo.

—¿Cree que me ha descubierto y que por eso me ofende? Usted sabe ahora que yo hablo poco delante de mi marido, pero no crea por eso que me ha descubierto. Usted no sabe si yo quiero hablar, o no quiero hablar. Usted no me conoce. No sabe nada de mí.

—Es cierto, y siento no conocerla, pero también sé que su marido tampoco la conoce.

Matilde no pudo controlar por más tiempo su tono de voz. Le interrumpió. Gritó:

—Le he pedido que no hablemos de él.

Ulises quedó callado. Le sorprendió el placer que le provocaba el haberla enfurecido. Saboreó su ira unos instantes. Paró el coche. Respiró antes de volver a hablar:

—No la conozco. Es cierto. No se inquiete. No la conozco —repitió como para sí mismo—. No la conozco —entonces subió también el tono de su voz y levantó con brusquedad el freno de mano—, pero no se inquiete. Y aunque me gustaría conocerla, jamás la forzaré a hablar de lo que usted no quiera.

Ulises se giró hacia Matilde, la miró a la boca, advirtió que le temblaba ligeramente el labio inferior.

—No me inquieto. Pero le ruego que haga el favor de no meter a mi marido en esto.

—Bien. Bien. Hablaremos siempre sin mencionar a Adrián —replicó Ulises, recobrada la calma, con dulzura.