Gwen miró de Delaney a Nick y a ella otra vez, el asombro abrió sus ojos azules-. ¿Qué pasa aquí?
Delaney se cerró la camisa con una mano-. Mamá…yo…- Sus dedos trabajaron en los botones mientras un sentimiento de irrealidad llenaba su cabeza-. ¿Qué haces en casa?
– ¡Vivo aquí!
Nick colocó una mano en su abdomen y la apretó hacia atrás contra él, escondiendo sus atributos de la madre de Delaney-. Lo sé, pero tú…se supone que estás en un crucero.
Gwen señaló con el dedo a Nick-. ¿Qué hace él en mi casa?
Lentamente acabó de abotonar la camisa-. Bueno, ha sido tan amable de pasar la navidad conmigo.
– ¡Está desnudo!
– Pues Bien. Sí-. Ella extendió más la bastilla de su camisa en un esfuerzo para ocultarle mejor-. Él…ah… – Ella cerró la boca y se encogió de hombros. No había ninguna salida, la había atrapado. Pero esta vez no era una ingenua chica de dieciocho años. Le faltaban unos meses para cumplir treinta y amaba a Nick Allegrezza. Era una mujer adulta e independiente, pero hubiera preferido que su madre no los encontrara desnudos en su salón – Nick y yo tenemos una cita.
– Diría esto es algo más que “una cita”. ¿Cómo pudiste hacerlo, Delaney? ¿Cómo pudiste hacerlo con un hombre como él? Es un mujeriego y odia a esta familia-. Ella centró su atención en Nick-. Has puesto las manos en mi hija otra vez, pero esta vez la has fastidiado bien. Has violado las condiciones del testamento de Henry. Me ocuparé de que pierdas todo.
– Nunca me importó una mierda el testamento-. Sus dedos rozaron el estómago cubierto de franela de Delaney.
Delaney conocía lo suficientemente bien a su madre como para saber que cumpliría su amenaza. También sabía cómo detenerla-. Si le dices algo a alguien sobre esto, nunca te hablaré otra vez. En cuanto me vaya en junio, nunca me verás. Si crees que me has visto poco desde que me fui hace diez años, espera ahora. Cuando me vaya esta vez, ni siquiera te diré donde estoy. Cuando me vaya, tendré tres millones de dólares y nunca volveré a visitarte.
Gwen frunció los labios y cruzó los brazos bajo sus pechos-. Hablaremos luego.
La mano de Nick se soltó-. Si no quieres ver mi culo desnudo, será mejor que salgas de la habitación mientras me visto.
El tono de su voz era afilado como una navaja. Lo había oído una vez con anterioridad. La última vez que los tres habían estado juntos en el despacho de Henry. El día que se leyó el testamento. Delaney no podía culparlo de tener los nervios de punta. La situación era terriblemente incómoda, y su madre sacaba a la luz lo peor de algunas personas incluso en las mejores condiciones.
Tan pronto como Gwen se giró sobre los talones, Delaney se dio la vuelta-. Lo siento, Nick. Siento que te dijera esas cosas, y ya te digo que no la dejaré hacer nada que ponga en peligro lo qué Henry te dejó.
– Olvídalo-. Él encontró sus pantalones y se lo puso. Se vistieron en silencio, y cuando lo acompaño a la puerta principal, él salió rápidamente y tuvo el descuido de no besarla para despedirse. Se dijo que no tenía importancia y buscó a su madre. A Gwen no iba a gustar lo que tenía que decir, pero Delaney había dejado de vivir para su madre hacía mucho tiempo. Estaba en la cocina, esperando.
– ¿Por qué estás en casa, mamá?
– He descubierto que Max no es el hombre para mí. Él es demasiado crítico, -masculló entre dientes-. No hablemos sobre eso. ¿Qué hacía ese hombre en mi casa?
– Te lo dije, pasaba la Navidad conmigo.
– Pensé que era su Jeep el que estaba aparcado delante del garaje, pero estaba segura de que era un error. Ni en un millón de años planeaba encontrarle… contigo… en mi casa. Nick Allegrezza de entre todos los hombres. Él es…
– Estoy enamorada de él -interrumpió Delaney.
