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Y había otra cosa diferente en ella. Al principio no pudo decir de qué se trataba. Pero era en toda ella: su manera de andar, su porte, la cabeza levantada, sus ojos. Brillaba en ella una luz. Vosotras, bellezas más humildes de la noche, que pobremente satisfacéis a nuestros ojos… ¿Qué sois cuándo la luna sale?

– Has abierto la puerta -dijo él en tono de reproche- cuando no sabías quién era. ¿O me has visto desde la ventana?

– No, estábamos en el serré. He puesto en marcha la fuente.

– Sí.

– ¿No le parece hermosa? Mire el arco iris que produce. Con el agua que cae no se ve la mirada impúdica de Apolo. Se puede creer que la ama, se puede ver que sólo quiere besarla… Oh, por favor, no ponga esa cara. Sabía que estaría bien, lo percibía. He percibido que era alguien agradable.

Con menos fe en su intuición de la que ella tenía, Wexford la siguió a través del vestíbulo, preguntándose quién estaría con ella. El comedor seguía sellado, con la puerta precintada. Ella caminaba delante de él con paso ligero, una chica diferente, una chica cambiada.

– Recuerda a Nicholas, ¿verdad? -dijo ella, deteniéndose en el umbral del invernadero, y al hombre que estaba dentro dijo-: Es el inspector jefe Wexford, Nicholas; le conociste en el hospital.

Nicholas Virson estaba sentado en uno de los profundos sillones de mimbre y no se levantó. ¿Por qué iba a hacerlo? No extendió la mano; asintió y saludó:

– Ah, buenas tardes. -Como un hombre del doble de su edad.

Wexford miró a su alrededor. Contempló la belleza del lugar, las verdes plantas, una azalea florida en una maceta, los limoneros en su macetero de porcelana azul y blanca, un ciclamen rosa cargado de flores en un cuenco sobre la mesa de cristal. Miró a Daisy, que volvía a estar en el asiento que debía de haber dejado un momento antes, cerca de la silla de Virson. Sus dos bebidas, ginebra o vodka o simple agua del grifo, estaban una al lado de la otra, separadas no más de cinco centímetros, junto a las flores del ciclamen. Supo de pronto qué era lo que había producido el cambio en ella, le había sonrosado las mejillas y eliminado el dolor de sus ojos ansiosos. Si no hubiera sido imposible en aquellas circunstancias, después de lo que había sucedido y ella había vivido, Wexford habría dicho que la muchacha era feliz.

– ¿Puedo ofrecerle algo de beber? -invitó Daisy.

– Será mejor que no. Si eso es agua mineral, aceptaré y tomaré un vaso.

– Voy por ello.

Virson habló como si la petición de Wexford implicara alguna tarea colosal, que el agua tuviera que ser sacada de un pozo, por ejemplo, o subida de la bodega ascendiendo una peligrosa escalera. Había que ahorrar a Daisy un esfuerzo que Wexford no tenía derecho a pedirle. Una mirada de reproche acompañó a su gesto de tomar el vaso medio lleno.

– Gracias. Daisy, he venido a preguntarte si no reconsiderarás tu decisión de permanecer aquí.

– Qué curioso. Nicholas también lo ha hecho. Quiero decir, venir a pedirme eso. -Ofreció al joven una radiante sonrisa. Le tomó la mano y la retuvo-. Nicholas es tan bueno conmigo. Bueno, todos ustedes lo son. Todo el mundo es muy amable. Pero Nicholas haría cualquier cosa por mí, ¿verdad, Nicholas?

Era extraño decir eso. ¿Hablaba en serio? ¿Seguro que la ironía sólo estaba en la imaginación de él?

Virson pareció poco sorprendido. Una sonrisa incierta tembló en su boca.

– Todo lo que esté en mi poder, cariño -dijo él. Parecía reacio a tener con Wexford más relación de la que pudiera evitar, y ahora olvidó los prejuicios y lo que quizás era esnobismo y dijo de modo casi impulsivo-: Quiero que Daisy vuelva a Myfleet conmigo. No debería habernos dejado. Pero ella es tan absurdamente terca… ¿No pueden hacer algo para hacerle comprender que aquí corre peligro? Me preocupa día y noche, no me importa decírselo. No puedo dormir. Yo mismo me quedaría aquí, pero supongo que no sería lo correcto.

