Delaney logró llegar a la peluquería momentos antes que su primer cliente, Gina Fisher, que se había graduado un año después de Delaney en la escuela y tenía tres niños menores de cinco años. Gina había llevado su grueso pelo por la cintura desde el séptimo grado. Delaney se lo puso por los hombros y se lo cortó en capas. Le puso reflejos rojos e hizo a la cansada madre verse joven otra vez. Después de Gina, peinó a una chica que quería parecerse a Claire Danes. Tuvo un tinte a las once, cuando cerró la peluquería al mediodía finalmente pudo darse una ducha. Se dijo que no estaba esperando la llamada de Nick o el sonido de su Jeep, pero por supuesto lo hacía.
Como aún no lo había escuchado a las seis de la tarde, se subió al Cadillac para hacer unas compras de Navidad. No había comprado el regalo aún para su madre y acabó por comprar una de esas guías trampa para turistas de elevado precio en la repleta tienda de Eddie Bauer. No encontró nada para su madre, pero soltó setenta pavos en una camisa de franela, del mismo gris que los ojos de Nick. La envolvió en papel de regalo de aluminio rojo, y cuando llegó a casa y la puso encima de la mesa del comedor. No tenía mensajes en el contestador. Rebobinó toda la cinta sólo para estar segura, pero él no había llamado.
No supo nada de él ni al día siguiente, ni la mañana de Navidad, y se sentía más sola que nunca en su vida. Se sobrepuso a sus nervios y llamó a Nick para desearle Feliz Navidad, pero no le contestó. Pensó en pasar por su casa para ver si estaba allí y la evitaba. Finalmente, condujo a casa de su madre para visitar a Duke y Dolores. Al menos los dos Weimaraners estaban felices de verla.
Al mediodía, se había enganchado a una película de zombis llamada The Christmas Story, sobre un niño que se llamaba Ralphie. Sabía lo que era desear algo que no se podía tener. Y también sabía lo que era tener a una madre que la hacía llevar un horrible disfraz de conejito. Cuando Ralphie estaba a punto de sacarle los ojos con su pistola “Red Ryder B-B”, el timbre de la puerta sonó. Los Weimaraners levantaron sus cabezas, luego se volvieron a tumbar, probando que no eran demasiado buenos como perros guardianes.
Nick estaba de pie sobre el porche con su chaqueta de cuero y sus Oakley. Su aliento flotaba en el aire frío mientras curvaba su boca con una lenta sonrisa sensual. Él estaba tan bueno como para cubrirlo de azúcar por completo y comerlo. Delaney no sabía si dejarlo entrar o darle un portazo en las narices por dejarla colgada los pasados dos días. La brillante caja dorada de su mano decidió su destino. Lo dejó entrar.
Él se sacó las gafas de sol y las metió en un bolsillo y sacó un trozo de muérdago y lo puso sobre su cabeza-. Feliz Navidad, – dijo. Su boca caliente cubrió la suya, y ella sintió el beso hasta la punta de los pies. Cuando él se separó para mirarla, ella colocó las palmas de las manos en sus mejillas y le hizo bajar para seguir. Ella ni siquiera se molestó ocultar sus sentimientos. No estaba segura de poder hacerlo de todas maneras. Pasó sus manos sobre sus hombros y a través de su pecho, y cuando terminó, le acusó, – Te he echado de menos.
– Estuve en Boise anoche, hasta muy tarde-. Cambió el peso de pie y le tendió la caja-. Esto es para ti. Me cautivó cuando la descubrí.
Ella miró la caja dorada y pasó suavemente una mano por encima-. Tal vez debería esperar. Tengo un regalo para ti en mi apartamento.
– No -insistió como un reo en el corredor de la muerte que sólo quería apresurarse y terminar todo tan rápido como fuera posible-. Adelante, ábrelo ya.
Bajo sus manos, el suave papel fue desgarrado con excitación. Apoyada en un lecho de pañuelos de papel había una corona de diamantes falsos como las que se daban en los concursos de belleza.
– Desde que Helen te robó esa corona en la escuela secundaria, siempre pensé que te traería una mejor.
