Él se había puesto un par de harapientos Levi’s y una vieja sudadera negra, y sus pies estaban desnudos. Benita frunció el ceño. Podría vestirse mejor. Nick nunca se arreglaba demasiado. No comía cuando debería, y se pasaba el tiempo con mujeres ligeras de cascos. Él no sabía que ella sabía sobre aquellas mujeres, pero lo hacía-. ¿Por qué no puedes evitar a esa neska izugarri?
– No sé lo que has oído, pero no pasó nada con Delaney, – dijo, con la voz ronca por el sueño. Él tomó su abrigo y lo colgó en el armario del vestíbulo.
Obviamente, él pensaba también que la podía engañar. Benita le siguió a la cocina y lo miró mientras ponía dos tazas en la encimera-. ¿Entonces que estabas haciendo allí, Nick?
Él esperó hasta llenar las tazas de café antes de contestarle-. Puse cerraduras nuevas en su puerta.
Ella miró su cara cuando le ofreció la taza y lo vio de pie en su cocina como si nada importante hubiera pasado en ese salón de belleza. Pero lo conocía bien. Sabía que cuanto menos dijera, había más que no decía. Algunas veces necesitaba un camión Mack para sacarle cualquier cosa. Había sido así durante mucho tiempo-. Eso es lo que tu hermano me dijo. ¿Por qué no pudo contratar un cerrajero como el resto de la gente? ¿Por qué te necesita?
– Dije que lo haría-. Recostó una cadera contra el mostrador y encogió un hombro-. No fue para tanto.
– ¿Cómo puedes decir eso? El pueblo entero habla de ello. No me has devuelto las llamadas telefónicas y has estado escondiéndote de mí.
Sus cejas formaron una línea, y la miró ceñudamente-. No he estado escondiéndome de ti.
Sí, lo había hecho, y era por culpa de Delaney Shaw.
Desde el día que se había mudado a Truly, ella había hecho la vida de Nick más dura de lo que era antes de que volviera.
Antes de que Gwen se hubiera casado con Henry, Benita se había dicho a sí misma y a todos los demás que Henry ignoraba a Nick porque no quería tener niños. Después, todo el mundo supo que eso no era cierto. Henry únicamente no quería a Nick. Podía darle amor y tiempo a una hijastra, pero rechazaba a su hijo.
Antes de la llegada de Delaney a la vida de Henry, Benita se sentaba con Nick en su regazo y lo abrazaba. Besaba su dulce frente y le secaba las lágrimas. Después, no hubo ni más lágrimas ni abrazos. Nada de suavidad en su hijo. Se revolvía en sus brazos y le decía que era demasiado mayor para besos. Benita culpaba a Henry del dolor que le había causado a su hijo, pero a sus ojos, Delaney se convirtió en el símbolo vivo del rechazo y la traición profunda. Delaney había recibido todo lo que le correspondía a Nick, pero no había sido suficiente para ella. Había sido una alborotadora antes de irse.
Ella siempre había hecho parecer malo a Nick. Como cuando le había golpeado con la bola de nieve. Aunque no debería haber lanzado la bola de nieve, Benita estaba segura de que la chica había debido hacer algo, pero en la escuela ni siquiera la habían cuestionado. Habían culpado de todo el incidente a Nick.
Y entonces hubo ese horrible episodio cuando esos terribles rumores sobre Nick beneficiándose a Delaney se habían propagado por todo el pueblo. Diez años después, Benita todavía no sabía que había sucedido esa noche. Sabía que Nick no era precisamente un santo cuando se trataba de mujeres, pero estaba segura de que él no había tomado nada de Delaney que no hubiera estado más que dispuesta a darle. Luego como una cobarde, ella huyó escapando de los cotilleos candentes, mientras Nick se había quedado atrás y había soportado lo peor. Pero el rumor sobre Nick y esa chica no había sido lo peor de todo.
Ella miró a su ahora alto y bien parecido niño. Sus dos hijos habían tenido éxito en lo que habían hecho. Nadie les había dado nada, y se enorgullecía sumamente de ellos. Pero Nick… Nick siempre necesitaría que lo vigilara, aunque él no pensaba que la necesitara para nada.
