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El fiscal hizo una pausa para dejar que lo que era una mera figura retórica despertara resonancias en la acusación: asesinato.

– ¿De manera que el acusado no tenía motivos para estar celoso de Cari Jespersen?

– No, no tenía motivos. Pero, es decir… él tiene celos de todo, da vueltas y vueltas a todo lo que está relacionado conmigo, incluso cuando él mismo ha escogido la solución. Cari y yo nos llevábamos bien, trabajábamos juntos todos los días, a lo mejor se le metió alguna idea en la cabeza a pesar de que era Cari quien suavizaba las cosas entre él, Duncan y yo. Era él quien nos reconciliaba. Me refiero a que nos reconciliaba con lo que es Duncan, con lo que Duncan estaba haciéndome.

– ¿Por qué su relación de amistad con Cari Jespersen cambió esa noche?

– Hubo una fiesta en la casa y me divertía. Pero Duncan, una vez más, no quería tolerarlo, estaba seguro de que no me levantaría a tiempo para ir a trabajar a la mañana siguiente. En realidad, yo tampoco sabía si lo mío era trabajar en una agencia de publicidad, pero a Duncan siempre le preocupaba que no me lo tomara en serio. Quería que volviera a la casita con él. Discutió y me suplicó delante de los demás, humillándome. Ese día yo ya estaba harta.

– ¿Qué había ocurrido para que usted estuviera dolida?

– Habíamos pasado la mitad de la noche anterior hablando; cuando nos levantamos por la mañana, volvimos a empezar, terminó como de costumbre, nos peleamos. Estaba harta.

– ¿Por ese motivo usted no volvió a la casita con el acusado cuando terminó la fiesta?

– Sí.

– ¿Temía usted que la hostilidad del acusado tuviera como resultado otra noche de insultos?

– Me quedé para ayudar a Cari a recoger y desahogarme un poco hablando con él. No podía soportar volver a la casita para que volviera a llenarme de reproches por mi bien. Habría debido coger el coche y marcharme, en ese mismo momento, a cualquier sitio, como había hecho muchas otras veces.

– ¿Intervenía la violencia en los reproches que le hacía el acusado? ¿Le pegaba?

– No, eso no.

– ¿Pero la amenazaba?

– Lo noté con frecuencia. No en lo que decía. Sino en el modo en que estaba; el modo en que miraba. Quería matarme. Algunas veces, salía de él como una luz.

– Usted estaba segura de que era capaz de cometer actos violentos. ¿Tenía usted miedo?

– Yo sabía que él no podía matarme, porque me había salvado del agua.

– ¿Pero usted tuvo que protegerse de él esa noche?

– Necesitaba algo sin cadenas. Cari me hacía reír en lugar de llorar y me consolaba. Lo que hicimos fue natural, lógico. Duncan nunca ha sido un consuelo. No sé para qué me salvó la vida.

Una vez más, ¿por qué Duncan no aparece en la historia?

Él es el vórtice en torno al cual, despedida, girando a su alrededor, se encuentra la sala. Si él no puede entender por qué hizo lo que hizo, los demás darán sus explicaciones. Versiones. Y ahí está esa versión de lo que él vio desde la puerta; la primera vez, eso es. Están juzgándola a ella, no a él. Así eran las cosas para ella; algo natural. Es sólo una parte. Una danza de apareamiento para tres, primero él con uno y otra, después ellos dos juntos. Ella estaba «divirtiéndose», con el desenfreno que él conocía tan bien, ésa era la manera de ella de hacer estallar una parte de sí misma que la atormentaba, que terminaba en el agua, o con las pastillas que era capaz de conseguir con zalamerías de médicos y farmacéuticos. Cuando ella dijo, él me llevó a un hospital, no dijo cuántas veces. Se divertía, y él tenía que hacer otra vez de equipo de salvamento, tenía que llevarla de vuelta a la casita y darle amor, ser cariñoso con ella, no importa lo que hubiera hecho (qué otro consuelo hay, si no). No estaba bebida, no. No necesita el alcohol para estimularse, el único estimulante que necesita es atacar con palabras, eso puede mantenerla excitada durante noches enteras. Así que, en esa ocasión, no quiere ser «salvada», como declara, de antemano. Ahora le toca a él ser la víctima.

Si él pudiera liberarse (sus compañeros los policías están a su lado) y cruzar el estrado de la sala en dirección a ella, ¿qué desearía decirle?

¿Cómo pudo ocurrírsete algo tan exquisitamente (adverbio de Motsamai) adecuado para destruirme? Vosotros dos, tan listos, que me conocíais tan bien.

Se lo has contado a todo el mundo a tu manera: no les has dicho que estaba en ti, estaba en tu cabeza, fuiste tú quien lo puso en mí, así que eso fue lo que viste en mí: me lo dijiste más de una vez a las tres, las cuatro de la mañana -los pájaros empezaban a cantar en el jardín donde tiré esa cosa-, dijiste: Un día querrás matarme, eso es lo que quieres más que ninguna otra cosa, matarme para conseguir lo que quieres, salvarme y salvarte.

Pero ella se ha salvado a sí misma. Se metió en su coche y se alejó de nosotros, Cari y yo. El muerto y el acusado. Allí está ella, en ese estrado, y nunca volveremos a hablar hasta que oigamos a los pájaros, otra vez.

