Nick miró sobre el escritorio a su sobrina, qué tenía los ojos italianos de su madre, demasiado grandes para su rostro. Tenía una enorme espinilla roja en la frente que, a pesar de sus esfuerzos, no era disimulada por el montón de maquillaje que se había puesto. Algún día Sophia Allegrezza haría volver las cabezas, pero ahora no, gracias a Dios. Era demasiado joven para preocuparse por los chicos, de todas maneras-. No hagas nada. Eres preciosa, Sophie.
Ella puso los ojos en blanco y cogió su mochila que estaba en el suelo al lado de su silla-. No me ayudas más que papá.
– ¿Qué te dijo Louie?
– Que era demasiado joven para preocuparme por chicos.
– Oh-. se inclinó hacia adelante y agarró su mano-. Bueno, yo nunca diría eso – mintió.
– Lo sé. Por eso vine a hablar contigo. Y no es sólo por Kyle. Ninguno de los chicos reparan en mí-. Puso la mochila en su regazo mientras se dejaba caer en la silla, sufriendo enormemente-. Lo odio.
Y a él le fastidió verla tan infeliz. Había ayudado a Louie a criar a Sophie, y era la única persona del sexo femenino con la que se había sentido completamente libre para mostrar afecto y amor. Los dos podían sentarse y mirar una película juntos o jugar al Monopoly, y ella nunca fisgaba en su vida ni se colgaba de su cuello-. ¿Qué quieres que haga?
– Dime que les gusta a los chicos en las chicas.
– ¿A los chicos de octavo?- Se rascó un lado de la mandíbula y se paró a pensar un momento. No quería mentir, pero tampoco quería echar a perder sus sueños inocentes.
– Pensé que como tienes un montón de novias, lo sabrías.
– ¿Un montón de novias?- La observó sacar una botella de esmalte de uñas verde de su mochila-. No tengo un montón de novias. ¿Quién te dijo eso?
– Nadie tuvo que decírmelo-. se encogió de hombros-. Gail es tu novia.
No había visto a Gail desde unas semanas antes de Halloween, y de eso hacía una semana-. Es simplemente una amiga -dijo-. Y rompimos el mes pasado-. Realmente había sido él quien había puesto fin a la relación y ella no había estado precisamente encantada.
– Bueno, ¿qué te gustaba de ella? -preguntó mientras añadía una capa de brillo verde sobre otra azul marino.
Las pocas cosas que le gustaban de Gail, no se las podía decir a su sobrina de trece años-. Tiene un pelo bonito.
– ¿Es eso? ¿Saldrías con una chica sólo porqué te gusta su pelo?
Probablemente no-. Sí.
– ¿Cuál es tu color de pelo favorito?
El rojo. Diversos matices de rojo con vetas y deslizándose entre sus dedos-. Castaño.
– ¿Qué más te gusta?
Labios rosados y boas rosas-. Una buena sonrisa.
Sophie le contempló y sonrió abiertamente, su boca estaba llena de metal y gomas elásticas de color malva-. ¿Te gusta esto?
– Si.
– ¿Qué más?
Esta vez le contestó la verdad-. Grandes ojos marrones, y me gustan las chicas que me hacen frente-. Y, se percató, había desarrollado gusto por los comentarios sarcásticos.
Sumergió el pincel en el brillo y pintó su otra mano-. ¿Crees que las chicas deberían telefonear a los chicos?
– Claro. ¿Por qué no?
– La abuelita dice que las chicas que llaman a los chicos son salvajes. Dice que papi y tú nunca os metisteis en líos con chicas salvajes porque nunca te dejó hablar por teléfono cuando llamaban.
Su madre era la única persona qué conocía que tenía la habilidad de ver sólo lo que quería y nada más. Mientras crecían, los dos, Nick y Louie se habían encontrado en suficientes problemas sin necesidad de utilizar el teléfono. Louie incluso había dejado a una chica embarazada su primer año de universidad. Y cuando un chico vasco dejaba a una buena chica católica embarazada, el resultado era inevitablemente una boda en la Catedral de St. John-. Tu abuela recuerda sólo lo que quiere recordar -dijo a Sophie-. Si quieres llamar a un chico por teléfono, entonces no veo porqué no lo puedes hacer, pero mejor le preguntas a tu papá primero-. Él miró sus uñas mojadas-. Tal vez deberías hablar con Lisa sobre todas estas cosas de chicas. Va a ser tu mamá dentro de aproximadamente una semana.
