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Con excepción de Nick. Pero él no estaba disponible. No para ella. Delaney se inclinó hacia adelante para recorrer con la mirada la calle y vio a su Miata doblar la esquina. Steve conducía el coche deportivo con una mano, con su pelo corto y teñido y rematado en una especie de cresta. Dos adolescentes iban sentadas como reinas de belleza detrás de él, mientras otra más saludaba con la mano desde el asiento del copiloto. Su pelo estaba cortado y peinado haciéndolas parecer modelos que acabaran de salir hacía un momento de una revista para adolescentes. Suave, suelto y fluido. Delaney había recorrido la escuela secundaria, buscando chicas que no fueran populares ni animadoras. Había buscado chicas comunes, a quienes podría arreglar hasta que tuvieran una apariencia fantástica.

Las había encontrado la semana pasada. Después de recibir la aprobación de sus madres, las había peinado a todas esa mañana. Las tres eran geniales para dar publicidad a su peluquería. Y por si las chicas no fueran suficiente, Delaney había colocado un letrero en la puerta del coche que ponía: “The cutting edge” cortes de pelo a diez dólares.

– Eso va a volver loca a Helen -masculló Lisa.

– Espero que sí.

Una colección de cosechadores sombríos, hombres lobos y muertos vivientes pasó, luego iba un Chevy del cincuenta y siete con Louie al volante. Delaney le echó un vistazo a su pelo oscuro engominado y estalló en carcajadas. Llevaba puesta una camiseta blanca ceñida con un paquete de cigarrillos metido dentro la manga corta. En el asiento de al lado se sentaba Sophie con su pelo en una cola de caballo, lápiz de labios rojo brillante, y gafas de sol estilo años sesenta. Hacía globos con un chicle y se acomodaba dentro de la gran chaqueta de cuero de Nick.

– Tío Nick – gritó y le tiró un beso.

Delaney oyó su risa profunda poco antes de que Louie revolucionase al máximo el gran motor para la gente. El antiguo coche se estremeció y retumbó, y luego como broche final, petardeó.

Delaney alarmada, se dio bruscamente la vuelta y chocó contra la pared inamovible del pecho de Nick. Sus grandes manos la agarraron por los brazos, y cuando lo miró, su pelo rozó su barbilla-. Lo siento – masculló.

Sus manos se tensaron, y a través del abrigo sintió sus dedos largos apretar la manga de lana. Su mirada estaba fija en sus mejillas, luego bajó hasta su boca-. No es nada -dijo, y ella notó la caricia de sus pulgares en la parte de atrás de sus brazos.

Su mirada volvió a la de ella otra vez, y había algo ardiente e intenso cuando la miró. Como si él quisiera darle uno de esos besos que minaban su resistencia. Como si fuesen amantes y la cosa más natural del mundo fuera que ella pusiera una mano detrás de su cabeza y acercara su boca a la suya. Pero no eran amantes. Ni siquiera eran amigos. Y al final él dio un paso atrás y dejó caer las manos a los costados.

Ella se dio la vuelta y aspiró profundamente. Podía sentir su mirada fija en la espalda, y como el aire entre ellos se llenaba de tensión. Era tan fuerte que estaba segura que todo el mundo alrededor de ellos lo podía sentir también. Pero cuando miró a Lisa, su amiga hacía gestos con las manos como una loca a Louie. Lisa no se había enterado de nada.

Nick le dijo algo a Lisa y Delaney sintió más que oyó su marcha. Dejó escapar la respiración que ni si quiera sabía que estaba conteniendo. Miró por encima del hombro una última vez y le vio entrar en el edificio detrás de ellas.

– ¿No es lindo?

Delaney miró a su amiga y negó con la cabeza. De ninguna manera se le pasaba por la imaginación que Nick Allegrezza fuese lindo. Era fuego. Cien por cien, pura testosterona que hacia babear.

– Lo ayudé a arreglarse el pelo esta mañana.

– ¿A Nick?

– A Louie.

Se le encendió la bombilla-. Oh.

– ¿Por qué arreglaría el pelo a Nick?

– Lo dije sin pensar. ¿Vas a la fiesta en el Grange esta noche?

– Probablemente.

