– Tu madre me acaba de decir que has estado ocupada entrenando a los perros de Henry – dijo mientras tomaba asiento otra vez, y su sonrisa parecía verdadera-. Tal vez has encontrado un nuevo trabajo.
– En realidad, me gustaba mi viejo trabajo – dijo. Todo el tiempo desde su conversación con Louie, había pensado en el edificio vacante en el centro. No había querido hablar de su idea con su madre hasta estar segura de conseguirlo, pero la persona con quien más necesitaba hablar estaba sentada al otro lado de la mesa, y su madre se enteraría antes o después de todas maneras-. ¿De quien es el edificio que está al lado de Construcciones Allegrezza?- preguntó a Max-. Uno estrecho de dos plantas con un salón de belleza en la planta baja.
– Creo que Henry dejó ese bloque de edificios entre La Primera y Main para ti. ¿Por qué?
– Quiero reabrir la peluquería.
– No creo que sea una buena idea – dijo su madre-. Hay muchas otras cosas que puedes hacer.
Delaney la ignoró-. ¿Cómo puedo hacerlo?
– Para empezar, necesitarás el traspaso del negocio. La dueña anterior está muerta, así que tendrás que contactar con el abogado que represente a sus herederos, que son los titulares de la peluquería en este momento, – comenzó. Cuando terminó media hora más tarde, Delaney sabía exactamente lo que tenía que hacer. El lunes a primera hora, iría al banco donde estaba su dinero en fideicomiso y solicitaría un préstamo. Por lo que podía ver, sólo había un inconveniente para su plan. El salón de belleza estaba ubicado al lado de la constructora de Nick-. ¿Puedo subir la renta al edificio de al lado?- Quizá lo podría echar.
– No hasta que el contrato expire.
– ¿Y cuándo es eso?
– Creo que queda otro año.
– Demonios.
– Por favor no jures – la amonestó su madre mientras alargaba la mano por encima de la mesa y cogía la suya. Si quieres abrir un negocio, ¿por qué no pones una tienda de regalos?
– No quiero abrir una tienda de regalos.
– Abrirías a tiempo de vender adornos de navidad.
– No quiero vender adornos.
– Creo que es una idea maravillosa.
– Entonces hazlo tú. Yo soy peluquera, y quiero reabrir la peluquería del centro.
Gwen se recostó en su silla-. Lo estás haciendo sólo para fastidiarme.
No lo hacía, pero había vivido con su madre suficiente tiempo como para saber que si discutía, terminaría como cuando era niña. Algunas veces hablar con Gwen era como pelearse con papel matamoscas. Cuanto más luchas para librarte, más te enredas.
A Delaney le llevó poco más de tres meses solucionar lo del préstamo y tener el salón de belleza en condiciones de abrir. Mientras esperaba, hizo un estudio poco científico del distrito comercial del centro del pueblo, fijándose sobre todo en el número de clientes que visitaban la peluquería de Helen. Con block de notas y pluma en mano, se escondió en las calles y espió a su némesis de la infancia, Helen Markham. Cuándo Lisa no estaba trabajando u ocupada con la boda, Delaney la tenía espiando cualquier actividad que pudiera advertir. Delaney hizo una estadística demográfica y visual entre malas y buenas permanentes. Incluso llegó al extremo de llamar por teléfono con acento inglés, por si Helen reconocía su voz, para preguntar cuanto cobraba por un tinte. Pero no fue hasta que se encontró rebuscando por la noche en la basura de Helen para ver que tipos de productos utilizaba la tacaña de Helen, cuando varios pensamientos la golperaron al mismo tiempo. Cuando se vio allí, con basura hasta los muslos y el pie hundiéndose en un envase de cuajada echada a perder, se dio cuenta de que se había pasado con su investigación. También se dio cuenta de que el éxito del salón de belleza tenía tanto que ver con realizar su sueño como lo hacía con dejar a Helen en la cuneta. Había estado ausente diez años para regresar y volver a los mismos patrones. Sin embargo, esta vez ella no iba a perder ante Helen.
De su estudio amateur, sacó la conclusión de que Helen tenía un negocio próspero, pero Delaney no se preocupaba. Había visto el pelo de Helen. Podría robarle las clientas sin ningún tipo de problema.