Sophie negó con la cabeza-. Prefiero hablar contigo.
– Pensaba que te gustaba Lisa.
– Está bien, pero prefiero hablar contigo. Además, me puso de última en la fila de las damas de honor.
– Probablemente porque eres la más pequeña.
– Tal vez-. Estudió su brillo un momento, luego lo miró-. ¿Quieres que te pinte las uñas?
– De ninguna manera. La última vez que lo hiciste, me olvidé de quitármelo y el dependiente del Gas N-Go se partió de risa.
– Por favoooor.
– Ni lo pienses, Sophie.
Ella frunció el ceño y cuidadosamente enroscó la tapa del barniz-. No es sólo lo de la fila, es que tengo que aguantar al lado a ya-sabes-quien.
– ¿Quién?
– A ella-. Sophie apuntó hacia la pared-. La de ahí.
– ¿Delaney?- Cuándo ella sacudió la cabeza, Nick le preguntó, – ¿Por qué es un problema?
– Ya sabes.
– No. Por qué no me lo dices.
– La abuelita dijo que esa chica vivió con tu papá, y que fue maravilloso con ella y mezquino contigo. Y le compraba ropas y cosas bonitas y tú tenías que llevar vaqueros viejos.
– Me gustan los vaqueros viejos-. Él dejó su lápiz y estudió la cara de Sophie. Su boca se apretaba en las comisuras como hacia su madre cuando hablaba de Delaney. Henry ciertamente le había dado a Benita razones para que estuviera amargada, pero a Nick no le gustó ver a Sophie con la misma actitud-. Lo que sea que ocurrió, o que no ocurrió, es entre mi padre y yo, y no tenía nada que ver con Delaney.
– ¿No la odias?
Odiar a Delaney nunca había sido su problema-. No, no la odio.
– Ah-. Metió el esmalte de uñas en su mochila y cogió su abrigo de detrás de la silla-. ¿Me llevarás tú a mi cita con el ortodontista a final de mes?
Nick se levantó y la ayudó a ponerse el abrigo. La cita de Sophie era un paseo en coche de casi dos horas-. ¿No te puede llevar tu padre?
– Él estará de luna de miel.
– Oh, bueno. Entonces te llevaré yo.
La acompañó a la puerta con un brazo alrededor de su cintura-. ¿Estás seguro tú nunca te vas a casar, Tío Nick?
– Sí.
– La abuelita dice que sólo necesitas encontrar una agradable chica católica. Luego serás feliz.
– Ya soy feliz.
– La abuelita dice que necesitas enamorarte de una mujer vasca.
– Parece que has pasado demasiado tiempo hablando de mí con la abuela.
– Bueno, me alegro de que nunca te vayas a casar.
Él levantó la mano y le cogió un mechón de su suave pelo negro-. ¿Por qué?
– Porque me gusta teneros a todos para mí.
Nick se quedó de pie sobre la acera delante de su oficina y observó a su sobrina andar por la calle. Sophie pasaba demasiado tiempo con su madre. Creía que era sólo cuestión de tiempo antes de que Benita la llevase con engaños al lado oscuro, y Sophie ya empezaba a fastidiarle también sobre lo de casarse con una agradable mujer “vasca”.
Se metió las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones vaqueros. Louie era del tipo de los que se casaban. Nick no. El primer matrimonio de Louie no había durado más de seis años, pero a su hermano le había gustado estar casado. Le había gustado la comodidad de la vida con una mujer. Louie siempre había sabido que volvería a casarse. Siempre había sabido que se enamoraría, pero había tardado cerca de ocho años en encontrar a la mujer adecuada. Nick no dudaba que su hermano sería feliz con Lisa.
La puerta de la peluquería de Delaney se abrió y una señora mayor con uno de esos peinados plateados salió fuera. Cuando pasó por su lado, clavó los ojos en él como si supiera que él iba por el mal camino. Se rió suavemente y levantó su mirada a la ventana. A través del cristal observó a Delaney barrer el piso y luego ir hacia a la parte trasera con un recogedor. Observó sus hombros rectos y hacia atrás y el balanceo de sus caderas bajo una falda de punto tan ceñida que le marcaba el trasero. Un dolor pesado se reacomodó en su ingle y pensó en perfectos pechos blancos y en boas rosadas. Pensó en sus grandes ojos castaños, sus largas pestañas, la lujuria entrecerrando sus párpados y su boca mojada e hinchada por sus besos.