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No estaba previsto que Estela acudiera a Aguamarina, pero en el último momento, y sin que tú sospecharas el porqué, decidió acompañar a su marido. Ulises llamó por teléfono para comunicártelo. Tú te encontrabas en tu estudio preparando los libros que querías llevar al cortijo. Matilde ultimaba detalles del equipaje, fue ella quien descolgó el auricular.

—¿Lo ve? Yo no tenía por qué creer que no volvería a pedirme disculpas —oíste que decía—. No, no. No se preocupe por eso, lo pasé muy bien —tú dejaste lo que estabas haciendo, y permaneciste inmóvil para oír mejor—. De acuerdo —dijo después de un silencio larguísimo—, hablaremos de eso. Le paso con Adrián.

Ulises te comunicó los cambios en los planes de viaje. Estela se unía a la aventura; y él también. El proyecto era demasiado importante, no le parecía oportuno limitar su presencia en Aguamarina a simples visitas.

—No quiero perderme la gestación de la criatura —te dijo riendo—, le prometo que no molestaré.

Palabras rápidas, un comunicado cortés. Su conversación con Matilde había durado más. «Hablaremos de eso», había dicho ella. Te hubiera gustado preguntarle qué era «eso» de lo que tenían que hablar. Pero no lo hiciste. Te limitaste a comentar que sería menos aburrida para ella la estancia en el cortijo con los dos acompañantes que se habían sumado al viaje.

Por su sorpresa, comprendiste que Ulises no le había dicho a ella que Estela y él irían con vosotros a Punta Algorba. Matilde cerró la maleta de un golpe seco al oír tus palabras.

—No soporto a esa mujer —dijo como excusa de su repentino mal humor.