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Su único consuelo era que nadie sabía, ni Henry, exactamente qué había pasado sobre el capó del Mustang de Nick. Y a menos que Nick hablase de eso, nadie lo sabría. Tal vez su madre estaba equivocada. Tal vez nadie hablaría de ello.

Pero Gwen sólo se equivocó sobre el tiempo que llevó que los cotilleos la alcanzaran. Fue al mediodía, no a las diez, cuando al día siguiente Lisa telefoneó y le dijo a Delaney que alguien había visto a Nick y a ella en el Charm Inn de la cercana ciudad de Garden. Otro rumor los situaba desnudos corriendo a través de Larkspur Park y practicando el sexo sobre los columpios. E incluso en otro rumor Nick y ella habían sido vistos en el callejón detrás de la licorera, bebiendo tequila y acostándose en el asiento trasero de su coche.

Repentinamente ser despachada a universidad no parecía tan malo. La Universidad de Idaho no era la primera elección de Delaney, pero estaba a cuatro horas de Truly. A cuatro horas de sus padres y de su asfixiante control. A cuatro horas de los rumores que recorrían el pueblo como un huracán. A cuatro horas de tener que poner los ojos en Nick o en cualquier miembro de su familia.

No, puede ser que la “U of I” no fuese tan horrible después de todo.

– Si obtienes buenas calificaciones y te comportas bien, entonces -dijo Henry en el viaje en coche a Moscú, – tal vez aligeremos tus clases el año que viene.

– Realmente eso sería genial – había dicho con gran desánimo. El año siguiente era dentro de doce meses, y estaba segura de que haría algo en ese lapso para desagradar a Henry. Pero lo intentaría. Como lo hacía siempre.

Lo hizo durante un mes, pero con su primer sorbo real de libertad se fue derechita al grano, tomó la directa en su primer semestre. Perdió su virginidad con un fornido sindicalista llamado Rex y cogió un trabajo de camarera en el Bar & Grill de Ducky que era más bar que parrillada.

El dinero de su trabajo le dio aun más libertad, y cuando cumplió diecinueve años ese febrero, abandonó la residencia. Sus padres estaban lívidos, pero no le importó. Compartió casa con su primer novio, un levantador de pesas llamado Rocky Baroli. Continuó su educación universitaria leyendo los increíbles pectorales de Rocky y asistiendo a cuanta fiesta podía dentro y fuera del campus. Aprendió la diferencia entre un Tom Collins y un vodka Collins, importado y autóctono.

Había tomado su nueva independencia y había corrido hacia ella. La había agarrado con ambas manos y le había dado un mordisco bien grande, y no iba a regresar nunca. Había vivido como si tuviera que experimentar todo de inmediato, antes de que le quitaran de golpe la libertad. Cuando en adelante recordaba esos años, sabía que tenía suerte de estar viva.

La última vez que había visto a Henry, había llegado con el exclusivo propósito de arrastrarla de vuelta a casa. Para entonces se había deshecho de Rocky y se había mudado a un apartamento en un sótano de Spokane con otras dos chicas. Henry había mirado el mobiliario de segunda mano, los ceniceros desbordantes, y la colección de botellas vacías de licor, y le había ordenado que empacara sus ropas. Se había negado y se habían enfrentado con dureza. Le había dicho que si no se subía al coche, la expulsaría de su vida, se olvidaría que era su hija. Y ella le había llamado un hijo de puta pomposo y controlador.

– Ya no quiero ser más tu hija. Es demasiado extenuante. Siempre has sido un padre muy dictador. Nunca me vuelvas a perseguir – fueron las últimas palabras que habló con Henry

Luego, cada vez que Gwen la llamaba por teléfono, estaba segura de que Henry no estaba en casa. Su madre visitó a Delaney ocasionalmente en cualquier ciudad donde vivió, pero por supuesto Henry nunca vino con ella. Había sido fiel a su palabra. Había expulsado a Delaney completamente de su vida, y nunca se había sentido tan libre; libre de su control, libre para echar a perder su vida. Y algunas veces estuvo realmente cerca de conseguirlo, pero durante el proceso, también creció.

