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Wexford nunca lo había visto así. Nunca había visto lo que Daisy tenía allí, el gusto que regía los muebles, el tipo de cuadros que tenía en las paredes. Un póster de Klimt, con cristal y enmarcado, mostraba un desnudo en una dorada tela transparente: otro era de gatos, un grupo de gatitos acurrucados en una cesta forrada de satén. El mobiliario era de mimbre, blanco y tapizado en algodón a cuadros blancos y azules.

¿Era éste su gusto o era el de Davina? Una planta de interior, sin agua y con aspecto ajado, se marchitaba en una maceta de porcelana blanca y azul. Todos los libros eran novelas victorianas, inmaculadas sus tapas, indudablemente no leídos, y obras sobre diversos temas, desde arqueología hasta política europea actual, desde familias del lenguaje a lepidópteros británicos. Todos elegidos por Davina, pensó. El único libro que parecía que alguna vez había sido leído era Las mejores fotos de gatos del mundo.

Hizo una señal a Burden y Vine para que se sentaran en la pequeña zona de estar que se había creado debido al inminente traslado.

Por última vez el camión de la comida había llegado, pero eso tenía que esperar. Pensó una vez más, enojado consigo mismo, que Vine lo había adivinado y explicado sólo uno o dos días después de los asesinatos.

– Eran dos -dijo Burden-. Todo el rato has insistido en que eran dos, pero sólo has mencionado a uno. Eso deja una única conclusión, creo yo.

Wexford le miró fijamente:

– ¿Sí?

– Que Daisy era la otra.

– Claro que lo era -dijo Wexford, y suspiró.

– Eran dos, Daisy y el hombre al que amaba -prosiguió Wexford-. Tú me lo dijiste, Barry. Me lo dijiste al principio y no te escuché.

– ¿Lo hice?

– Dijiste: «Ella hereda», y señalaste que tenía el mejor motivo, y yo dije algo sarcástico respecto a suponer que ella hizo que su amante la hiriera en el hombro y que no le interesaba la propiedad.

– No sé si hablé completamente en serio -dijo Vine.

– Tenías razón.

– Entonces, ¿lo hicieron por la propiedad? -preguntó Burden.

– Ella no habría pensado en ello si él no le hubiera metido la idea en la cabeza. Y él no lo habría hecho si ella no le hubiera ayudado. Ella también quería libertad. Libertad y el lugar suyo y el dinero, haciendo lo que quisiera, sin límites. Sólo que no sabía cómo sería, cómo es el asesinato, qué aspecto tiene la gente cuando se la asesina. No sabía nada de la sangre.

De repente se acordó de las palabras de lady Macbeth. Nadie las había mejorado en cuatrocientos años, nadie había hecho nada más psicológicamente profundo. ¿Quién creería jamás que las personas tienen tanta sangre dentro?

– Me contó muy pocas mentiras. No tenía necesidad de hacerlo, apenas tuvo que actuar. Su infelicidad era real (no me extraña que no cesara de decir que quería morir y qué sería de ella), hasta que una noche, cuando ella estaba sola con Karen, él regresó. Él no sabía lo de Karen y acudió a la primera oportunidad para decirle que la amaba, sólo la había herido para hacerlo parecer real, para que no sospecharan de ella. Siempre había tenido esa intención y sabía que saldría bien, él era un tirador de primera, nunca fallaba. Le disparó en el hombro para correr el mínimo riesgo. Pero ¿no podía haberle avisado de que lo haría? No podía decírselo de antemano, no podía decirle: «Voy a dispararte pero confía en mí».

»Pero él tenía que correr riesgos, ¿no? Por la finca Tancred y el dinero y los royalties, todo sería de ellos y de nadie más. No podía telefonearle, no se atrevía. En la primera oportunidad que tuvo, suponiendo que estaría sola, fue a la casa a verla. Karen le oyó pero no le vio. Daisy sí. No iba enmascarado, eso se lo inventó Daisy. Ella le vio y sin duda, recordando que la había traicionado, que también le había disparado, creyó que había ido a matarla.

