Y él la había deseado, también. Lo había sentido por la forma en que la tocaba y por la protuberancia dura de su erección.
La bota golpeó el suelo cuando cayó de la mano de Delaney, y frunció el ceño en la oscuridad. En una pista de baile abarrotada, lo había besado como si fuera un sorbo fresco de pecado y se muriera por su sabor. La había hecho arder, y lo había deseado como a ningún otro hombre en mucho tiempo. Lo había deseado como aquella vez anterior. Como si nada existiera más allá de él y nada más tuviera importancia. Nick era el único hombre que había conocido que la podía hacer olvidar todo. Había algo en él que la hacía perder la cabeza. Él se había acercado a ella esta noche, lo mismo que lo había hecho la noche anterior a que dejara Truly hacía diez años.
No le gustaba pensar en lo que había sucedido, pero estaba exhausta y su mente hizo una excursión imparable en el recuerdo que siempre había tratado de olvidar, pero que nunca había podido hacer.
El verano después de su graduación de la escuela secundaria había comenzado mal, luego todo se había ido directo al infierno. Había cumplido dieciocho años y había creído que finalmente le tocaba decidir que quería hacer con su vida. No quería ir a la universidad de inmediato. Quería un año sabático para decidir lo que quería hacer en realidad, pero Henry ya la había preinscrito en la Universidad de Idaho, donde él había formado parte de los alumnos destacados. Había escogido las materias y la había apuntado en una serie de clases para novatos.
A finales de junio tuvo el valor suficiente para hablar con Henry acerca de un compromiso. Iria algun tiempo a la Boise State University donde iba Lisa, y quería ir a las clases que a ella le gustaban.
Él dijo que no. Fin del tema.
Con la fecha de inscripción de agosto acercándose, abordó a Henry otra vez en julio.
– No seas tonta. Sé lo que es más conveniente para ti – dijo-. Tu madre y yo hemos hablado de ello, Delaney. Tus planes para el futuro no tienen ningún objetivo. Eres obviamente demasiado joven para saber lo que quieres.
Pero lo sabía. Hacía mucho tiempo que lo sabía, y en cierta forma siempre había pensado que en su dieciocho cumpleaños lo obtendría. Con una pizca de razón, había pensado que con la capacidad de votar vendría la libertad real. Pero cuando su cumpleaños en febrero había pasado sin el más leve cambio en su vida, creyó que graduarse en la escuela secundaria tenía que significar librarse del control de Henry. Tendría la libertad de manifestarse y ser Delaney. La libertad de ser salvaje y loca si quería. De tomar clases absurdas en la universidad. De llevar pantalones vaqueros con agujeros o demasiado maquillaje. De llevar la ropa que quería. De parecer una pija, una vaga o una puta.
Pero no consiguió esa libertad. En agosto Henry y su madre la llevaron a la Universidad de Idaho en Moscú, Idaho, cuatro horas al norte y la matricularon en el siguiente semestre. Al regresar, Henry continuó diciendo, “confía en mí para saber lo que es más conveniente para ti” y “algún día me lo agradecerás. Cuando obtengas tu título, me ayudarás a dirigir mis negocios”. Su madre la acusó de ser “mimada e inmadura”.
La noche siguiente, Delaney salió por la ventana de su dormitorio por primera y última vez en su vida. Si le hubiera pedido a Henry su coche, probablemente se lo hubiera dejado, pero no quería pedirle nada. No quería decirles a sus padres dónde iba, con quién iba a estar, o a qué hora estaría en casa. No tenía ningún plan, sólo la idea vaga de hacer algo que nunca hubiera hecho. Algo que otras chicas de dieciocho años hicieran. Algo imprudente y excitante.
Se rizó su cabello rubio con grandes rulos y se puso un traje de playa rosa que se abotonaba por delante. El vestido le llegaba por encima de las rodillas y era la cosa más atrevida que poseía. Con delgados tirantes y sin sostén. Pensó que parecía más mayor, pero no importaba. Era la hija del alcalde y todo el mundo sabía que edad tenía realmente. Se puso también unas Nike Air Huarache y una chaqueta de punto blanca. Era una noche cálida de sábado, y tenía que hacer algo. Algo que siempre hubiera tenido miedo de hacer por miedo de que la atraparan y decepcionara a Henry.