Estuvo en libertad para ir a la deriva de un estado a otro y de trabajo en trabajo hasta que tuvo claro qué hacer con su vida. Finalmente había acertado seis años antes cuando se inscribió en La escuela de belleza. Después de la primera semana, supo que había encontrado su sitio. Amaba las sensaciones táctiles y el proceso entero de crear algo maravilloso ante sus ojos. Tenía la libertad de vestirse escandalosamente si quería, porque siempre habría alguien un poco más atrevido que ella.

Puede que le hubiera llevado algo más que una carrera, pero a fin de cuentas había encontrado algo en lo que era hábil y que le gustaba hacer.

Ser estilista le dio la libertad de ser creativa. También le dio libertad para mudarse cuando comenzaba a sentirse atrapada en un lugar, aunque no se había sentido claustrofóbica durante algún tiempo.

No hasta pocos meses antes cuando Henry tuvo que dirigir su vida una última vez con ese testamento abrumador, controlando su vida otra vez.

Delaney recogió sus botas y entró en el dormitorio. Encendió la luz y lanzó sus botas al armario. ¿Qué estaba mal en ella? ¿Qué hizo que besara a Nick en una pista de baile abarrotada a pesar de su sórdido pasado? Había otros hombres disponibles alrededor. Cierto, algunos estaban casados o divorciados con cinco niños, y ninguno de ellos era tan maravillosos como Nick, pero no tenía un pasado doloroso como lo tenía con Nick.

Nick la serpiente. Eso es lo que era, como esa gran pitón con los ojos hipnóticos de El Libro de la selva, y ella era simplemente una indefensa víctima más.

Delaney se miró en el espejo de encima del tocador y frunció el ceño. Puede que si no estuviera tan sola y sin objetivos no sería tan susceptible de los encantos hipnóticos de Nick. Hubo una época en su vida en que la falta de rumbo había sido su meta. Pero ahora no. Estaba viviendo en un pueblo en el que no quería vivir, trabajando en una peluquería sin intenciones reales de éxito. Sus únicas metas eran sobrevivir y exasperar a Helen. Algo tenía que cambiar, y ella tenía que hacerlo.

Capítulo Ocho

La mañana del lunes Delaney pensó en poner un anuncio para manicura en el pequeño diario del pueblo, pero se resistía a la idea porque la peluquería estaría abierta sólo siete meses. Se había pasado la noche sin dormir pensando formas de que el negocio fuera un éxito, aunque lo tuviera poco tiempo. Quería sentirse orgullosa de sí misma. Iba a ganar su guerra capilar secreta con Helen y a mantenerse tan lejos de Nick como fuera humanamente posible.

Después de abrir la peluquería, cogió un póster de Claudia Schiffer, con su perfecto cuerpo dentro de un vestido de Valentino, con su pelo dorado y rizado revuelto inteligentemente alrededor de su bella cara. No había nada como un póster encantador para llamar la atención.

Delaney se sacó los zapatos de enormes hebillas y se subió al escaparate delante de la ventana. Acababa de pegar el póster en el vidrio cuando la campana de encima de la puerta sonó. Ella miró a su izquierda y colocó la cinta adhesiva en la encimera. Una de las gemelas Howell acababa de entrar en la peluquería, su pelo castaño claro estaba apartado de su bonita cara por una cinta ancha roja.

– ¿En que te puedo ayudar?- preguntó Delaney mientras bajaba con cuidado, se preguntó si sería la gemela que había montado en la Harley de Nick la noche del sábado pasado. Si era ella, entonces la mujer tenía mayores problemas que las puntas abiertas.

Sus ojos azules recorrieron a Delaney de pies a cabeza, fijándose en sus ceñidas mallas a rayas verdes y negras, en su pantalón tirolés verde, y el jersey de cuello vuelto negro-. ¿Atiendes sin cita previa?- preguntó.