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– ¿Ha terminado, señor Motsamai?

Sí, como un cantante de ópera que se detiene en la nota culminante, sabe en qué tono debe parar. El público es voluble, se deja guiar por quien tenga capacidad para influir en él, o tal vez está compuesto por una comunidad tal de mirones que incluso se han formado facciones. El juez hace una pausa para tomar el té y, mientras Harald y Claudia salen con la gente, alguien se las apaña para acercarse y dice, reclamando una siseante intimidad: Es ella quien debería estar ahí. Khulu ha llegado hasta ellos e inclina sus anchos hombros para protegerlos abriéndoles paso.

El psiquiatra de la acusación es una mujer, mientras que la defensa ha escogido a un hombre. Por algún motivo, el abogado de la defensa está satisfecho con eso; Hamilton lo explica: es fácil que una mujer, incluso en la postura moral de un juez urbano, sea considerada blanda frente a la integridad de la mujer implicada en el caso, en especial con respecto al tema de la provocación; en cambio, es probable que se considere que un hombre es más objetivo en su profesión. Claudia sonríe tras el puño que tapa su boca.

– Así son las cosas, querida doctora.

Hamilton les hace un breve resumen en los pasillos llenos de ecos, justo antes de que vuelva a iniciarse la sesión. Las voces, los diálogos de otras personas en un momento difícil, rebotan en el vacío de los altos techos, pero Harald y Claudia sólo oyen la conversación con el hombre que los tiene en sus manos. Su confianza es como la copita de coñac que ofrece en el bufete, un calor que pronto desaparece de la sangre. El fiscal sigue con su caso, llamando a la psiquiatra. La mujer irradia competencia desde la piel pecosa de los pechos que asoman tras el escote, como muslos fuertemente unidos, mientras testifica que la capacidad intelectual del acusado es alta y que éste está en pleno uso de sus facultades mentales.

– En su opinión, ¿ese nivel de inteligencia y esas facultades mentales lo hacen responsable de sus actos, incluso en situaciones de tensión?

– Sí. Al acusado no le pilló por sorpresa totalmente lo que vio esa noche después de la fiesta. Creo, a partir de nuestras conversaciones, que él abrigaba sospechas sobre la situación antes de que se encontrara con la pareja en pleno acto sexual. Se había erigido en custodio de la moral de su pareja, lo que era una fuente constante de peleas y de conflicto entre ellos. Hay presente una profunda animosidad subconsciente en su apasionada posesividad hacia ella. No quería hacer frente a la realidad de la personalidad de ella, aunque ella era franca con él y él se enorgullece de ser defensor de la libertad personal, incluida la libertad sexual. Abrigaba siempre sospechas de que ella le era infiel, estuvieran justificadas o no. Tenía un apego hacia ella obsesivo, evangélico, que se manifestaba en su deseo de dirigir de modo racional y práctico cada aspecto de su vida.

– El día de inacción que transcurrió después del descubrimiento de la pareja, ¿encaja con esta racionalidad?

– En mi opinión, sí.

– Un día de inacción, contemplación, seguido de acción, ¿encaja también con una conducta deliberada?

– Sí. Tiende a dar muchas vueltas a las cosas. No actúa de manera impulsiva. Planifica. Planificaba toda la vida de esa mujer sin su deseo ni consentimiento.

– Así pues, ¿cree que pudo haber disparado a Jespersen «siguiendo un impulso», veinticuatro horas después de que hubiera descubierto a la pareja en situación comprometida?

– No. Si hubiera actuado en un estado irracional, incapaz de valorar lo erróneo de su conducta, habría atacado a Jespersen de inmediato, tras el shock que sufrió el ver que sus sospechas se hacían realidad ante sus ojos.

– ¿En qué estado mental, entonces, diría usted, con qué intenciones, diría usted, se dirigió a la casa al día siguiente?

– Se dirigió a la casa con las intenciones conscientes inspiradas por los celos durante su soledad.

– ¿En un estado mental racional?

– Sí.

– ¿Se dirigió a la casa para matar a Jespersen?

La psiquiatra no podía asegurar hasta qué extremo sus intenciones pudieron llevarlo. Pero no estaba convencida de la amnesia del acusado en relación con lo que sucedió en la casa después de que Jespersen le sugiriera que se sirviera una bebida.

– El hecho es que, después de madurar esas intenciones durante las horas que había pasado en la casita, asesinó a Jespersen. ¿Era plenamente consciente de lo que hacía?

– Se trata de un individuo cuyo autocontrol ha sido establecido con fuerza desde la infancia. Es un axioma de sus orígenes de clase media. No se deja llevar por las emociones para actuar según sus impulsos, es deliberado en cada decisión que toma, cualquiera que ésta sea.

El gesto del fiscal era de completa satisfacción con el testimonio de su experta: no eran necesarias más preguntas.

Motsamai se puso en pie adelantando los brazos, con las palmas de las manos hacia arriba, como si quisiera coger algo que le ofrecieran.

– Doctora, ¿qué es un estado de shock?

– Es un fenómeno mental que afecta de manera diferente a las distintas personas: algunas lloran, otras se ponen furiosas, otras salen corriendo.

– Pero, en general, en lo que afecta a la capacidad de cognición, no a la diversidad de reacciones, ¿se produce un repentino desorden de los procesos mentales?

– Se produce, como efecto, confusión mental. Sí. Y, tal como he explicado, se manifiesta de distintas maneras.

– ¿Incluido el impulso de huir y esconderse?

– Sí.

– Según su experiencia, doctora, ¿un shock profundo pasa enseguida y el individuo afectado recupera el equilibrio emocional, con el control de sí mismo que esto implica, en un abrir y cerrar de ojos? Sin duda, entre sus pacientes algunos habrá para los que un shock profundo ha tenido consecuencias a muy largo plazo; por lo que sé, su duración es tal que para recuperar el equilibrio emocional deben buscar su ayuda experta…

Harald advierte un movimiento de desaprobación bajo la toga del juez, pero éste deja pasar la pulla sin objeciones.

– ¿No es posible que cuando el acusado huyó en estado de shock de la exhibición sexual de la señorita James y Jespersen, y se escondió en la casita, las horas que pasara allí no condujeran a una recuperación instantánea de su racionalidad y de su capacidad de tener intenciones deliberadas, sino al estado de confusión mental que usted ha identificado como consecuencia de un shock nervioso?

– Es posible.

– ¿Estaría usted de acuerdo en que el suyo fue un shock profundo?

– Sí.

– En el caso de un shock profundo, ¿diría usted que la confusión mental y emocional, en lugar de decrecer, podrían aumentar durante el proceso que usted denomina «dar vueltas a las cosas», tendencia que usted ha diagnosticado en el acusado? ¿No es cierto que el impacto de lo que ha provocado el shock va ganando fuerza a medida que todas las implicaciones de la dolorosa situación crecen, hasta alcanzar una confusión emocional y mental cada vez mayor? De manera que el individuo no puede, tal como decimos, pensar correctamente; no puede pensar en absoluto.

– Un shock puede tener efectos de confusión mental duraderos. Insisto en que eso depende de la personalidad del individuo. En mi opinión, el señor Lindgard es un individuo que ha vivido sometido largo tiempo al estrés emocional y eso lo ha preparado para recuperar el equilibrio mental y la racionalidad rápidamente, de acuerdo con su naturaleza.