Eso hizo reír a Daisy. Wexford no creía haberla oído reír nunca. Tampoco creía haber oído nunca a un hombre joven efectuar un comentario semejante, ni siquiera en los viejos tiempos cuando él era joven y la gente encontraba inadecuado que personas no casadas de sexos opuestos durmieran bajo el mismo techo.

– No sería lo correcto para ti, Nicholas -dijo ella-. Tienes todas tus cosas en tu casa. Y se tardan siglos en venir de la estación hasta aquí, no tienes idea hasta que lo pruebas. -Ella hablaba con afecto, sujetándole aún la mano. Momentáneamente, su rostro resplandeció de alegría cuando le miró-. Además, tú no eres policía. -Daisy hablaba en tono de broma-. ¿Crees que podrías defenderme?

– Soy un buen tirador -respondió Virson como un viejo coronel.

Wexford dijo con sequedad:

– Me parece que aquí no queremos más armas, señor Virson.

Eso hizo estremecer a Daisy. Su rostro se apagó, como una sombra que cruza el sol.

– Una vieja amiga de mi abuela llamó este fin de semana y me pidió que fuera a pasar unos días con ella en Edimburgo, lshbel Macsamphire. ¿Recuerdas que te la señalé, Nicholas? Dijo que también invitaría a su nieta y se suponía que eso era una atracción. Sentí un escalofrío. Por supuesto, dije que no. Quizá más adelante, pero ahora no.

– Lamento oír eso -dijo Wexford-, lo lamento mucho.

– Ella no es la única. Preston Littlebury me invitó a su casa de Forby. «Quédate todo el tiempo que quieras, querida. Serás mi invitada.» No creo que sepa que decir «serás mi invitada» es como una broma. Dos chicas del colegio me lo han pedido. Soy realmente popular, supongo que soy una especie de celebridad.

– ¿Has rechazado a toda esta gente?

– Señor Wexford, voy a quedarme aquí, en mi casa. Sé que estaré a salvo. ¿No ve que si huyo ahora tal vez nunca regrese?

– Atraparemos a estos hombres -dijo él con firmeza-. Sólo es cuestión de tiempo.

– Muchísimo tiempo. -Virson bebió su agua o lo que fuera con pequeños sorbos-. Ya casi hace un mes.

– Sólo tres semanas, señor Virson. Otra idea que se me ha ocurrido, Daisy, es que cuando vuelvas al colegio, sea esto cuando sea, dentro de dos o tres semanas, podrías pensar en quedarte a media pensión durante el último trimestre.

Ella le respondió como si considerara aquella sugerencia extremadamente extraña, casi impropia. La separación entre el temperamento y gusto que siempre había percibido entre ella y Virson rápidamente desapareció. De pronto se convirtieron en unos jóvenes compatibles con los mismos valores y educados en una cultura idéntica.

– ¡No voy a volver al colegio! ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Después de todo lo que ha sucedido? No es probable que en mi vida futura necesite los exámenes avanzados.

– ¿No consigues plaza universitaria según los resultados de esos exámenes?

Virson lanzó a Wexford una mirada que implicaba que era una impertinencia por su parte creer algo de esa clase.

– Las plazas universitarias -explicó Daisy- no tienen que ser aceptadas necesariamente. -Hablaba de un modo extraño-. Sólo lo hacía para complacer a Davina y ahora… ya no tengo que complacerla.

– Daisy ha abandonado los estudios -explicó Virson-. Todo eso ha terminado.

Wexford de pronto estuvo seguro de que iban a ofrecerle alguna revelación o efectuar algún anuncio. «Daisy acaba de prometerme que será mi esposa» o algo anticuado y pomposo pero no obstante una bomba. No hicieron ninguna revelación. Virson bebía su agua a sorbos. Dijo:

– Creo que sólo me quedaré un rato, querida, si me lo permites. ¿Me podrías ofrecer algo de cenar, o salimos?