Выбрать главу

Te deseo le había dicho, mejor dicho, él la había inducido a decir eso como si fuera un fracasado enfermo de amor rogándole que le quisiera. Nunca en su vida le había pedido a una mujer que dijera que le deseaba. No lo había tenido que hacer. Nunca le había importado si esas palabras eran murmuradas por los suaves labios rosados de una mujer. Ahora parecía que no era así.

Ningún “puede-ser” más sobre el tema. Henry sabía lo que estaba haciendo cuando formuló el testamento. Le recordaba a Nick como se sentía cuando quería algo que no podía tener, ansiar algo que creía más allá de su alcance. Algo que podía tocar pero nunca podría poseer realmente.

Unos ligeros copos de nieve cayeron suavemente delante de la cara de Nick. Se volvió a la oficina y puso la chaqueta detrás de la silla. Algunos hombres cometían el error de confundir lujuria y amor. Pero Nick no. No amaba a Delaney. Lo que él sentía por ella era peor que el amor. Era lujuria retorciendo sus entrañas, y poniéndolo del revés. Daba vueltas a su alrededor y se comportaba como un completo gilipollas, con un monstruo grande y duro, por una mujer que le odiaba la mayor parte del tiempo.

Delaney empujó los tomates hacia un lado de su plato, luego pinchó un trozo de escarola y pollo.

– ¿Cómo va tu negocio? -preguntó Gwen, despertando inmediatamente la sospecha de Delaney. Gwen nunca preguntaba por la peluquería.

– Bastante bien -la miró sobre la mesa y metió la lechuga dentro de la boca. Su madre estaba tramando algo. Nunca debería haber estado de acuerdo en encontrarse para almorzar en un restaurante donde no podría gritar sin montar una escena-. ¿Por qué?- preguntó.

– Helen siempre se encargaba de la peluquería del Desfile de Modas de Navidad, pero este año hablé con los otros miembros del consejo, y les he convencido de que te lo den a ti-. Gwen removió su fettuccini, luego dejó a un lado su tenedor-. Pensé que te valdría como publicidad.

Probablemente era la forma que tenía su madre de hacerla participar en algún tipo de comité-. ¿Sólo el pelo? ¿No?

Gwen alcanzó su té caliente con limón-. Bueno, pensé que también podrías participar.

Allí estaba. La verdadera razón. Peinar en el desfile era un cebo. Gwen lo que realmente buscaba era pavonearse con un lamé a juego con el de su hija como si fueran gemelas. Había dos reglas en el Desfile de modas, el vestido o los disfraces tenían que estar hechos a mano y tenían que reflejar la época navideña-. ¿Tú y yo juntas?

– Por supuesto que estaría allí.

– ¿Vestidas del mismo modo?

– Parecido.

Ni lo pienses. Delaney claramente recordó el año que se había visto forzada a vestirse de Rudolph. No la habría convencido si no hubiera tenido dieciséis años-. Posiblemente no pueda estar en la función y peinar.

– Helen lo hace.

– No soy Helen-. Cogió un trozo de pan-. Haré todo lo que se refiera a peluquería, pero quiero el nombre de mi negocio impreso en el programa y anunciado al principio y al final del desfile.

Gwen parecía menos contenta-. Se lo diré al consejo.

– Bien. ¿Cuándo es el desfile?

– Durante el Festival de Invierno. Es siempre el tercer sábado, unos cuantos días antes del concurso de esculturas de hielo-. Posó su taza en el platito y suspiró-. ¿Recuerdas cuándo Henry era alcalde e íbamos con él y lo ayudábamos a elegir el ganador?

Por supuesto que lo recordaba. Cada diciembre había en Truly enormes esculturas de hielo en la Estación Larkspur, que atraía a los turistas de centenares de kilómetros. Delaney recordaba su nariz y mejillas congeladas, y su gran abrigo mullido y su gorro forrado mientras caminaba al lado de Henry y su madre. Ella recordaba el olor del hielo y el invierno y la sensación del chocolate caliente calentándole las manos.

– ¿Recuerdas el año que él te dejó escoger el ganador?

Ella tenía unos doce años, y había escogido a un cordero de quince metros que había esculpido la gente de la carnicería. Delaney tomó otro bocado de ensalada. Se había olvidado de eso.

