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Había pasado más de un mes desde que llegasteis a Aguamarina. Se mantenía entre vosotros una entente cordial que evitaba que surgieran los afectos. Tú continuaste respondiendo al coqueteo de Estela para provocar los celos de Matilde. Estanislao medía sus galanteos hacia ella, vigilado de cerca por su esposa, intimidado por las miradas de Ulises. Y él y Matilde reprimían su deseo de recordar un beso.

Tu mujer alimentaba el cariño de Aisha en sus conversaciones de cocina, a las que ambas permitían que se sumara Pedro, pero sólo de vez en cuando.

—Anda, Pedro, vete que seniora y Aisha hablan de mujeras y tú no entiende.

—Señora Matilde, tenga cuidao con ésta, que es muy mandona. Y aunque le parece chica es más grande de lo que parece.

A Matilde le gustaba escuchar a Pedro, le exigía mucha atención poder comprenderle, y el esfuerzo le valía después para entender mejor a Aisha, porque ella había aprendido a manejar el idioma con él.

—A mí me hizo que me hiciera musurmán, porque ésta no se casaba con un cristiano. Ven mal eso de casarse con un cristiano, ¿sabe? Y yo tuve que pasar por el aro, y pasé, claro que pasé, porque esta cosa tan chica me tenía sorbío el seso. Y otavía me lo tiene y son muchos años pa mayo. Pero el nombre no me lo cambió, no señora, el nombre que me dio mi madre no me lo cambian a mí tan fácilmente, aunque por casi lo consigue la morita y a lo primero de conocerla atendía yo por Butrus —Pedro se quedó pensativo unos instantes—. ¿A usted le gusta Butrus, señora Matilde?