Cuando llegó al Hollywood Market en la calle quinta se detuvo para telefonear a Lisa desde un teléfono público. Estaba de pie bajo una débil luz en el frente del edificio de ladrillo-. Venga, – imploró al teléfono que pegaba a su oreja-. Ven conmigo.
– Ya te lo he dicho, siento como si mi cabeza fuera a estallar – dijo Lisa, sonando como si tuviera un catarro de verano.
Delaney clavó los ojos en los números de metal del teléfono y frunció el ceño. ¿Cómo podía rebelarse sola? -Bebé.
– No soy un bebé -se defendió Lisa-. Estoy enferma.
Ella suspiró y miró hacia arriba, su atención se trasladó a los dos chicos que atravesaban el parking hacia ella-. Oh, Dios Mío – se puso la chaqueta sobre un brazo y ahuecó su mano alrededor del aparato receptor-. Los Finley caminan hacia mí-. Sólo había otros dos hermanos que tuvieran peor reputación que Scooter y Wes Finley. Los Finleys tenían dieciocho y veinte años y se acababan de graduar en la escuela secundaria.
– No les mires – la avisó Lisa antes de tener un acceso de tos.
– Oye, Delaney Shaw – Scooter habló arrastradamente y recostó un hombro contra el edificio al lado de ella-. ¿Qué haces aquí sola?
Ella miró sus ojos azul claro-. Busco diversión.
– Eh, -se rió-. Creo que la encontraste.
Delaney se había graduado en Lincoln High con los Finleys y les había encontrado ligeramente divertidos y algo pesados. Se habían pasado el año escolar jugando con alarmas de incendios falsas o bajándose los pantalones para mostrar sus culos blancos. Los Finleys eran grandes soñadores-. ¿Qué tienes en mente, Scooter?
– Delaney…Delaney…- la llamó Lisa por el teléfono-. Corre. Corre mucho, aléjate tanto como puedas de los Finley.
– Beber un poco de cerveza, – Wes se sumó a su hermano-. Vamos a una fiesta.
Beber “cerveza” con los Finleys era ciertamente algo que nunca había hecho antes-. Voy a ir – le dijo a Lisa.
– Delaney…
– Si encuentran mi cuerpo flotando en el lago, dile a la policía que me vieron por última vez con los Finley-. Cuando colgó el teléfono, un viejo Mustang con óxido en algunos puntos y los tubos de escape picados entró en el parking, los haces gemelos de luz enfocaron a Delaney y a sus nuevos amigos. Las luces y el motor se apagaron, la puerta se abrió y salió un metro noventa de mal carácter. Nick Allegrezza llevaba remangada una camiseta con la leyenda “Cómeme el gusano” y un par de pantalones vaqueros. Él miró a Scooter y Wes desde arriba y luego posó su mirada en Delaney. En tres años, Delaney había visto poco a Nick. Pasaba la mayor parte de su tiempo en Boise donde trabajaba y asistía a la universidad. Pero no había cambiado mucho. Su pelo era todavía brillante y negro, corto sobre las orejas y largo en el cuello. Y era todavía impresionante.
– Podríamos tener nuestra fiesta -sugirió Scooter.
– ¿Sólo para nosotros tres?- preguntó lo suficientemente alto para que Nick lo oyese. Él solía llamarla bebé, y normalmente acto seguido le lanzaba un saltamontes. Pero ella no era un bebé ahora.
Frunció las comisuras de la boca, luego giró y desapareció en la tienda.
– Podríamos ir a nuestra casa -continuó Wes-. Nuestros padres están de viaje.
Delaney volvió su atención a los hermanos-. Esto… ¿A quien más vais a invitar?
– ¿Para qué?
– Para la fiesta, – contestó.
– ¿Tienes alguna amiga a la que puedas llamar?
Ella pensó en su única amiga enferma en casa con un resfriado y negó con la cabeza-. ¿No conoces a nadie que puedas invitar?
Scooter sonrió y se acercó más-. ¿Por qué querría hacer eso?