– Necesito hablarte acerca de la Navidad – dijo Gwen.

Delaney supuso que la pasaría con su madre, pondrían un árbol de verdad, regalos brillantes, ponche de huevo y castañas asadas al fuego. El lote entero.

– Max y yo nos vamos al caribe el día veinte, justo después del inicio del Festival de Invierno.

– ¿Qué?- Cuidadosamente dejó el tenedor en su plato-. No sabía que fuerais así de en serio.

– Max y yo estamos juntos, y sugirió unas vacaciones al sol para saber simplemente como es de fuerte lo que tenemos.

Gwen era viuda desde hacía seis meses y ya tenía novio formal. Delaney no ni podía recordar la última vez que tuvo una cita seria. Repentinamente se sintió realmente patética, como una vieja solterona con gato.

– Pensaba que podríamos celebrar la Navidad cuando regrese.

– De acuerdo-. No se había dado cuenta de cuánto podría haber disfrutado de una Navidad en casa hasta que no tuvo otra opción. De todas maneras, pasar las fiestas sola no era algo que no hubiese hecho antes.

– Y ahora que ha comenzado a nevar, deberías aparcar tu pequeño coche en mi garaje y conducir el Cadillac de Henry.

Delaney esperó a oír las condiciones, como que tendría que ir a pasar los fines de semana o asistir a un consejo de algún tipo, o ponerse ropas prácticas. Cuándo Gwen no dijo nada más, y en vez de eso cogió el tenedor, Delaney le preguntó, – ¿Dónde está la trampa?

– ¿Por qué sospechas todo el tiempo? Sólo quiero que no te pase nada este invierno.

– Ah-. habían pasado años desde que había conducido en la nieve, y había descubierto que no era como ir en bici. Ya había olvidado como era. Patinaría mucho menos con el gran coche plateado de Henry que en su Miata-. Gracias, lo recogeré mañana.

Después del almuerzo, se tomó el resto de día libre y condujo hasta casa de Lisa para desechar algunos peinados y probarse su traje de dama de honor. El ceñido vestido rojo de terciopelo era del color de vino pero cambiaba con la luz hasta un tono profundo de Borgoña. Era precioso, y si no hubiera sido por el pelo de Delaney, le habría quedado genial, pero todos los tonos rojo de su pelo hacían que pareciera un Picasso. Pasó una mano sobre su estómago, alisando el fresco material bajo su palma.

– No pensé en tu pelo- admitió Lisa dando un paso hacia atrás y Delaney se miró en el espejo del dormitorio-. Tal vez podrías llevar una de esas pamelas grandes.

– Ni lo pienses-. Ella inclinó la cabeza a un lado y estudió su reflejo-. Siempre podría ponerme mi color natural.

– ¿Cuál es tu color natural?

– No estoy realmente segura ya. Cuando retoco la raíz es un tipo de rubio ceniza.

– ¿Y puedes cambiarlo sin que se te caiga?

Delaney puso las manos en sus caderas y se enfrentó a su amiga-. ¿Qué os pasa a la gente de este pueblo? Por supuesto que puedo cambiar el color de mi pelo sin que se me caiga. Sé lo que estoy haciendo. Lo he estado haciendo durante años-. Mientras hablaba, el volumen de su voz aumentó-. No soy Helen. ¡No corto mal el pelo!

– Caramba, sólo pregunté.

– Bueno. Tú y todos los demás-. Se bajó la cremallera de la parte de atrás del vestido y se lo sacó

– ¿Quién más?

La imagen de Nick sentado sobre su sofá irrumpió en sus pensamientos. Su boca caliente en la de ella. Sus dedos sobre su muslo. Deseaba poderle odiar por hacer que lo deseara, por hacer que le dijera que lo deseaba, para luego dejarla sola soñando con él toda la noche. Pero no lo podía odiar, y estaba tan confundida sobre lo que había sucedido que no quería hablar de él con nadie hasta que se aclarara. Ni siquiera con Lisa. Puso el vestido sobre la colcha a cuadros de la cama de Lisa y luego se puso un par de pantalones vaqueros-. No importa. No es importante.