Burden objetó:

– Dispararle suponía un gran riesgo. Ella podía volverse contra él y contárnoslo todo.

– Supuso que ella misma estaba demasiado involucrada para hacerlo. Si nos proporcionaba una clave en cuanto a quién era él y le arrestábamos, él nos contaría la participación de ella. Y confiaba en que ella estaba demasiado enamorada de él para traicionarle.

»El día siguiente de haber ido a la casa de noche volvió cuando ella realmente estaba sola. Él le contó por qué le había disparado, que la amaba, y, por supuesto, ella le perdonó. Al fin y al cabo, él era todo lo que tenía. Y después de aquello, la chica cambió: era feliz. Yo jamás había visto una transformación igual. A pesar de todo, ella era feliz, volvía a tener a su amante, todo iría bien. Soy tonto. Creía que era Virson. Claro que no lo era. Conectó la fuente. La fuente funcionaba para celebrar su felicidad.

»La euforia persistió uno o dos días, hasta que el recuerdo de aquella noche empezó a regresar. El mantel rojo y el rostro de Davina en un plato de sangre y su inofensiva y boba madre muerta y el pobre viejo Harvey despatarrado en la escalera… y aquel arrastrarse hasta el teléfono.

»No era, en absoluto, lo que había pretendido. Ella no sabía que sería como aquello. Planificarlo y ensayarlo había sido una especie de juego. Pero la realidad, la sangre, el dolor, los cuerpos muertos, esto ella no lo había pretendido.

»No estoy excusándola. No hay excusas. Es posible que ella no supiera lo que hacía pero sabía que tres personas serían asesinadas. Y era un caso de folie a deux. Ella no habría podido hacerlo sin él pero él no lo habría hecho sin ella. Se necesitaban. Besar a la hija del artillero es peligroso.

– Esa expresión -dijo Burden-, ¿qué significa? Alguien me la dijo el otro día, no recuerdo quién fue…

– Fui yo -dijo Vine.

– ¿Qué significa? Significa ser azotado. Cuando iban a azotar a un hombre en la Real Armada, primero le ataban a un cañón en cubierta. Besar a la hija del artillero era por tanto una situación peligrosa.

– No creo que ella supiera que tendrían que matar a Andy Griffin. O más bien, que le matarían porque este amante suyo consideraba que matar era la manera de salir de las dificultades. ¿Alguien te molesta? Pues mátale. ¿Alguien mira a tu novia? Mátale.

»No iba tras Daisy cuando montó el artilugio de la vela y la cuerda entre las latas de petróleo de The Thatched House. Era Nicholas Virson. Nicholas Virson se atrevía a mirar a Daisy, se atrevía de hecho a pensar que Daisy podría realmente casarse con él. ¿Quién habría supuesto que Virson, que había pedido a Daisy que se quedara con él y su madre, de hecho no estaría en casa aquella noche sino vigilando a Daisy en Tancred?

»Daisy se parece más a su abuela de lo que cree. ¿Os habéis fijado en qué pocos amigos tiene? Ni una sola mujer joven ha ido a la casa en todo este tiempo, aparte de las que nosotros hemos enviado. Sólo había una chica joven en el funeral, una nieta de la señora Macsamphire.

»Davina tenía algunos amigos del lejano pasado, pero sus amigos eran los de Harvey Copeland. Naomi tenía amigas. Daisy no tiene ni una chica joven en quien confiar, o que la acompañara en estos momentos. Pero ¿hombres? Los hombres se le dan muy bien. -Wexford lo dijo con pesar. Por un momento pensó lo muy bien que se le había dado él-. Los hombres pronto se convierten en sus esclavos. Un punto interesante es lo corta de vista que Davina Flory debía de ser al creer que podría proporcionar un amante para Daisy, como si Daisy no pudiera proporcionárselos ella misma. Pero estas mujeres vivían pensando sólo en sí mismas, la abuela y la nieta, y por tanto eran incapaces de ver más allá de sus narices.