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—Me imagino que puedo prestarles mi ayuda a ese respecto —manifestó la señorita Bulstrode—. No carezco de influencia en las esferas más elevadas —sonrió y sacó a relucir unos cuantos nombres, entre los que estaban incluidos el del secretario del Ministerio del Interior, dos descollados magnates de la Prensa un obispo y el ministro de Educación—. Haré cuanto pueda —dirigió una mirada a Adam—. ¿Está usted completamente de acuerdo?

—Sí, en efecto. Nos gusta hacer las cosas de una manera cautelosa y tranquila —dijo Adam rápidamente.

—¿Seguirá siendo jardinero aquí? —inquirió la señorita Bulstrode.

—Si no tiene nada que objetar… Ello me sitúa exactamente donde necesito para estar a la expectativa de los acontecimientos.

Esta vez sí que enarcó sus cejas la señorita Bulstrode.

—Confío en que no están ustedes esperando más asesinatos.

—No, no.

—Estoy encantada de oírle. Dudo que ningún colegio pudiera sobrevivir a dos asesinatos en el mismo trimestre.

Se volvió hacia Kelsey.

—¿Han terminado ustedes con el pabellón de deportes? Nos veremos en una situación peliaguda si no lo podemos utilizar.

—Ya hemos terminado allí. Lo hemos dejado completamente limpio, desde nuestro punto de vista, quiero decir. Sea cual fuere la razón por la cual fue cometido el crimen, allí no hay nada que pueda servirnos de ayuda. No es más que un pabellón de deportes con sus correspondientes equipos.

—¿No encontraron nada en las taquillas de las chicas?

—Bueno… —el inspector Kelsey sonrió—. Bueno… esto y aquello… un ejemplar de un libro… francés titulado… Candide… con ah… ilustraciones. Una edición de lujo.

—¡Ah! —exclamó la señorita Bulstrode—. ¡De manera que es allí donde lo guardaba! Giselle d'Aubray, supongo.

La admiración de Kelsey hacia la señorita Bulstrode aumentó varios puntos.

—No se le escapan a usted muchas cosas, señorita —comentó.

—Ya no podrá hacer daño con Candide —resolvió la señorita Bulstrode—. Es un clásico. Hay cierta clase de pornografía que debo confiscar. Ahora volveré a la pregunta que les hice al principio. Ustedes han aliviado mi preocupación en lo que concierne a la publicidad relacionada con el colegio. ¿Puede ayudarles el colegio en algún sentido? ¿Puedo yo prestarles ayuda?

—De momento, no lo creo —consideró Kelsey—. Lo único que se me ocurre es preguntarle si ha ocurrido algo en este trimestre que le haya podido causar inquietud. ¿Algún incidente, o alguna persona que haya podido ser motivo de preocupación?

La señorita Bulstrode, guardó silencio durante un momento. Después respondió tranquilamente:

—La contestación a esa pregunta es, sencillamente, que no lo sé.

Adam preguntó vivamente:

—¿Tiene usted la sensación de que hay algo que no marcha bien?

—Sí, es precisamente eso. No es una sensación definida. No puedo señalar con el dedo a ninguna persona o incidente, a menos que… —calló durante un instante y después prosiguió—: Siento… sentí en aquella ocasión… que había pasado por alto algo que no debería haber omitido. Permítanme explicarles —relató en breves palabras el incidente de la señora Upjohn y la calamitosa e inesperada aparición de lady Verónica.

Adam pareció interesarse.

—Aclaremos eso, señorita Bulstrode. La señora Upjohn, al mirar por el ventanal, este ventanal que da a la fachada principal, reconocería a alguien. No hay nada extraño en ello. Usted tiene más de cien alumnas, y es muy probable que la señora Upjohn distinguiera a un padre o familiar de alguna de aquéllas a quién conocía. Pero usted decididamente opina que ella se quedó estupefacta al reconocer a tal persona… o sea, que se trataba de alguien a quien efectivamente, ella no había esperado ver en Meadowbank.

—Sí, esa fue exactamente la impresión que me causó.