– Señorita James, ¿está usted embarazada?

El juez detiene inmediatamente a Motsamai; pero el floreo con que Motsamai ha iniciado su interrogatorio a la testigo de la acusación se ha abierto paso por el aire de la sala.

– Señor Motsamai, ¿qué relación guarda con el caso esta intromisión en la vida privada de la testigo? Le ordeno que retire la pregunta.

– Con todo el respeto, señoría, debo decir que es totalmente pertinente a la relación de la testigo con el acusado y las consecuencias trágicas de esa relación. ¿Cuento con su permiso para seguir?

– Espero que su alegación de pertinencia sea correcta, señor Motsamai, y pueda demostrarla de inmediato.

Los dos se entienden; los dos sabían que el juez tenía que poner esa objeción, los dos sabían que la retiraría. El abogado no plantea preguntas sólo para llamar la atención, aunque el efecto inmediato de ésa, en la temperatura del público, haya sido así. Hay agitación y exclamaciones sofocadas. Qué vergüenza. No por su postura grotesca en el sofá, que esperan con ansia poder repasar, sino qué vergüenza, pobre chica guapa, que el desagradable fisgoneo de un abogado saque a relucir delante de todos una de esas cosas que les pasan a las mujeres y, además -regresa una de esas reacciones antiguas, oficialmente proscritas-, que una chica blanca sea tratada así por ese hombre negro cuyo rostro han vuelto tenso y exigente los años en que su raza no habría podido plantearle ninguna pregunta, a ella, a una blanca.

En el momento en que se le hizo la pregunta a ella, a toda la sala, al público, el desconcierto de la joven se convirtió rápidamente en un reconocimiento reticente, irónico, de ese enemigo astuto: ¡nunca debió habérselo contado, al desgaire, por así decir, para hacer más dramático su papel en el bufete!

Motsamai repite la pregunta en voz baja; ella la ha oído a la primera.

– Sí.

Al mirarla, Harald se dio cuenta de que la chica no había dado al fiscal esa información cuando éste la estaba preparando como testigo de la acusación. Y Hamilton debía de haber intuido con astucia que sería así; ella querría estar a la altura del clima moral del fiscal, que, como ella sabía, exigía que él pudiera pensar lo mejor de ella.

– ¿Duncan Lindgard es el padre del hijo que espera?

Ella contestó, no había necesidad de susurrar.

– No lo sé.

– ¿Podría ser hijo de Cari Jespersen?

– Posiblemente.

– ¿No tomó precauciones ante tal eventualidad, esa noche tras la fiesta, cuando se dejó llevar por su impulsividad?

– Así fue.

– ¿Por ese motivo no sabe si el hijo es de Duncan Lindgard, el hombre con el cual usted cohabitaba, o de Cari Jespersen, el hombre con el cual tuvo usted relaciones íntimas esa noche?

– Sí.

– ¿Y la fecha de la concepción, que debe de conocer aproximadamente, desde el momento en que el médico le ha confirmado su embarazo, no descarta a uno de los dos hombres como padre?

– No.

– ¿Cómo es eso?

– Usted lo sabe. Se lo dije cuando me lo preguntó en su despacho. Duncan me hizo el amor por la mañana temprano, el mismo día, así era como terminaban las malas noches.

– ¿Y no le preocupa, no le inquieta no saber quién es el padre del hijo que va a tener?

Natalie aparta el rostro, primero mira hacia un lado, luego hacia otro, lejos de todos, se escapa de la sala arrastrada por la voluntad del público: qué vergüenza. Regresa para contestar a todos.

– Es mi hijo.

Duncan desea empujar a los policías contra las paredes y correr para sostener su pobre frente, su rostro, que pronunciaba palabras groseras contra él, hacerla callar contra su pecho, meciéndola para consolarla del niño que abandonó, Natalie/Nastasia, fue a buscar la muerte y se le escapó; pero no es posible frenar a Motsamai, no se puede detener el proceso. Desde el mismo momento en que él, Duncan, se paró en la puerta, algo se puso en marcha que no puede detenerse.

– ¿No le inquieta pensar en el dolor que esta noticia causará en el acusado, el cual le ha dado su amor y su apoyo fiel, que usted aceptó durante varios años, a pesar de todas sus acusaciones contra él?

– Eso sólo es asunto mío.

– ¿Ésta es su respuesta a la pregunta sobre el efecto que puede tener en él esta noticia, por doloroso que sea?

Es como si, para ella, Motsamai y su acoso no existieran. Repite:

– Eso sólo es asunto mío.

– No le importa. Muy bien. Señorita James, me parece que usted es aficionada a escribir, poemas y cosas así, está familiarizada con distintas expresiones. ¿Entiende el significado de in flagrante delicio}

– No necesito que me lo explique.

– No necesita que se lo explique. ¿Fue usted encontrada in flagrante delicio con Cari Jespersen en el sofá del cuarto de estar donde se había celebrado la fiesta, con las luces encendidas y las puertas abiertas, de modo que podría haber entrado cualquiera, la noche del jueves 18 de enero? ¿Fue el acusado, el hombre que le había salvado la vida y con el que había convivido, quien entró y los encontró allí?