Por primera vez, la aprensión revoloteó en el estómago de Delaney-. Por la fiesta, ¿recuerdas?
– La celebraremos, no te preocupes.
– La estás asustando, Scoot-. Wes empujó a su hermano y lo golpeó en un lado-. Vamos a casa y llamaremos a la gente desde allí.
Delaney no lo creyó y bajó la vista a sus sandalias. Había querido ser como otras chicas de dieciocho años. Había querido hacer algo imprudente, pero no se prestaba a un trío. Y eso era sin duda lo que tenían ellos en la mente. Siempre y cuando Delaney se decidiera a perder su virginidad, no lo haría ni con uno ni con los dos hermanos Finley. Había visto sus culos blancos y gracias, no.
Deshacerse de ellos iba a ser difícil, y se preguntó cuánto tiempo tendría que quedarse delante del Hollywood Market antes de que finalmente se rindieran y se fueran.
Cuando levantó la mirada, Nick estaba de pie al lado de su coche metiendo un pack de seis latas de cerveza en el asiento trasero. Él se enderezó, apoyó su peso sobre un pie, y miró fijamente a Delaney. Clavó los ojos en ella durante largo rato, luego dijo – Ven aquí, princesa.
Hubo una época en la que se había sentido asustada y fascinada por él al mismo tiempo. Siempre había sido tan arrogante, tan seguro de sí mismo, y también tan prohibido. Pero ya no tenía miedo, y tal y como lo veía, tenía dos opciones: Confiar en él o confiar en los Finley. Ninguna opción era genial, pero a pesar de su sucia reputación, sabía que Nick no la obligaría a hacer nada que no quisiera. Y no estaba segura de poder decir lo mismo de Scooter y Wes-. Nos vemos chicos -dijo ella, entonces lentamente caminó hacia el peor de los chicos malos. El incremento de su pulso no tenía nada que ver con el miedo y todo con el tono ronco y suave de su voz.
– ¿Dónde está tu coche?
– Vine andando.
Él abrió la puerta del conductor-. Sube.
Ella miró hacia arriba a sus ojos color humo. Él no era ya un niño, sin ninguna duda-. ¿Dónde vamos?
Inclinó la cabeza hacia los Finley-. ¿Tiene importancia?
Probablemente la debería tener-. ¿No iras a llevarme a una encerrona para deshacerte de mí en el bosque?
– No esta noche. Estás a salvo.
Ella se puso la chaqueta en la espalda y se subió por el capó al asiento del copiloto con toda la dignidad posible. Nick encendió el Mustang, y en el salpicadero las luces brillaron intermitentemente volviendo a la vida. Dio marcha atrás en el parking y salió a la Quinta-. ¿Vas a decirme ahora donde vamos?- preguntó, la excitación cosquilleaba sus terminaciones nerviosas. No podía creer que estaba realmente sentada en el coche de Nick. No podía esperar a decírselo a Lisa. Era demasiado increíble.
– Te llevo de vuelta a tu casa.
– ¡No!- Se giró hacia él-. No puedes. No quiero volver allí. No puedo regresar aún.
Él la recorrió con la mirada, luego volvió su mirada a la carretera oscura ante él-. ¿Por qué no?
– Para y déjame salir, -dijo en lugar de contestar a su pregunta. ¿Cómo podía explicárselo a cualquiera, a Nick, que ya no podía respirar más allí? Sentía como si Henry tuviese un pie en su garganta, y no pudiese llevar aire a lo más profundo de sus pulmones. ¿Cómo podía explicarle a Nick que no esperaba más de su vida que liberarse de Henry, pero que ahora sabía que ese día nunca llegaría? ¿Cómo podía explicarle que ésta era su forma de contraatacar? Él probablemente se reiría de ella y pensaría que era una inmadura, como hacían Henry y su madre. Sabía que era ingenua, y lo odiaba. Sus ojos comenzaron a lagrimear, y se dio media vuelta. El pensamiento de llorar como un bebé delante de Nick la horrorizó-. Sólo déjame salir aquí.
En lugar de detenerse, hizo rodar el Mustang sobre la carretera que llevaba a la casa de Delaney. La calle delante de los focos delanteros del coche era como un tubo entintado, se ensombrecía en las copas de los pinos y relampagueaba en la línea del centro de la calzada.
– Si me llevas a casa, volveré a salir.