Una vez que el préstamo fue aprobado, Delaney guardó su block de notas y se concentró en la peluquería. Una capa mugrienta de polvo lo cubría todo, desde la caja registradora hasta los rulos de la permanente. Tuvo que restregar todo a fondo y esterilizarlo. Se enfrascó en los albaranes de la anterior dueña, pero los números no coincidían con el inventario. O Gloria había sido completamente inepta, o alguien había entrado después de su muerte y había robado cajas de productos capilares. A Delaney le molestó el robo porque le tuvo que pagar a los herederos de Gloria los suministros que faltaban, aunque de cualquier manera todo el inventario estaba unos tres años por detrás de las tendencias actuales. Incluso, se inquietó un poco pensando que alguien podía tener acceso a la peluquería. En su mente, la primera sospechosa era por supuesto Helen. Helen ya le había robado hacía unos años, ¿y quién más usaría cosas como las tiras de algodón, botes de champú y horquillas?
Delaney sólo tenía una llave de las puertas, tanto de la principal como de la trasera, así como también la única llave del apartamento de arriba. No estaba convencida de que sólo hubiera una copia y telefoneó al único cerrajero del pueblo, que dijo que estaría fuera una semana. Pero vivía en Truly, donde una semana algunas veces podía significar un mes en la temporada de caza.
Nueve días antes de abrir el negocio, quitó el nombre de la ventana delantera, y grabó las palabras del nuevo nombre “CUTTING EDGE” en color dorado. Tenía nuevos productos almacenados en el cuarto dedicado a ese fin y sillas nuevas lacadas en negro en la zona de espera. Los suelos de dura madera habían sido pulidos y las paredes pintadas de un blanco brillante. Colgó posters con fotos de peinados y reemplazó los viejos espejos por otros más grandes. Cuando acabó estaba muy contenta y orgullosa. No era la peluquería de sus sueños. No había cromo, ni mármol, ni estaba lleno de las mejores estilistas, pero había conseguido mucho en muy poco tiempo.
Se presentó al dueño del Deli Bernard de la esquina y en la tienda de camisetas. Y un día cuándo no vio el Jeep de Nick aparcado en la parte atrás, entró en Construcciones Allegrezza y se presentó a su secretaria, Hilda, y a la administrativa que tenían en la oficina, Ann Marie.
Dos noches antes de abrir, dio una pequeña fiesta en la peluquería. Invitó a Lisa y a Gwen y a todas las amistades de su madre. Envió las invitaciones a los dueños de negocios de la zona. No incluyó a Construcciones Allegrezza pero entregó un montón de invitaciones en la peluquería de Helen. Durante dos horas la peluquería estuvo a rebosar de gente comiendo sus aperitivos y bebiendo su champaña, pero a Helen no la vio.
Gwen fue, pero después de media hora se excusó diciendo que estaba resfriada y se marchó. Fue simplemente una demostración más de la desaprobación de su madre. Pero Delaney había dejado de vivir por su aprobación hacía mucho tiempo. Sabía que de todas maneras nunca la tendría.
Al día siguiente, Delaney se mudó al apartamento encima de la peluquería. Contrató a algunos hombres con camiones para transportar su mobiliario desde el guardamuebles. Gwen predijo que volvería pronto, pero Delaney sabía que no lo haría.
Desde el parking común detrás del salón de belleza, unas viejas escaleras de madera ascendían por la parte de atrás del edificio hasta la puerta verde esmeralda de su nueva casa. El apartamento era antiguo y necesitaba suelos, cortinas nuevas y una cocina decente posterior a la época de “La tribu de los Brady”. Delaney lo adoró. Adoró los asientos junto a la ventana en el dormitorio y en la pequeña sala de estar. Amó la vieja bañera de patas, y la enorme ventana que daba a Main. Ciertamente había vivido en apartamentos más bonitos, y el pequeño lugar no podía competir con los lujos de la casa de su madre. Pero puede que le encantara porque todas aquellas cosas eran suyas. No se había percatado de cuánto extrañaba tenerlas al alrededor hasta que sus platos llenaron las alacenas. Pasó la noche en su cama de hierro forjado y se sentó sobre su sofá color crema, con los cojines con un estampado de cebra, a mirar su televisión. La mesa negra de café y las mesitas auxiliares le pertenecían, así como la mesa con pedestal del comedor en el extremo izquierdo del salón. El comedor y la cocina estaban separados por media pared, y una persona casi podía ver todo el apartamento al mismo tiempo. No había demasiado qué ver.