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Delaney sacó lo que consideraba su ropa de trabajo y la colgó en el armario. Compró algunos comestibles, una cortina de plástico transparente con grandes corazones rojos para la ducha y dos alfombras trenzadas para el suelo de la cocina.

Ahora todo lo que necesitaba era un teléfono y unas cerraduras nuevas.

Tres días después de abrir el negocio, tenía el teléfono, pero todavía seguía esperando las cerraduras. También esperaba la estampida de clientes.

Delaney sentó a su primer cliente en la silla y le quitó la toalla de la cabeza-. ¿Está segura de que quiere ondas, Sra. Van Damme?- No había hecho ondas desde la escuela de peluquería. Hacía cuatro años, pero incluso entonces una cabeza entera de ondas era como una patada en el culo.

– Si. Igual que siempre. La última vez fui a la otra peluquería – dijo, refiriéndose a la de Helen-. Pero no lo hizo demasiado bien. Hizo que pareciera que tenía gusanos en la cabeza. No he tenido un peinado decente desde que Gloria falleció.

Delaney se encogió de hombros en su pequeña chaqueta de vinilo, luego metió los brazos en un mandilón verde. El mandilón le cubrió la camiseta de lycra color frambuesa y la falda de vinilo, dejando expuestas sus rodillas y sus botas negras de caña alta. Pensó en su viejo trabajo en Valentina en Scottsdale y en sus clientes que reconocían su gusto sobre la moda y las tendencias. Cogió el peine moldeador y comenzó a quitar los nudos de la nuca de la vieja. Había encontrado algún liquido de permanente en el almacén del la dueña anterior. Normalmente, ella no habría estado de acuerdo en peinar a la Sra. Van Damme, especialmente después de que la mujer le hubiera regateado hasta diez dólares. El talento intuitivo de Delaney consistía en su habilidad para ver los defectos de la naturaleza y arreglarlos con corte y color. El corte correcto podría hacer que la nariz pareciera más pequeña, los ojos más grandes y la barbilla más fuerte.

Pero estaba desesperada. Nadie quería pagar más de diez dólares. En los tres días que llevaba abierta, la Sra. Van Damme había sido la única persona que no había echado una ojeada a sus precios y echado a correr. Por supuesto, la mujer apenas podía caminar.

– Si lo haces bien, entonces te recomendaré a mis amistades, pero no pagarán más que yo.

Oh bien, pensó, un año entero de viejas avaras. Un año entero de ondas y peinados para atrás-. ¿Lleva la raya a la derecha, Sra. Van Damme?

– A la izquierda. Y dado que metes las manos en mi pelo, me puedes llamar Wannetta.

– ¿Cuánto tiempo llevas con este peinado, Wannetta?

– Oh, alrededor de cuarenta años. Desde que el atrasado de mi marido me dijo que parecía Mae West.

Delaney seriamente dudaba que Wannetta alguna vez se hubiera parecido a Mae West-. Quizá sea el momento de cambiar -sugirió y se puso un par de guantes quirúrgicos.

– No. No me gustan los cambios.

Delaney cortó con unas tijeras la punta de la botella y luego aplicó la loción en el lado derecho de la cabeza de la mujer y comenzó a hacer las ondas con sus dedos y el peine. Le llevó varios intentos hacer perfecta la primera hilera para poder seguir. Mientras trabajaba, Wannetta charló sin pausa.

– Mi buena amiga Dortha Miles vive en una de esas residencias para ancianos en Boise. A ella realmente le gusta. Dice que la comida es buena. Estoy pensando en mudarme a una yo también. Desde que mi marido, Leroy, murió el año pasado-. Hizo una pausa para sacar su mano huesuda de bajo la capa y rascarse la nariz.

– ¿Cómo murió tu marido?- Delaney preguntó mientras seguía trabajando con el peine.