Gwen se agarró a una silla de la cocina-. Es una broma. Sólo lo dices para vengarte de mí. Estás furiosa conmigo porque te dejé sola en Navidad.
Algunas veces la lógica de su madre aturdía su mente, pero siempre era previsible-. Mis sentimientos por Nick no tienen nada que ver contigo. Quiero estar con él, y voy a estar con él.
– Ya veo-. La cara de su madre se endureció-. ¿Estás diciéndome que no te importa como me siento?
– Por supuesto que me importa. No quiero que odies al hombre que amo. Sé que en realidad no puedes alegrarte por mí ahora mismo, pero tal vez podrías aceptar que estoy con Nick, y que soy feliz con él.
– Eso es imposible. No puedes ser feliz con un hombre como Nick. No te hagas esto, ni se lo hagas a tu familia.
Delaney negó con la cabeza y su corona se deslizó hacia un lado. Se la quitó de la cabeza y pasó sus dedos sobre los fríos diamantes falsos. No era posible. Su madre nunca cambiaría-. Henry está muerto. La familia sólo somos nosotras-. Ella contempló a Gwen-. Quiero a Nick. No me hagas escoger.
Nick estaba delante de la chimenea de piedra y clavó los ojos en las luces intermitentes que Sophie le había ayudado a colgar del árbol. Se llevó la cerveza sobre los labios y las luces se nublaron cuando echó la cabeza hacia atrás.
Lo sabía. Los últimos días había vivido una fantasía. Se la había creído cuando pasó la noche en la diminuta cama rosa y se había permitido imaginar una casa, un perro y un par de niños. Se había permitido imaginarla con él, durante el resto de su vida, y lo había querido más que respirar.
En cuanto me vaya en junio, nunca me verás. Si crees que me has visto poco desde que me fui hace diez años, espera ahora. Cuando me vaya esta vez, ni siquiera te diré donde estoy. Cuando me vaya, tendré tres millones de dólares y nunca volveré a visitarte.
Era tonto. Sabía que ella se iría, pero se había permitido comenzar a pensar que la haría quedarse. Ella le había dicho que lo amaba. Como un montón de mujeres en ese momento en particular, cuando él estaba en su interior dándoles placer. Nunca significaba nada, y él no era el tipo de tío que buscara y esperara jodidas señales para ver si lo hacía.
El timbre de la puerta sonó y creyó que vería a Delaney. Pero se encontró a Gail en su lugar.
– Feliz Navidad -dijo ella y tendió una caja brillante de colores hacia él. La dejó entrar porque necesitaba una distracción.
– No tengo nada para ti-. Él colgó su abrigo, luego la llevó a la cocina.
– No pasa nada. Sólo son galletas, nada más. Josh y yo teníamos de más-. Nick colocó la caja en la encimera y la miró. Ella llevaba un vestido rojo ajustado y tacones de aguja rojos. Apostaría a que llevaba debajo un liguero rojo y nada más. Había ido de visita para algo más que entregarle una caja de galletas, pero él no estaba ni un poco interesado.
– ¿Dónde está tu hijo?
– Su padre le tiene esta noche. Toda la noche. Pensé que tú y yo podríamos pasar un rato juntos en el jacuzzi.
El timbre de la puerta sonó por segunda vez en cinco minutos, y esta vez era Delaney. Ella estaba de pie sobre el porche, con un regalo de papel rojo metálico en las manos y una sonrisa en sus labios. Su sonrisa murió cuando vio a Gail a su espalda y cómo le ponía una mano en el hombro. La podía haber quitado. Pero no lo hizo.
– Entra, -dijo él-. Gail y yo estábamos a punto de meternos en el jacuzzi.
– Yo – Su mirada atontada se movió entre ellos-. No traje el bañador.
– Ni Gail-. Él sabía lo que ella pensaría y la dejó pensarlo-. No lo necesitas.
– ¿Qué pasa, Nick?
Él envolvió un brazo alrededor de la cintura de Gail y la apretó contra su lado. Tomó un trago de la botella y miró a la mujer que amaba tanto que el dolor le oprimía el pecho-. Eres mayorcita. Suponlo.