Ahora todo lo que realmente quería para Nick era que se asentara con una agradable chica católica, se casara por la iglesia y fuera feliz. No pensaba que fuera mucho pedir para una madre. Si se casase, las mujerzuelas dejarían de perseguirle especialmente Delaney Shaw-. De todas manera, no le dirías a tu madre nada que hicieras con esa chica, – dijo-. ¿Qué debo creer?
Nick miró su cara y tomó un sorbo-. Te voy a decir una cosa. Si ocurrió algo, no volverá a pasar.
– Prométemelo.
Él la miró con una sonrisa fácil para tranquilizarla-. Por supuesto, Ama.-
Benita no se tranquilizó. Ahora que la chica estaba de vuelta, los rumores comenzaban de nuevo.
Capítulo Once
Delaney descolgó el teléfono. Y lo mantuvo descolgado hasta que dejó su apartamento para ir al trabajo a la mañana siguiente. Esperó que lo imposible hubiera ocurrido y que la Sra. Vaughn no hubiera podido ver nada en la peluquería. Tal vez había tenido suerte.
Pero cuando abrió la puerta del salón de belleza, Wannetta Van Damme ya esperaba y a los pocos segundos se hizo patente que aparentemente la suerte de Delaney había desaparecido meses atrás-. ¿Aquí es donde ocurrió?- preguntó Wannetta mientras entraba cojeando. El sonido del bastón plateado al caminar, toc, toc, llenó el interior de la estancia.
Delaney estaba un poco asustada para preguntar lo obvio, pero era demasiado curiosa para no hacerlo-. ¿Qué sucedió?- preguntó y tomó el abrigo de la mujer mayor. Lo colgó en un perchero en la pequeña zona de recepción.
Wannetta apuntó hacia el mueble mostrador-. Es ahí donde Laverne os vio a ti y a ese chico Allegrezza… ¿Sabes?
Una bola se formó en la garganta de Delaney-. ¿Qué?
– Chaca-chaca, – murmuró la vieja.
La bola bajó hasta su estómago mientras subía las cejas hasta el nacimiento del pelo-. ¿Chaca-chaca?
– Una canita al aire.
– ¿Cana al aire?- Delaney apuntó hacia el mostrador-. ¿Aquí mismo?
– Eso es lo qué Laverne dijo a todo el mundo anoche en el bingo de la iglesia de la calle setenta, Jesus the Divine Savior.
Delaney caminó hasta una silla del salón y se hundió en ella. Su cara se puso roja y sus orejas comenzaron a arder. Había sabido que habría chismes, pero no sabía de qué calibre-. ¿En el bingo? ¿En la iglesia?- Su voz se elevó hasta volverse chillona-. ¡Oh, Dios Mío!- Lo debería haber sabido. Siempre cualquier cosa que tuviera ver con Nick era mala y no deseaba más que poder culparle por completo. Pero no podía. Él no se había desabotonado la camisa. Eso lo había hecho ella.
Wannetta se movió hacia ella, toc, toc, toc-. ¿Es cierto?
– ¡No!
– Oh-. Wannetta parecía tan decepcionada como sonaba-. El menor de los chicos vascos es muy bien parecido. Aunque tiene una reputación sucia, podría encontrar difícil que una mujer se resistiera, incluida yo misma.
Delaney puso una mano en la frente y aspiró profundamente-. Él es un demonio. Malo. Malo. Malo. Mantente lejos de él, Wannetta, o sencillamente podrías despertarte siendo el tema de horribles rumores-. Su madre iba a matarla.
– La mayoría de los días me alegro simplemente de levantarme. Y a mi edad, no creo que encontrara esos rumores tan horribles, – lo dijo mientras se movía hacia el fondo de la peluquería-. ¿Me puedes arreglar hoy?
– ¿Qué? ¿Quieres peinarte?
– Por supuesto. No vine sólo para hablar.
Delaney enrojeció y acompañó a la Sra. Van Damme al lavacabezas. La ayudó a sentarse y dejó a un lado el bastón -¿Cuánta gente había en el bingo?- preguntó temiendo la respuesta.
– Oh, Puede que sesenta más o menos.
Sesenta. Entonces esos sesenta se lo dirían a sesenta más y se propagaría como un rayo-. Tal vez sólo debería suicidarme -masculló. La muerte podría ser preferible a la reacción de su madre.
– ¿Vas a usar ese champú que huele tan bien?