– No creo que tenga importancia, pero varias personas te vieron subir al coche de Allegrezza. Si no hubieras dejado la verja abierta en Angel Beach, me habría llevado más tiempo, pero te habría encontrado.
Delaney no lo dudaba. Volvió la mirada a la ventanilla del copiloto y se quedó mirando fijamente la noche oscura-. No puedo creer que me persiguieras. Tengo dieciocho años de edad y no puedo creer que condujeras por el pueblo buscándome como si tuviera diez.
– Y yo no puedo creer que te encontrara desnuda como una prostituta de dos pavos -dijo y dejó su arenga verbal hasta que aparcó el Lincoln en el garaje.
Tan calmada como era posible dadas las circunstancias, Delaney salió del coche y entró en la casa. Su madre la encontró en la cocina.
– ¿Dónde has estado?- preguntó Gwen, su mirada bajó de la cara de Delaney a los pies y volvió a subir.
Delaney pasó de largo sin contestarle. Henry se lo diría a su madre. Siempre lo hacía. Entonces juntos decidirían su destino. Probablemente la castigarían sin salir como si fuera una niña. Subió las escaleras a su dormitorio y cerró la puerta detrás de ella. No trataba de esconderse. Tenía mejor criterio, y aunque no lo tuviera, la lección de esta noche le mostró la futilidad de su independencia.
Miró su reflejo en el espejo francés. El rimel estaba corrido por sus mejillas, sus ojos estaban rojos y su cara pálida. Por lo demás estaba como siempre. No parecía como si su mundo hubiera cambiado y estuviera en un nuevo lugar. Su cuarto estaba igual que horas atrás cuando se había escapado por la ventana. Las fotos en el espejo, y las rosas de su cubrecama eran iguales que siempre, pero todo era diferente. Ella era diferente.
Había dejado que Nick le hiciera cosas que nunca se había supuesto ni en sus sueños más descabellados. Sabía que existía el sexo oral. Algunas chicas de la clase de matemáticas se habían jactado de conocer como era, pero hasta esa noche, Delaney nunca había creído que la gente realmente hiciera ese tipo de cosas. Ahora tenía otra perspectiva. Ahora sabía que a un hombre ni siquiera tenía que gustarle la chica con la que estaba. Ahora sabía que un hombre podía hacerle cosas increíblemente íntimas a una mujer por otras razones que la pasión o la atracción mutua. Ahora sabía lo que era ser usada.
Cuando pensaba en la boca caliente de Nick presionando en el interior de su muslo, sus mejillas pálidas se pusieron al rojo vivo y desvió la mirada de su reflejo. Lo que vio la avergonzó. Había querido sentirse libre. Librarse del control de Henry. Liberarse de su vida.
Era una tonta.
Delaney se puso un par de pantalones vaqueros y una camiseta, luego se lavó la cara. Cuando acabó, fue al despacho de Henry, dónde sabía que sus padres la estaban esperando. Estaban detrás del escritorio de caoba, y por el gesto de la cara de Gwen, Henry la había puesto al tanto de cada penosísimo detalle.
Los azules ojos de Gwen estaban muy abiertos cuando miró a su hija-. Bueno, no sé que decirte.
Delaney se sentó en una de las sillas de cuero de delante del escritorio. No saber qué decir nunca había detenido a su madre antes. No la detuvo ahora.
– Dime que Henry está equivocado. Dime que no te vio en una situación sexualmente comprometida con ese chico Allegrezza.
Delaney no dijo nada. Sabía que no ganaría. Nunca lo hacía.
– ¿Cómo pudiste?- Gwen negó con la cabeza y colocó una mano en su garganta-. ¿Cómo pudiste hacerle eso a esta familia? ¿Mientras salías a hurtadillas por la ventana del dormitorio no pensaste en la posición de tu padre en esta comunidad? ¿Mientras dejabas que el chico Allegrezza pusiera sus manos sobre ti, te detuviste un segundo a pensar cómo tu padre se angustiaría por tus acciones?
– No – contestó Delaney. Cuando la cabeza de Nick estaba entre sus muslos, no había pensado en sus padres. Había estado ocupada humillándose completamente.
– Tú sabes como adora este pueblo cotillear. Mañana, a las diez en punto, todo el mundo sabrá de tu comportamiento vergonzoso. ¿Cómo pudiste hacerlo?
