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– ¡Desde luego!

Pero ese pequeño instante de humor pronto se disipó en la quietud de la mañana y el silencio las envolvió una vez más y con él, un inquietante miedo a lo desconocido. Permanecían pegadas hombro con hombro vigilando la casa. Lauren tomó la mano de su hermana y fue como si una descarga eléctrica las recorriera a ambas; podían oír los latidos del corazón de la otra, sentir su aliento.

– Todo saldrá bien -dijo Lauren en voz baja.

– Lo sé, sólo que me gustaría que pasara algo.

Esperaron, combatiendo la angustia con la confianza.

***

Cuando Megan resbaló en el primer peldaño cubierto de hielo de las escaleras del porche la pistola se le cayó al suelo con un golpe seco. El ruido, que en sus oídos sonó como una explosión, la hizo detenerse en seco. En lugar de seguir hacia la puerta retrocedió y se ocultó esperando ver si alguien la había oído.

El crujido de la puerta abriéndose la puso en guardia. Se quedó inmóvil sosteniendo la pistola y tratando de pegarse al porche, de manera que no la vieran desde arriba.

No tenía ni idea de qué hacer.

Cuando oyó el crujido del primer peldaño, prácticamente encima de ella, empezó a temblar, pero aun así empuñó la pistola y continuó inmóvil. Esto no acaba aquí, pensó.

Luchó contra el miedo que amenazaba con paralizarle los brazos y todos sus músculos y articulaciones, conjurando la imagen de Tommy. El corazón se le aceleró y sintió que aumentaba la adrenalina. Ya voy, se dijo, voy a sacarte de aquí.

Oyó los pasos que se acercaban y se preparó.

Duncan la había visto resbalar, escuchado el golpe y maldijo por lo bajo. Él también esperó, los ojos fijos en Megan, que parecía un animal agazapado y temblando de miedo.

Cuando vio abrirse la puerta que daba al porche el corazón casi se le paralizó de miedo.

– Oh, Dios mío -susurró-. La oyeron.

Por un momento sintió que las fuerzas le fallaban y se sintió ligero, casi etéreo. Entonces vio a Gutiérrez en el porche.

– ¡Oh, Dios mío! -repitió-. ¡Megan, Megan, cuidado! -Su voz era apenas un susurro.

Vio el arma en la mano de Ramón y después que se dirigía, paso a paso, hacia donde estaba escondida su mujer. Trató de controlar el corazón, que amenazaba con salírsele del pecho. Pensó: No hay elección.

Quería tragar saliva pero tenía la boca completamente seca. De pronto tuvo un recuerdo fugaz: estaba en aquella calle, en Lodi, dudando, esperando junto a la furgoneta como al borde de un oscuro océano, temiendo ser engullido por sus aguas. Los años le gritaban que no esperara, que no dudara, arriesgándose a perderlo todo.

– No te muevas, Megan -susurró.

Inspiró profundamente y apoyó el rifle contra su mejilla. De pronto el mundo pareció encogerse, su visión atravesó el prado, pasó sobre la cabeza de su mujer y se centró en el pecho de Ramón Gutiérrez. Vio como éste daba otro paso y se detenía a escasos metros del borde del porche, donde estaba escondida Megan.

Soltó aire despacio.

– Lo siento -susurró.

La presión que sentía en su dedo apoyado en el gatillo le pareció inmensa, casi dolorosa. Apretó despacio y disparó. El estruendo pareció hacer añicos el aire como si fuera de porcelana.

Olivia estaba soñando con la cárcel. Estaba de nuevo en la celda de máxima seguridad, sólo que esta vez la puerta no cerraba bien y había podido abrirla. Sentía en sueños el frío pegajoso de los barrotes de acero y escuchaba el sonido áspero de la puerta cerrándose. Se había visto a sí misma salir al corredor, libre por fin de ir adonde quisiera, invadida de felicidad y sintiéndose ligera, como si tuviera alas en los pies. En el sueño se alejaba deprisa de la celda cuando escuchó un ruido atronador, y por una milésima de segundo pensó que había estallado una tormenta.

Entonces se despertó y se sentó en la cama ignorando el frío de la mañana y aguzando el oído.

– ¿Qué demonios ha sido eso? -preguntó en voz alta y aguda.

A su lado, Bill también se había despertado. En la tenue luz de la mañana su rostro aparecía pálido, casi translúcido. Tenía los ojos abiertos de par en par y su voz denotaba un ligero pánico.

