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Los mensajes pasaban a través de Estela, la utilizaban como puente entre los dos. Las fichas en las damas, las piezas en el ajedrez, los naipes en las cartas, los árboles en el paisaje, o el mar en la distancia, cualquier excusa era buena para usarla como pasarela.

Una de esas tardes en que Ulises y Matilde jugaban a ser cómplices en secreto, se dieron una cita relacionando las palabras en desorden que habían formado con las letras que les tocaron en los dados. Estela compuso GRUTA, 37 puntos; Ulises escribió MAÑANA, 22 puntos; y Matilde le siguió con MEDIODÍA, 32 puntos. Gana Estela.

Sobre la mesa de juego quedó escrito el mensaje.

Estanislao y tú entrasteis al salón. Estela se levantó al veros. Ulises y Matilde se quedaron un momento mirando los dados, ninguno de los dos hizo ademán de guardarlos en el cubilete, como solían hacer. Ambos leyeron en voz baja, moviendo imperceptiblemente los labios.

Aisha anunció la cena y cuando os marchabais hacia el comedor, extrañada de que no hubieran recogido el juego, preguntó:

—¿Quieres senior Ulises que Aisha guarda cuadrados?

—No, Aisha, déjelo así, por favor —contestó.

Estanislao se sentó a la mesa frente a Matilde. Y también después de cenar, en la tertulia que hacíais en el salón, se sentó frente a ella. Matilde llevaba un vestido estrecho y al sentarse en el sofá, la falda se le subió dejando sus piernas bronceadas al descubierto. Estanislao la miraba más allá de los muslos buscando otras oscuridades. La gata de Aisha le dio la oportunidad de encontrar lo que buscaba. El animal entró al salón y se dirigió a tu esposa, ella abrió las piernas para inclinarse a cogerlo, y Estanislao pudo deleitarse imaginando el vello rojizo oculto por el triángulo de seda negra que llegó a ver entre sus piernas. Ella no vio la mirada de Estanislao, pero se dio cuenta de que su vestido resultaba demasiado corto, por eso la viste levantarse del sofá, y buscar un asiento más alto, tirando de su falda hacia abajo mientras cogía a la gata. Se sentó en una silla con Negritaen sus brazos y comenzó a acariciarla.

A Ulises no le pasaron desapercibidas las miradas de Estanislao, ni a Estela tampoco. Ella tomó asiento en el lugar que había dejado libre Matilde y te pidió que leyeras la escena que habíais escrito por la tarde. Su voz pretendía ser seductora, pero su esfuerzo rechinó como la tiza cuando resbala en la pizarra.

Secuencia 3

Exterior/tarde noche.

Nausicaa-Gerty.

Secuencia de miradas.

Las jóvenes juegan con los niños en la playa. Hay dos gemelos muy revoltosos.

Gerty (vestida de azul-ojos azules) le da una patada al balón mirando coqueta a Ulises-Leopold, vestido de negro. «Él la observaba como la serpiente observa a su víctima», en palabras de Joyce. Pero es ella quien le seduce con el movimiento de sus piernas. Un juego de miradas, al fondo el sonido de campanas. Miradas, más miradas. Fuegos artificiales de color azul. Todas las chicas, con los niños, corren hacia los fuegos de artificio. Excepto Gerty, que permanece sentada. Al fin solos. Gerty se reclina hacia atrás, sobre la arena, más atrás, sujetándose las rodillas. Más atrás, más miradas. Gerty separa las piernas, mueve el pelo, y enseña sin pudor las bragas blancas. Leopold la sigue mirando, y ella le sigue enseñando las bragas mientras mira al cielo. Un fogonazo azul.

—¡Gerty! ¡Gerty! —la llaman sus amigos para que se acerque.

Y él sabe que se llama Gerty. Ella regresa de su ensoñación y se encuentra con la mirada de Leopold que la sigue observando. Le saluda con el pañuelo, él recibe el olor de su perfume y recuerda un baile con Molly. Gerty se levanta, los dos se miran. Gerty echa a correr. Leopold descubre que es coja. (Hay que mostrar bien la cojera de Gerty, y la sorpresa morbosa de Leopold.) Leopold la sigue mirando mientras corre al encuentro de los demás. Ella no vuelve la cabeza hacia él. Sigue corriendo. Él la sigue mirando esperando que vuelva la cabeza.

—Mírame, tierna putita —susurra.

Sigue recordando el baile con Molly, el olor de su cuello, el beso que le dio en el hombro.

Un nuevo fogonazo azul. Todos miran al cielo. Excepto Gerty, que mira por fin a Leopold, y él la sigue mirando.

Estela había conseguido su objetivo: desviar la atención hacia ti, hacer que su marido dejara de mirar a tu esposa, y te preguntó por Nausicaa, cómo tomaría cuerpo en Gerty, para que siguieras hablando. Tú creíste que le interesaba realmente tu trabajo. Te disponías a contestar, pero fue Estanislao quien tomó la palabra:

—Ya hemos hablado bastante de Ulises en Irlanda. No hagas que aburramos más a Matilde, cariño, creo que hace tiempo que la hemos aburrido —dijo mordiendo su pipa.

—Oh, perdóneme, querida, olvidé que usted no ha leído el Ulises.

Estela se dirigió a Matilde con el desdén que lo hacía siempre, y le preguntó, por preguntarle algo, qué hacía todas las mañanas en la cocina. Ella le contestó que cocinar, y charlar con Aisha.

—Y ¿de qué habla con una criada, querida?

—De la vida.

—¿De la vida? —aventuró, esbozando una sonrisa que parecía de plástico, pretendiendo burlarse de ellas.

—Una persona que ha estado a punto de morir sabe bastante más que tú de la vida —a Estela se le plastificó definitivamente la sonrisa.