Era grande y llamativa y absolutamente la cosa más bella que nunca había visto. Se mordió el labio inferior para que no le temblara cuando sacó la corona de su suave lecho y le dio la caja a Nick-. Me encanta-. Los diamantes falsos reflejaron la luz y resplandecieron a través del vestíbulo. Se la colocó en la cabeza y se miró en el espejo al lado de la percha. Las piedras brillantes tenían forma de corazones y con un corazón central mayor que el resto. Ella parpadeó para contener las lágrimas mientras lo miraba a través del espejo-. Éste es el mejor regalo de Navidad que me han dado jamás.
– Me alegro de que te guste-. Él colocó sus grandes palmas en su estómago, luego las deslizó bajo su suéter hacia sus pechos. A través de su sujetador de encaje, ahuecó sus pechos, sus dedos presionaron su carne cuando la echó hacia atrás contra su pecho-. En el largo viaje en el coche desde Boise la noche pasada, pensé en ti llevándola puesta y sin nada más encima.
– ¿Alguna vez has hecho el amor con una reina?
Él negó con la cabeza y sonrió abiertamente-. Eres la primera.
Ella agarró su muñeca y lo llevó hacia el sofá donde había estado viendo la televisión. La desnudó con manos lentas y lánguidas y la hizo sentirse bella, deseada y amada allí mismo en el sofá de color limón de su madre. Ella pasó las puntas de sus dedos por su caliente espalda desnuda y besó su hombro suave. Deseó que aquel momento durara para siempre. Su piel se estremeció y su cuerpo se encendió. Su corazón se hinchó cuando él besó sus pechos sensibles, y cuándo él enterró su erección caliente en el interior profundo de su cuerpo, estaba más que preparada. Él colocó sus manos a ambos lados de su cara y la miró fijamente a los ojos mientras lentamente la penetraba una y otra vez.
Ella miró su cara, su mirada gris, viva con la pasión que él sentía por ella, sus labios húmedos por su beso, su respiración entrecortada-. Te amo, Nick, – murmuró. Él se detuvo por un momento, luego se zambulló más profundamente, más duro, una vez y otra vez, y ella murmuró su amor con cada envite hasta que cayó de cabeza en el éxtasis más dulce de su vida. Oyó sus primitivos y profundos gemidos y la mezcla de palabras a la vez ruego y maldición. Luego su peso se derrumbó sobre ella.
Una punzada dolorosa de ansiedad penetró en su pecho mientras escuchaba su lenta respiración. Ella le había dicho que lo amaba. Y aunque él la había hecho sentirse amada, no había pronunciado las palabras. Ella necesitaba saber qué sentía él por ella ahora, pero al mismo tiempo, temía la respuesta-. ¿Nick?
– ¿Hmm?
– Necesitamos hablar.
Él levantó su cabeza y observó sus ojos-. Dame un minuto-. Se apartó de ella y caminó desnudo por la habitación para deshacerse del condón que nunca se había vuelto a olvidar desde aquella frenética vez en el almacén del Lake shore. Delaney buscó sus bragas y las encontró bajo una mesa de cóctel. Se las puso, y cada segundo que pasaba su ansiedad aumentaba. ¿Qué ocurriría si él no la amaba? ¿Cómo lo podría soportar, y qué iba a hacer si no lo hacía? Él regresó cuando encontró su sostén detrás de un cojín del sofá. Él cogió el sujetador con su mano y lo echó a un lado. La envolvió en su abrazo y la mantuvo contra su pecho, sujetándola más fuerte que nunca en toda su vida. Dentro de sus brazos calientes, con el perfume de su piel llenando sus fosas nasales, se dijo a si misma que la amaba. Y como no tenía ni una pizca de paciencia, no podía esperar a que dijera las palabras que necesitaba oír. En vez de eso oyó un chirrido de madera y unos goznes, como si se estuviera abriendo la puerta principal, y ella se calmó-. ¿Oíste algo?- murmuró.
Él puso un dedo sobre sus labios y escuchó. La puerta se cerró de golpe, haciendo que se moviera.
– ¡Demonios!- Ella brincó del susto en los brazos de Nick y cogió la prenda de vestir más cercana, su camisa de franela. El ruido de pasos venía del vestíbulo cuando metió los brazos en las mangas. Los pantalones vaqueros de Nick yacían en alguna parte detrás del sofá, y él se puso detrás de Delaney cuando Gwen entró en la habitación. Un extraño sentimiento de déja vu subió por la espalda de Delaney. Su madre estaba de pie debajo de una luz, que brillaba en su pelo como si fuera un ángel de Navidad.