– ¿Estás llorando?
– No -mintió, forzándose a abrir los ojos, esperando que el viento los secara.
– ¿Qué hacías con los Finley?
Lo recorrió con la mirada, la cara de él estaba iluminada por las luces doradas de la consola-. Buscando algo que hacer.
– Esos dos tipos son malos.
– Puedo manejar a Scooter y Wes -se jactó, aunque no estaba tan segura.
– No digas estupideces -dijo y detuvo el Mustang al final del acceso que conducía a su casa-. Ahora, vete a tu casa, donde debes estar.
– No me digas donde debo estar -dijo mientras cogía la manilla y abría bruscamente la puerta. Estaba hasta las narices de que todo el mundo le dijera donde ir y qué hacer. Saltó del coche y dio un portazo tras ella. Con la cabeza alta, comenzó a caminar hacia el pueblo. Estaba demasiado enfadada para llorar.
– ¿Dónde crees que vas?- la llamó.
Delaney le hizo un gesto y se sintió mejor. Libre. Continuó caminando y le oyó jurar justo antes de que el sonido de su voz fuera ahogado por completo por el chirrido de las llantas.
– Entra – gritó mientras paraba el coche al lado de ella.
– Vete al infierno.
– ¡Te dije que entraras!
– ¡Y yo te dije que te fueras al infierno!
El coche paró pero ella continuó caminando. No sabía dónde iba esta vez, pero no iba a volver a casa hasta que estuviera bien y preparada para hacerlo. No quería ir a la Universidad de Idaho. Y no quería tener una licenciatura en Empresariales. Y no quería pasar su vida en una mierda de pueblo donde no podía respirar.
Nick la agarró del brazo y la hizo girar. Los focos delanteros lo iluminaban desde atrás y se veía enorme e imponente-. Por el amor de Dios, ¿cuál es tu problema?-
Lo empujó y él agarró su otro brazo-. ¿Por qué te lo debería decir? A ti no te importa. Sólo quieres deshacerte de mí-. Las lágrimas anegaban sus pestañas, y se moría de vergüenza-. Y no te atrevas a llamarme bebé. Tengo dieciocho años.
Su mirada pasó de su frente a su boca-. Sé de sobra la edad que tienes.
Ella parpadeó y clavó los ojos en él a través de su vista nublada, en el arco de su labio superior, en su nariz recta y en sus ojos limpios. Meses de enojada frustración se derramaron, saliendo de ella como agua a través de un colador-. Soy lo suficientemente mayor para saber lo que quiero hacer con mi vida. Y no quiero ir a la universidad. No quiero trabajar en su negocio, y no quiero que nadie me diga lo que es más conveniente para mí-. Inspiró profundamente, luego continuó-. Quiero vivir a mi antojo. Quiero pensar primero en mí misma. Estoy cansada de tratar de ser perfecta, y quiero equivocarme como todos los demás-. Lo pensó un momento y luego dijo, – Quiero que todo el mundo pase de mí. Quiero experimentar la vida, mi vida. Quiero beberla. Pasear por el lado salvaje. Quiero darle un mordisco a mi vida.
Nick la puso de puntillas y miró sus ojos-. Y yo quiero darte un mordisco a ti – le dijo, luego bajó su boca a la de ella y suavemente mordió la parte carnosa de su labio inferior.
Durante largos segundos Delaney estuvo de pie perfectamente quieta, demasiado estupefacta para moverse. Con su cabeza atascada por una miríada de asombrosas sensaciones. Nick Allegrezza le había mordido suavemente un labio y su aliento estaba atrapado en sus pulmones. Su boca era caliente y firme, y la besó como un hombre que tenía toda una vida de experiencia. Sus manos envolvieron su cara, y él dejo resbalar los pulgares a lo largo de su mandíbula hasta su barbilla. Luego presionó hacia abajo hasta su boca abierta. Su lengua caliente penetró dentro y tocó la de ella, y él sabía a cerveza. Los escalofríos calientes aumentaron en su columna vertebral y Delany le besó como nunca había besado a nadie. Nadie nunca la había hecho tener la impresión de que su piel era demasiado tensa en su cabeza o sobre sus pechos. Nadie nunca la había hecho querer actuar primero y enfrentarse a las consecuencias más tarde. Ella colocó sus manos en la sólida pared de su pecho y chupó su lengua.