Llegaron a Aguamarina con el convencimiento de que no deberían haberse besado. Ninguno de los dos lo lamentó, pero ambos decidieron, sin decírselo al otro, que no volverían a hacerlo. Regresaron a la casa hablando del paisaje, del sol, de las rocas, del bosque, del mar. Ulises y Matilde acordaron así el olvido de un beso. Ese acuerdo fue el que impulsó a Matilde a decirte, cuando salió de la ducha y tú permanecías sentado al borde de la cama:
—Quiero irme de aquí.
Tú pensabas todavía en la arena de sus pies.
—¿Cómo?
Matilde refrenó su impulso de repetirlo, y no lo hizo. Tú no volviste a preguntar.
Aisha os anunció que el aperitivo estaba servido en el porche. Matilde se puso un vestido azul estampado con flores pequeñas. Sobre sus hombros desnudos reposaban unos finísimos tirantes, que, inservibles, resbalaron por su piel dando a su caída una provocadora indolencia.
Bajaste detrás de Matilde mirando su cabello rojizo, se lo había anudado en una trenza que le llegaba al comienzo del vestido y, al moverse en su espalda, se le colaba por el escote. Estanislao Valle se dirigió a tu mujer nada más verla, le dijo que le favorecía el peinado y aprovechó para tocarle el pelo. Ulises y Estela los miraron mientras tú mirabas a Estela.
—Es muy traviesa, se le mete por aquí —Estanislao movía la trenza de Matilde acariciando con ella su espalda.
—Han tardado más que nosotros en llegar —la voz metálica de Estela estalló en los oídos de Matilde—. Ulises conduce más rápido que Estanislao, ¿dónde se han metido, querida?
Matilde, por respuesta, se apartó de Estanislao y se dirigió a Ulises:
—Me ha gustado mucho el paisaje que me ha enseñado.
—Me alegro —replicó él mirándola a los ojos—. Me alegra muchísimo que lo haya visto.
—Ah, sí —dijiste tú—, el paisaje es precioso, deberíamos tenerlo en cuenta para los exteriores.
Zanjaste la cuestión, pero en tu mente resonaban las palabras de Matilde. Me molesta la arena en los pies. Quiero irme de aquí. Recuerdas el comentario que Estanislao añadió:
—La mezcla perfecta de lo escarpado de Ítaca y el verdor de Irlanda. ¿Qué le parece, Matilde?
Recuerdas. Las frases se mezclan en desorden. Me molesta la arena en los pies. El paisaje que me ha enseñado.
—No conozco Ítaca, ni Irlanda. Y no he leído Ulises, lo he intentado varias veces, no puedo leer más de diez páginas sin que me entre un sueño mortal.