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Te diste cuenta de que Matilde tuteó a Estela por primera vez, y de que no quiso mostrar con ello confianza, sino desprecio.

—No sabía que Aisha hubiera estado cerca de la muerte.

—Pues se le ahogó el novio. Y ella casi se ahoga también al intentar sacarlo del mar.

Matilde se levantó, dijo Buenas noches y se retiró. No quiso trivializar el drama de Aisha, convertirlo en una charla de salón. No quiso entretener a Estela.

Tu error fue conocer la historia. Y caíste en la trampa de contarla. Matilde te la había relatado con detalle, sobrecogida por la fuerza que le había transmitido aquella joven menuda y capaz; conmovida por la añoranza que expresaban sus ojos negros pintados de kohol; sacudida por la ternura maternal con que dominaba a Pedro, un marido que casi le doblaba la edad y el tamaño, un hombre rudo, destinado por su naturaleza a proteger, protegido amorosamente por ella. Matilde te había contado la historia para compartir contigo las emociones que sintió al escucharla de los labios de Aisha, en su media lengua mal aprendida. Para volver a emocionarse al contártela. Y cada noche te hablaba de Aisha hasta que te llegaba el sueño, aferrándose a la idea de que no lo habíais perdido todo. Y ahora te das cuenta, y ya es tarde.

Y fue tarde para ti desde el momento en que abriste la boca y comenzaste a hablar de Aisha para satisfacer la curiosidad de Estela. Y te das cuenta de que, al menos, podrías haber esperado a que Matilde saliera de la habitación, pero no lo hiciste. Comenzaste a hablar antes de que llegara a la puerta —ahora lo recuerdas muy bien—, comenzaste a hablar mirando la espalda de Matilde. Se alejaba cuando te oyó nombrar a Munir. Fue en su espalda donde notaste un estremecimiento.

La historia de Aisha. La contaste. Y a partir de aquella noche, Matilde se negó a mostrarte sus emociones.

Ulises se levantó cuando vio que tu mujer se marchaba. La siguió, y tú continuaste hablando sin advertirlo siquiera. Le contaste a Estela las bodas de Aisha, en presencia de Estanislao —a ella se lo contabas—. Y que Aisha había nacido en Esauira, una ciudad al sur de Marruecos. Le contaste cómo su familia la prometió en matrimonio nada más nacer, al hijo menor de una familia de ebanistas. Cómo ella se enamoró de Munir, el novio que le habían destinado, y cómo él se enamoró de ella. Su prometido se dejó seducir por las alharacas de Europa. Y Aisha le siguió en su seducción hasta una patera. Le contaste.

CUARTA PARTE

... como si el día

fuera piedra que horadase la vida,

como si el día

fuera caravana de lágrimas.

ADONIS