—Y entonces a través del ventanal que miraba en dirección opuesta, usted reconoció a la madre de unas alumnas, en estado de embriaguez, y ese incidente distrajo por completo su atención de lo que la señora Upjohn le decía.

La señorita Bulstrode manifestó su asentimiento.

—¿Estuvo hablando durante algunos minutos?

—Sí.

—Y cuando su atención volvió a lo que estaba diciendo hablaba de espionajes, del trabajo que había hecho durante la guerra para el Intelligence Service antes de casarse.

—Sí.

—Es posible que exista alguna conexión —observó Adam, meditabundo—. Alguna persona a quien ella conoció durante la guerra. Un padre o pariente de alguna colegiala. ¿Y no podría haber sido alguien que perteneciera a su cuadro de profesoras?

—Es difícil que se tratase de un miembro de mi plana mayor —objetó la señorita Bulstrode.

—Pudiera ser.

—Lo mejor que podemos hacer es ponernos en contacto con la señora Upjohn —sugirió Kelsey—. Y lo más pronto posible. ¿Tiene usted su dirección, señorita Bulstrode?

—Claro que sí. Pero tengo entendido que se encuentra ahora en el extranjero. Esperen… voy a averiguarlo —presionó por dos veces el zumbador eléctrico que había sobre la mesa de despacho, y después se dirigió impacientemente hacia la puerta para llamar a una chica que pasaba por allí.

—Ve a buscar a Julia Upjohn, y dile que venga aquí, ¿quieres, Paula?

—Sí, señorita Bulstrode.

—Creo que lo mejor sería que me marchara antes de que llegara la chica —sugirió Adam—. No resultaría convincente que yo asistiera a la encuesta que el inspector está llevando a cabo. Ostensiblemente, él me ha hecho venir para conseguir información de mí. Habiéndose quedado satisfecho al comprobar que, por el momento, no tiene nada contra mí, ahora me ordena que ahueque.

—¡Ahueque de una vez, y recuerde que no lo pierdo de vista! —gruñó Kelsey con una mueca burlona.

—A propósito —dijo Adam, dirigiéndose a la señorita Bulstrode, al tiempo que se detenía junto a la puerta—. ¿No me tomaría a mal que abuse ligeramente de mi situación aquí? Si me vuelvo un poco… digamos… amistoso con algunos miembros del cuadro de profesoras.

—¿Con qué miembros de mi profesorado?

—Pues… con mademoiselle Blanche, por ejemplo.

—¿Mademoiselle Blanche? ¿Usted cree que…?

—Yo creo que se aburre aquí una barbaridad.

—¡Ah! —la señorita Bulstrode asumió una expresión sombría—. Es posible que tenga razón. ¿Algo más?

—Me voy a enfrentar con un buen trabajo de tanteo —explicó Adam alegremente—. Si advierte que las chicas se comportan de una manera un poco tonta, y se deslizan subrepticiamente a concertar citas en el jardín, le ruego que crea que mis intenciones son estrictamente detectivescas, por decirlo así.

—¿Considera verosímil que alguna chica pueda estar enterada de algo importante?

—Todo el mundo sabe siempre algo —aseguró Adam—, incluso cuando se trata de algo que no saben que saben.

—Tal vez esté en lo cierto.

Golpearon a la puerta, y la señorita Bulstrode dijo:

—Entre.

Julia Upjohn apareció jadeante.

—Pase, Julia.

El inspector Kelsey lanzó un gruñido.

—Puede irse, Goodman. Ahueque y continúe con su trabajo.

—Ya le he dicho que no sé nada de nada —rezongó Adam. Salió raudo murmurando—. La Gestapo está empezando a rebrotar.

—Lamento mucho haberme presentado de este modo, señorita Bulstrode —se excusó Julia—. Pero he tenido que venir corriendo desde la pista de tenis.

—No se preocupe. Solamente deseaba preguntarle la dirección actual de su madre… es decir, ¿dónde puedo ponerme en contacto con ella?

—Oh, tendrá que escribir a mi tía Isabel. Mi madre se ha marchado al extranjero.

—Tengo la dirección de su tía. Pero necesito ponerme en contacto con su madre personalmente.