Delaney miró su reloj. Sólo tenía unos minutos antes de su cita de la una. Se despidió de Lisa y pasó el resto de la tarde con tres tintes y dos permanentes.

Cuando terminó el día, rápidamente barrió el pelo cortado de la última chica, cogió su abrigo y subió a su apartamento. Tenía planes para encontrarse con Steve en la fiesta de disfraces que se celebraba en el vestíbulo del viejo Grange. Steve había encontrado un uniforme de policía en alguna parte, y desde que él tuvo la intención de disfrazarse de policía, les pareció que lo mejor era que ella lo hiciera de prostituta. Ya tenía la falda y las medias de rejilla, y había encontrado una boa de plumas rosa con esposas a juego en el pasillo de regalos de la tienda de Howdy.

Delaney metió la llave en la cerradura y advirtió un sobre blanco al lado de su bota negra. Tuvo el mal presentimiento de que sabía lo que era antes de que lo abriera. Lo abrió y sacó una hoja blanca de papel con tres palabras mecanografiadas: VETE DEL PUEBLO, decía esta vez. Arrugó la nota en su puño y miró por encima del hombro. El aparcamiento estaba vacío por supuesto. Quienquiera que hubiera dejado el sobre lo había hecho mientras Delaney estaba en la peluquería. Había sido tan fácil.

Delaney volvió sobre sus pasos por el estacionamiento y dio un golpe en la puerta trasera de Construcciones Allegrezza. El Jeep de Nick no estaba.

La puerta se abrió y la secretaria de Nick, Ann Marie, salió.

– Hola – empezó Delaney-. Me preguntaba si podrías haber visto a alguien aquí atrás hoy.

– Los basureros vaciaron el contenedor esta tarde.

Delaney dudaba que hubiera disgustado a los basureros-. ¿Y a Helen Markham?

Ann Marie negó con la cabeza-. No la vi hoy.

Eso no significaba que Helen no hubiera dejado la nota. Después de la participación de Delaney en el desfile, Helen debía estar lívida-. De acuerdo, gracias. Si ves a alguien por aquí que no debería estar, ¿me lo harás saber?

– Claro. ¿Ocurrió algo?

Delaney metió la nota en el bolsillo del abrigo-. No, no exactamente.

El vestíbulo del viejo Grange estaba decorado con pacas de heno, papel crepé negro y naranja, y calderos llenos de hielo seco. Un camarero de Mort’s servía cerveza o refrescos en un extremo, y una banda de música country tocaba en el otro. Las edades de los asistentes a la fiesta de Halloween iba desde adolescentes demasiado mayores para hacer el Truco-o-trato hasta Wannetta Van Damme, que estaba con los dos veteranos que quedaban de la Guerra Mundial.

Cuando Delaney llegó, la banda estaba tocando su primera pieza. Se había vestido con una falda negra de raso, un corsé a juego, y ligueros negros. La chaqueta de raso a juego la había dejado en casa. Sus tacones negros elevaban sus talones doce centímetros, y se había pasado veinte minutos asegurándose que la raya de sus medias subía recta por la parte de atrás de sus piernas. Su boa de plumas rodeaba su cuello y las esposas estaban sujetas en la cinturilla de su falda. Excepto por su atormentado pelo y su grueso rimmel, la mayor parte de sus esfuerzos estaban ocultos por su abrigo de lana.

No quería nada más que volver a casa y caer de cabeza en la cama. No había pensado en otra cosa. Estaba segura de que la nota era de Helen y estaba más molesta de lo que le gustaba admitir. Seguro, había azuzado tanto a Helen. Se había escondido en el contenedor y había rebuscado en su basura, pero eso era diferente. No le había dejado notas psicóticas. Si Delaney no hubiera quedado con Steve, estaría ahora mismo con su camisón favorito de franela, después de un baño caliente lleno de burbujas.

Delaney desabotonó su abrigo mientras su mirada examinaba como un escáner la gente disfrazada con una gran variedad de trajes interesantes. Vio a Steve bailando con una hippie a la que echaba aproximadamente veinte años. Hacían buena pareja. Sabía que Steve veía a más mujeres además de ella y no le molestaba. A veces, era una buena compañía cuando necesitaba salir del apartamento. Y también era una persona excelente.