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—¿Qué le parece? —añadió Estanislao—, a mí esas reuniones me recuerdan a los primitivos cristianos, que se escondían en criptas para celebrar sus ritos. La congregación. ¿Qué le parece, Matilde, cree que Aisha querrá llevarnos?

Toda la indignación de Matilde se reflejó en su gesto: apretó los dientes y frunció el ceño antes de hablar:

—¿Pretenden que Aisha les lleve al circo?

—No se enfade, querida —contestó Estela—. La solidaridad empieza por la sensibilización.

—Esas son palabras bonitas. ¿Conoces también la de respeto?

—Vamos, vamos, querida —Estela se soltó de vosotros y buscó el brazo de Ulises—. Creo que es usted quien me está faltando al respeto.

Le falló la estrategia de atraerlo a su bando, de ponerlo en contra de Matilde, de dejarla sola ante los cuatro.

—Matilde tiene razón —le dijo, dándole palmaditas en la mano—. A usted tampoco le gustaría que un grupo como el nuestro la observara, ¿verdad, Estela?

Ella se zafó de Ulises, de las palmaditas que la convertían en una niña reprendida, instada a pedir perdón. Volvió a Estanislao, y lo encontró perplejo. La misma perplejidad la halló en tu reserva, porque tú aún no te habías pronunciado, seguías en silencio sin saber qué hacer ni qué decir. Resuelta a no dejarse abandonar por todos, recurrió a Matilde. Intentó haceros ver que tu mujer había creado el conflicto.

—Oh, querida, creo que ha sacado las cosas de quicio. Era sólo una idea, pero ya veo que si a usted no le apetece, a los demás tampoco. Vamos a dejarlo así. Será mejor que hagamos algo que a usted le guste, parece la mejor garantía para agradar a los hombres —Estela forzó una sonrisa—. ¿Le apetece escuchar música, querida? —sin darle tiempo a contestar, os preguntó a vosotros—: ¿Y a ustedes? —y se dirigió al tocadiscos sin esperar tampoco vuestra respuesta.

Un vals ocupó el silencio. Estela se movió al compás y entornó los ojos. Todos la mirasteis bailar sola. Tú te apiadaste de ella. Le pediste permiso para acompañarla. No percibiste la rabia con la que aceptó que abrazaras su cintura.

Matilde abandonó entonces el gabinete y se retiró a vuestra habitación. Cuando tú llegaste al dormitorio, ella fingía dormir.