– Has lastimado a tu madre profundamente,-agregó Henry. Eran como un equipo de lucha, cuando uno saltaba y el otro se retiraba-. Si tu deshonroso comportamiento se llega a saber, entonces no sé cómo mantendremos la cabeza alta en este pueblo-. Henry la señaló con un dedo-. Nunca esperamos esto de ti. Siempre fuiste una chica tan buena. Nunca pensamos que pudieras hacer algo tan vulgar. Nunca pensamos que deshonrarías esta familia. No eres la persona que creíamos que eras. Incluso creemos que no te conocemos.
Las manos de Delaney se cerraron con fuerza. Pero tenía mejor criterio que decir nada. Defenderse sólo haría que todo fuera peor. Sabía que si decía algo, Henry consideraría que estaba discutiendo con él, y Henry odiaba que cualquiera discutiera con él. Pero Delaney no podía evitarlo-. Eso es porque nunca has querido conocerme. Sólo te interesa como te hago quedar. A ti no te importa cómo me siento.
– Laney – Gwen se quedó sin aliento.
– A ti no te importa que no quiera ir ahora a la universidad. Te dije que no quería ir, pero igualmente me haces ir.
– De eso iba todo esta noche -dijo Henry como si fuera un Dios omnipotente-. Te quisiste vengar de mí por saber lo que es más conveniente para ti.
– Esta noche se trataba de mí -dijo mientras se levantaba-. Quise ir a divertirme y ser una chica normal de dieciocho años. Quise tener una vida. Quise sentirme libre.
– Quieres sentirte libre echando a perder tu vida.
– ¡Sí! Libre para echar a perder mi vida si quiero, igual que todos los demás. Nunca tengo la libertad de hacer nada. Tú lo eliges todo. Nunca tengo opciones.
– Y está bien así – Gwen asumió el control-. Eres inmadura y egoísta, y esta noche escogiste al único chico que podría herir a esta familia. Elegiste a una persona cuyo único interés en ti era vengarse de Henry.
Lo que le había hecho Nick era la humillación más horrible que había sufrido, pero la mayor desesperación era saber que su vida se pondría peor. Miró a sus padres y supo que no iba a ganar. Nunca lo entenderían. Nunca cambiarían. Y ella nunca escaparía.
– Te has rebajado, y apenas puedo aguantar mirarte -continuó su madre.
– Entonces no lo hagas. Vas llevarme a la Universidad de Idaho en una semana. Llévame mañana-. Delaney se dirigió a su habitación, la resignación pesaba en sus hombros. Subió las escaleras, sus pies eran de plomo, su corazón estaba vacío, demasiado exhausto para llorar. Ni siquiera se molestó en sacarse los pantalones vaqueros antes de subir a la cama. Miro fijamente para arriba al dosel rosado y supo que no podría dormir, y estuvo en lo cierto. Su mente revivió con detalle cada atroz suceso de las pasadas horas. Lo que sus padres habían dicho. Lo que había dicho ella, y qué nada cambiaría. Y no importó lo mucho que procuró evitar pensar en Nick, su mente volvía una y otra vez a él. Recordó su toque cálido, la fresca textura sedosa de su pelo en sus dedos, y el sabor de su piel. Cerró los ojos y prácticamente notó su caliente boca mojada en sus pechos y más abajo. No supo por qué que lo había dejado engañarla con esas cosas. Le deberían haber bastado sus experiencias previas con él para saber que podía ser agradable un minuto y ser como una serpiente al siguiente. ¿Por qué Nick Allegrezza de entre todas las personas?
Delaney ahuecó la almohada y se puso de lado. Puede que porque él siempre había sido tan libre, y siempre la había fascinado con su cara divina y sus gestos salvajes. Puede que porque era tan guapo que la dejaba sin respiración, y esta noche la había hecho sentir como si fuera bella también. La había mirado como un hombre que quería hacer el amor con una mujer. La había tocado como si la quisiera. Pero todo eso había sido una mentira. Una ilusión, y ella había sido una tonta ingenua.
Te daré algo mejor que el amor, le había dicho. Voy a hacer que te corras. Que hubiera escogido ese método en particular era algo que no entendía. Pero no podía haber escogido nada que la humillara más aunque hubiera tenido años para planearlo. La había desnudado, y el había estado todo el rato vestido. Él la había tocado por todas partes, y ni siquiera había obtenido un vislumbre de su pecho desnudo.