– Se cayó del tejado y se rompió la cabeza. No sé cuántas veces le dije a ese viejo tonto que no subiera allí. Pero nunca me escuchó, y mira dónde está ahora. Pero tenía que subir y asegurar esa antena de TV, sólo para que se viera bien el canal dos. Ahora estoy sola, y si no fuera por el inútil de mi nieto, Ronnie, que nunca conserva un trabajo y siempre me pide dinero, tal vez podría mudarme con Dortha. Sólo que no estoy segura, porque podría ser como su hija -hizo una pausa y habló bajito- la lesbiana. Tiendo a pensar que algo así es genético. Ahora, no digo que Dortha sea -otra vez hizo una pausa y murmuró la siguiente palabra- lesbiana, pero tiene esa tendencia a llevar el pelo tan corto, y siempre lleva esos zapatos tan cómodos, incluso antes de quedarse con los pies planos. Y me repugnaría vivir con alguien y descubrir algo parecido. Tendría miedo de tomar una ducha y de andar desnuda por el apartamento. Quizá ella trataría de echarme una miradita cuando esté desnuda.

La imagen mental que pasó como un relámpago por la cabeza de Delaney era terrible y tuvo que morderse la mejilla para contener la risa. La conversación pasó del miedo de Wannetta a las lesbianas a las otras preocupaciones perturbadoras en su vida-. Después de que robaran en esa casa cerca de Cow Creek el año pasado, -dijo ella, – tuve que empezar a cerrar mi puerta. Nunca lo había hecho antes. Pero ahora vivo sola, y no puedo dejar de ser cuidadosa. ¿Estás casada?-preguntó, mirando fijamente a Delaney en el espejo que tenía delante.

Delaney estaba harta de esa pregunta-. No he encontrado aún a mi hombre.

– Tengo un nieto, Ronnie.

– No, Gracias.

– Hmm. ¿Vives sola?

– Sí, lo hago – Delaney le contestó mientras terminaba la última onda-. Vivo en el piso superior.

– ¿Ahí arriba?- Wannetta apuntó hacia el techo.

– Si.

– ¿Por qué, si tu mama tiene una casa tan bonita?.

Tenía un millón de razones. Apenas había hablado con su madre desde que se había mudado, y no podía decir que le estuviera afectando-. Me gusta vivir sola -contestó y luchó con los rizos diminutos de la frente de la mujer.

– Bueno, supongo que les echarás una mirada a esos locos vascos de los Allegrezza que están aquí al lado. Una vez salí con uno de esos pastores. Son muy divertidos.

Delaney se mordió la mejilla otra vez. Antes de abrir la peluquería, toparse con Nick había sido una de sus preocupaciones, pero aunque había visto su Jeep en el aparcamiento común detrás de los dos edificios y sus puertas traseras estaban a pocos metros, no lo había visto. Según Lisa, ella tampoco había visto mucho a Louie últimamente. Construcciones Allegrezza trabajaba horas extras para rematar varios trabajos antes de las primeras nieves, que solían venir a primeros de noviembre.

Cuando Delaney acabó, la Sra. Van Damme era todavía una vieja arrugada y seguía sin parecerse a Mae West-. ¿Qué opinas?-preguntó dándole a la mujer un espejo de mano.

– Hmm. Gírame.

Delaney le dio la vuelta a la silla para que Wannetta pudiera verse la parte de atrás de la cabeza

– Me parece bien, pero no te voy a dar cincuenta centavos por esos pequeños rizos de la frente. Nunca dije que pagaría rizos adicionales.

Delaney frunció el ceño y le quitó la capa de plástico.

– ¿Haces descuento a los mayores? Helen no es tan buena como tú, pero hace descuento a la tercera edad.

A este paso, iba directa a la quiebra. En cuanto la Sra. Van Damme salió, Delaney cerró y guardó su mandilón verde. Cogió su chaqueta de vinilo y se dirigió a la puerta trasera. Tan pronto como salió y empezó a cerrar la puerta detrás de ella, un polvoriento Jeep negro aparcó en las plazas de Construcciones Allegrezza. Miró por encima del hombro y casi dejó caer las llaves.