– No lo sé. ¿Qué pudo ser? Estaba dormido.

– Sonó como un disparo.

– ¿Dónde está Ramón?

– Ni idea. ¿En su habitación?

– ¿Ramón? ¿Ramón? ¿Dónde diablos estás? -gritó Olivia.

No hubo respuesta y pensó: Subió y los está matando. Salió de la cama y se quedó de pie, desnuda, junto a ésta. Tendría que haber otro disparo, y gritos, alguna reacción. ¿Qué es todo esto?

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Bill de pronto, en tono asustado-. ¿Está…? Mierda, ¿adónde fue? No lo entiendo, esto no era parte del plan -dijo mirando a Olivia con la cara desencajada. Después añadió-: El disparo no vino de arriba, sino de afuera. ¡Ramón!

Olivia estaba totalmente confundida y se gritaba órdenes a sí misma: ¡Piensa! ¡Haz algo! Entonces tomó una ametralladora que estaba apoyada en la mesita de luz y de pronto sintió una gran calma, maravillosa, casi infantil, como si estuviera de nuevo en el sueño. Tenía la sensación de que su cuerpo desnudo se ruborizaba y brillaba con un repentino calor.

– ¿Qué está pasando? -chilló Bill.

– Vamos -contestó Olivia con voz serena-. Esto está a punto de acabar.

Cruzó el cuarto de baño hasta la ventana y miró afuera, mientras Bill tropezaba detrás de ella luchando por ponerse los pantalones vaqueros entre maldiciones y pensó en lo estúpido, lo absurdo que resultaba todo aquello y rio en voz alta.

***

El ruido del disparo también arrancó al juez de un sueño. Estaba en una playa rodeado de sus nietos y jugando en la arena. El sol lo calentaba y parpadeaba por la luz mientras veía a Megan y a Duncan saltando las olas de un mar azul verdoso. Después se había girado y hablado a su mujer, que estaba sentada a su lado. «Pero… estás muerta», le había dicho, «y yo estoy solo». Ella le había sonreído negando con la cabeza y le había contestado: «Nadie muere realmente y nadie está verdaderamente solo». Sin embargo, al darse la vuelta de nuevo su familia había desaparecido y la playa era ahora de tierra roja de Tarawa y él era de nuevo un muchacho asustado. Escuchó un solo disparo sobre su cabeza y enterró la cara en la arena mientras la bala silbaba en el aire. Entonces se irguió y dijo, aún en sueños: «Eso ha sido real».

Se despertó y se giró inmediatamente hacia Tommy, que estaba sentado muy tieso en el catre.

– ¡Abuelo!

– ¡Tommy, ha llegado el momento! ¡Dios mío, vienen a buscarnos!

– ¡Abuelo! -repitió Tommy saltando a los brazos del juez.

Éste lo abrazó fuerte y luego lo soltó.

– ¡Rápido, Tommy! ¡Tenemos que ayudar!

Tommy tragó saliva y asintió. El juez saltó de la cama y tomó el muelle metálico.

– ¡Ahora! -dijo-. ¡Ayúdame!

Entonces escucharon un segundo disparo.

– ¡Vamos, Tommy! ¡Hay que hacer lo que dijimos!

Se sentía lleno de energía y determinación, recordando cientos de momentos terroríficos en combate en los que, a pesar de la muerte y el horror que lo rodeaban, había actuado. Era como si sus músculos y sus huesos hubieran perdido años por arte de magia y se sentía lleno de la arrogancia de su juventud. Levantó uno de los catres y lo arrastró por la habitación hasta dejarlo caer con gran estrépito por las escaleras que conducían a la entrada del ático. Después corrió hacia el catre de Tommy.

– ¡Ahora el tuyo!

Hizo lo mismo, bloqueando así la puerta. Para entonces Tommy ya estaba vestido y golpeaba la parte de la pared que habían debilitado con el muelle de la cama. El juez corrió a su lado, tomó el muelle y aporreó con todas sus fuerzas uno de los tablones una y otra vez. Hubo un crujido y el primer tablón cedió como un hueso roto. El juez soltó un aullido cuando una astilla se le clavó en el pulgar, pero ignoró el dolor y siguió golpeando la capa de escayola, que pronto explotó en una nube de polvo. Siguió golpeando una, dos, tres veces. Entonces se detuvo para tomar aliento y escuchó a Tommy gritar: