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Mi suegra quiere que le cuentes qué te dijeron sus maridos. Tu prima le ha contado que fueron a verte. Tu suegra se desconcierta siempre que algo escapa a su control. Cuéntamelo todo, Prudencia, te hará sentirte mejor, te dice. Yo creo que es ella la que quiere sentirse mejor. Y espera con los ojos muy abiertos inclinada sobre ti, como se acerca el sediento al caño de una fuente casi seca, con la boca muy abierta. Se inclina sobre ti, te acaricia el pelo, te pone el dorso de la mano en la frente, te la besa, como si te tuviera cariño. Mira a los demás para saber si han visto el gesto, sus ademanes amorosamente estudiados. Les pide que se vayan a descansar, que os dejen solas, ella cuidará de ti. Su hijo se resiste. Le convence, ella siempre convence a su hijo. Prudencia, hija mía. Y es la primera vez que te llama hija.

Ella también quería pedirme perdón, se inclinó sobre mí, la oí un momento, empezó a hablarme de su niño, me llamaba Prudencia, pero después dejé de escuchar, cuando me preguntó qué querían de mí sus dos maridos. Los celos, me preguntaba, qué fue lo que provocó vuestros celos. Y vuelve a pedirme perdón, por haberme llevado a vivir entre sombras, entre las dudas. Me angustia tener que dar tanto perdón, demasiado me piden. ¿De dónde voy a sacarlo? ¿Y para qué?

Parece que todos quisieran arrancarse un animal de dentro para dármelo a mí. Yo no quiero, es un animal negro y feo, como la culpa. Que cada uno domestique su fiera.